De la
poesía de José García Nieto se escribió que era “sosegadamente apasionada”. Y
no de otro modo podía manifestarse un poeta que bebía la sustancia de su
palabra en los valores hondos del espíritu y el aroma de sus versos en los
clásicos, cimiento de la expresión más perdurable. La lectura de los que siguen
son un ejemplo.
El arrendajo, pato
de los aires, oscuro,
pasa. ¿Por dónde? Hay algo
que nos oculta el rumbo.
Y llora la resina
intermitentemente
por la amarilla herida
que tiene el pino verde.
A nuestro alrededor
sólo el vuelo y el árbol;
la garganta sin voz,
sin amigo la mano.
Pero Dios no está lejos.
Ya se anuncia. Sin prisas,
detrás de aquel otero
nace Santa María.
Detrás
del otero de nuestra esperanza está naciéndonos siempre Santa María. Y cuando
en cada Mayo vuelve a estar de moda en nuestra vida, nos damos cuenta de que
nunca ha estado ausente. De que si somos, es porque ha sido siempre la Madre de
nuestra historia, Ella que la empezó con una espada en el alma y abrazó al
final la Vida de su vida en los brazos que siempre estuvieron abiertos y
tendidos para hacernos, con Juan el joven, hijos suyos.
Ni el
arrendajo que nos quita la luz, ni las lágrimas amargas de este pino que somos,
ni la mano amiga que parece faltarnos, ni los gritos sin voz pueden hacernos
sentir que en esta era de crisis falte el vino. Ella lo sabe y nos recuerda que
la respuesta sólo estará en hacer lo que Él nos diga.
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