domingo, 18 de septiembre de 2011

Buena Educación (5): Hombre-hombre.

Lao-Tze

Lao-Tzu (o Lao-Tze o Lao-Tzi, o …), con su sabiduría exacta aunque un poco enigmática, como casi todo lo chino, afirmaba que “Ser grande significa ir adelante. Ir adelante significa estar lejos. Estar lejos significa volver”. Todos queremos ser grandes. Es una de las necesidades fundamentales del hombre. Y si no llegamos a serlo, intentamos aparentarlo. Y al lanzarnos a ser los primeros, constatamos que sólo empezamos a serlo cuando comprendemos que tenemos que volver hasta el último lugar y mirar con ternura a los que caminan junto a nosotros, tal vez renqueando, poner al compás de su caminar nuestros pasos y los latidos de nuestro corazón.
Un profesional, aunque alcance a ser el primero de su profesión, si no es más que un profesional, es bien poca cosa. Lo que ante todo define al hombre ¿hará falta decirlo?, es la hombredad”. Son palabras de Ramón Pérez de Ayala. Y sigue: “Por su mucho saber, tal vez un hombre es útil a los demás hombres, como lo puede ser una máquina, y esto no siempre. Por su hombredad, el hombre se afirma hermano de otros hombres y, por ende, se hace amar de ellos fraternalmente”.
Ese debería ser el primer empeño de los que tenemos un hueco en este mundo apretado en que vivimos. Pero la competitividad, el logro, ser el primero... suelen exigir casi todas las energías de quien intenta abrirse paso. Y no quedan ya para el cometido más importante, casi determinante, de educar y educarse. Sin corazón, sin amor, nadie es hombre, nadie es ‘educado’.
Algo perecido y de modo más solemne escribía Ignacio Romero Raizábal: “La hombría es elegancia espiritual y alma maciza. Se consigue a muy alto precio. Constituye una adquisición ruinosa. Se adquiere y paga sólo a base de corazón, de voluntad y de sacrificio.
El hombre hombre es amable con los demás y tirano consigo mismo.
Cuando tiene un amago de tristeza el hombre hombre se sonríe por un acto reflejo.
Al hombre hombre no se le nota cuando le duele el estómago o el alma.
El hombre hombre es algo que son pocos, no quiere ser ninguno y todos dicen que lo sean.
El hombre hombre es un moderno caballero andante que ama la dignidad, odia la injusticia y desprecia la murmuración.
El hombre hombre necesita tener buen corazón, mala memoria, bastante entendimiento y muchísima voluntad”.
Menos mal si vivimos juzgándonos para examinar ese corazón del que nos van a juzgar cuando todo se haya hecho vida y verdad: “A la tarde de la vida nos juzgarán del amor”. Sólo del amor.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Buena Educación (4): Verse a sí mismo.

Antoine de Saint-Exupéry refiere lo que dijo la flor (lee el capítulo XVII) al Principito: - “¿Los hombres? Creo que existen seis o siete. Los vi hace años. Pero no se sabe nunca dónde encontrarlos. El viento los lleva. No tienen raíces”. A Sancho, que afirmaba que “muchos son los andantes”, - “Muchos - respondió Don Quijote - pero pocos son los que merecen el nombre de caballeros”.
Uno de los presuntos “caballeros” que han hecho más ruido en la historia, Napoleón Bonaparte, reposa en los Inválidos, construido por Brant y Mansart bajo la mirada atenta de Luis XIV. Allí colocaron años más tarde a Napoleón después de muerto y reivindicado. Y allí sigue. Pero nadie sabe dónde tiene la cabeza y dónde los pies, porque los seis ataúdes que lo encierran cubiertos por un gigantesco sarcófago de pórfido rojo simétrico, no son capaces de decirnos cuál es la orientación de su cuerpo. Eso les pasa a muchos. Que si lo tienen todavía, no saben dónde está su corazón ni hacia dónde se orienta. No tienen raíces.
 “La educación es cosa del corazón” - escribió un gran educador que supo educar porque quiso y supo amar y enseñó a amar. Para educarse hay que enfrentarse con el propio corazón y tomarlo con valentía para hacer de él el motor de la vida y del amor. Lo que pasa es que la monotonía de su latido constante (¡ah, la costumbre!), nos hace difícil definir su color, su calor y hacia dónde se orienta.
Acuérdome - decía Lazarillo de Tormes – que, estando el negro de mi padrastro trebejando con el mozuelo, como el niño veía a mi madre y a mí blancos, y a él no, huía dél con miedo, para mi madre, y señalando con el dedo, decía. “¡Madre, coco!”... Yo, aunque bien muchacho, noté aquella palabra de mi hermanico y dije para mí: “¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!”.
Huir de sí es una fuerte tentación. Pero ya es gran cosa haber descubierto que se tiene el corazón un poco turbio o un poco vacío. ¡Ojalá, en vez de huir, se nos ocurra que debemos limpiarlo o llenarlo!
Porque es el instinto el que nos lleva a ser egoístas, a ser ‘maleducados’. Pero hay en nosotros otro instinto, nacido de semilla divina que nos lanza a amar. Y para amar, a educarnos.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Buena Educación (3): Ser rey.


Se lee que Federico el Grande encontró a un viejo en un paseo. Como no le saludaba, le preguntó: - ¿Quién es usted? – Un rey, respondió el anciano. - ¿De qué reino?, volvió a preguntar Federico. - De mí mismo.
A lo mejor era verdad. O a lo peor se creía rey mientras vivía en la esclavitud de su egocentrismo.
El barniz de la “buena educación”, de la llamada “urbanidad”, de las buenas formas que ocultan un corazón encadenado por el egoísmo o seco por la indiferencia, no es la educación que debemos buscar.
Un  fino observador italiano, buen conocedor de España y de su lengua, según demuestra, escribía en 1736: “Al sentimiento bien acordado que gusta siempre de acordarse con cuanto dicta la razón le llamaron algunos armonía de ingenio; otros dijeron que era el juicio, pero regulado por el arte; otros, que cierta exquisitez de ingenio. Pero los españoles, más perspicaces en el uso de las metáforas que ningún otro pueblo, lo expresaron con este laconismo profundo: buen gusto”.
¿Será verdad? ¿Y habrá en nosotros algo más que perspicacia para las metáforas? Sentimiento y razón, armonía e ingenio, juicio y arte, exquisitez e ingenio, buen gusto.
Educación es, pues, buen gusto. Pero no sólo el gusto de la superficie, de lo accidental y caduco, de la epidermis. Sino, muy además y, si hace falta, sólo el que nace de lo hondo. “Por sus frutos los conoceréis”. El que produce buen fruto, buen gusto auténtico, es que lo lleva dentro.
El que tiene buen gusto - decía Isabel de Castilla - lleva carta de recomendación”. Y no se recomienda, al menos a la larga, el que despide de sí el hedor que hay más allá de la capa de gusto aparente. De Catón escribía Salustio que “prefería ser bueno a parecerlo”. Porque el hombre-hombre no busca parecer, sino ser.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Buena Educación (2). Ver y mirar.

En la historia de los hombres hay figuras que pasan por modelos. Buenos o malos. Un modelo fue Caín. Estaba estrenando la vida y ya oía en su corazón: “... a tus puertas está el egoísmo acechándote como una fiera que te codicia y a quien tienes que dominar”. Y él respondía a Dios, después de haber matado a Abel: “No sé dónde está. ¿Es que me toca a mí cuidar de mi hermano?”.Un poco descuidados debieron de estar Adán y Eva en la educación de este hijo mayor.
Así hablan todos los egoístas, es decir, todos los ‘maleducados’. No saben dónde están sus hermanos. Que no los ven, vamos. Y si no los ven, mal pueden preocuparse de ellos. Hacen verdad -  pero ¡de qué modo tan miserable y tan triste! - la afirmación de George Berkeley (¿recuerdas?) hace tres siglos: Esse est percipi. Existe lo que veo, en una traducción cómoda. Existimos porque Dios nos ve. Existen las cosas que percibimos. Y las personas. Podríamos pasarlo a nuestro lenguaje vulgar: “Lo que no me interesa ni lo veo ni existe”.
Bien educado es el que crece madurando como persona. “Crece madurando”. Porque cada paso de la vida nos hace madurar cuando, al caminar, no pisamos a ninguno de los que van junto a nosotros porque los vemos, y los respetamos y hasta los amamos.
Ser persona es ser para los demás. Y ser para los demás hasta dar la vida por ellos es la cima de la buena educación, porque es la cima del amor. Así hablaba Jesús, el ‘hombre perfecto’, el ‘Bieneducado’ en quien el Padre se complace. San Francisco de Sales, tan humano y tan divino, lo repetía con una metáfora: “La educación es la flor de la caridad”.
Lo podemos decir de otro modo. “El que no ama no puede ser ‘bieneducado’”. O viceversa: “El ‘maleducado’ lo es porque no ama”. Y en positivo. “El que ama de verdad ha llegado a la cima de su educación, de su madurez como hombre”. Y como cristiano.
¡Qué raro suena este consejo: “Sed esclavos unos de otros, pero por amor”! Ser esclavo es duro. Y, sin embargo, qué fácil es ser esclavo de sí mismo. Todos somos un poco (o un mucho) esclavos de nosotros mismos. Y eso que nos gusta, por encima de todo gusto, ser libres. Sólo el educado, el ‘bieneducado’, es libre. Liberarse es educarse. Y al revés.

martes, 6 de septiembre de 2011

Buena Educación (1)

Teseo acaba con Procustes

Procustes era un bandido griego en la lejana historia. Siempre y en todas partes ha habido bandidos y bandas. Basta mirar a nuestro derredor (y un poco más allá) en nuestra querida España. Con su banda actuaba Procustes en el Ática. Vigilaba el paso de los ingenuos que osaban pasar por un determinado puerto en la montaña. Los detenía y robaba. Y a los que no satisfacían su avidez, los sometía a esta corrección: tendido en un lecho que tenía la media del bandido, los descoyuntaba o cortaba los pies si no llegaban a su estatura o la excedían. Teseo acabó con él.

Procustes no era, evidentemente, un hombre educado. Ser educado lleva consigo aceptar que cada persona con quien convivimos sea ella misma, respire su aire, disfrute de sus derechos, conserve su propia medida.

Cuando oprimimos, deprimimos, exprimimos o comprimimos (que todo eso somos capaces de hacer en los vericuetos de nuestra vida)... cuando hacemos algo de eso con nuestro vecino y le sometemos con ello a nuestra medida, a nuestro gusto, a nuestro criterio, a nuestra real gana, empezamos, seguimos y acabamos siendo mal educados. Como Procustes.

En el fondo, un ‘maleducado’ es un egoísta. Y un egoísta es, en el fondo y la forma, un inmaduro, un enano, un raquítico de espíritu que conserva, aún después de muchos años de vida, la idea infantil de que todo el mundo gira alrededor de él, de que él es el bello ombligo del mundo. “¡Cuántos son los enanos!”, lloraba Plauto. Y Juvenal decía: “Los buenos son tan pocos, que apenas llegan al número de las puertas de Tebas o de las bocas del Nilo”· Que eran siete.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Estampida.


Birmingham, Leicester, Wolverhampton, West Bromwich, Gloucester, Liverpool, Manchester, Nottingham... han sufrido una triste y dolorosa estampida de elefantes estos días pasados. Los elefantes se guían por su instinto. Elefantes borrachos, sedientos, acosados... se han lanzado, en bastantes ocasiones en que su vida ha sido violentada, a responder con violencia para restablecer el equilibrio perdido.
Pero cuando los elefantes tienen nombre de hombre y, se supone, cerebro humano, sólo hay una explicación para su desconducta de marabunta. En realidad no son elefantes ofendidos, sino hormigas legionarias Ecitoninas, Dorylinas o Leptanillinas dotadas de un cerebro depredador, dispuesto a las razias urbanas, apoyado en la masa y envenenado por su ansia de destrucción y desquite. Y a veces por sus ganas de comer.
Suelen unirse en grupos los que son incapaces de vivir con independencia, de lograr objetivos nobles en la vida con su propio esfuerzo, en la soledad del que se entrega a un trabajo serio, duro, tenaz y constructivo. Suelen ser larvas de seres humanos que se han quejado de todo, que lo han querido todo, que critican todo, que piden poder definir algo en la sociedad y moldearla con un proyecto que son incapaces de precisar, cuando lo que han definido en su vida ha sido precisamente un absoluto vacío de proyecto y la gris vagancia de un perpetuo descontento y de una inacabable espera, que no esperanza, de que algo pueda cambiar las cosas. Son partidarios inconfesados de la dictadura, pero practicantes implacables de ella, porque ellos siempre tienen razón, más aún, sólo ellos tienen la razón.   
Es triste comprobar que tienen padres. Y madres. Y la tristeza nace no de comprobar que han nacido por culpa de alguien, hecho inevitable, sino por la culpa de que ese alguien los haya alimentado como a buitres.
Conocí el caso de un muchacho ya talludito que vivía con su abuela porque sus padres se hartaron de él. Y su abuela, esclava de su barbarie, veía y lloraba porque, por ejemplo, no le gustaban los espaguetis que le preparaba y los tiraba entre gritos contra la pared. 
David Cameron dice ingenuamente que la causa de lo sucedido se debe a la “falta de educación adecuada”, a la “falta de ética y moral”. Y califica de “repugnante ola de violencia” a lo que no es más que una necesaria consecuencia del desconcierto familiar y social que desde hace ya mucho tiempo se ha instalado en el cómodo modo de vida que nos encanija.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Discutir.

Eso es discutir y lo demás es cuento. Duelo a garrotazos, como pintó Goya en la Quinta del Sordo que compró en 1819: los pies bien hundidos en la tierra para no ceder ni un centímetro de la propia postura, el garrote bien asido para no errar y con la intención bien clara de dar en la cabeza al otro dialogante para acabar con él.
Parece que lo de los pies enterrados no era así en el original, sino que fue un mal arreglo al pasar el óleo del revoco al lienzo. Pero lo dejamos para nuestra reflexión como hoy se ve, porque es un rasgo más del talante de los que discuten.
Discutir es golpear para separar, sacudir para que caiga lo que sea, la tierra adherida a la raíz, la fruta, el grano, el vecino, el que nos lleva la contraria…
«¡Vivir allí arriba unos días en el silencio y del silencio nosotros, los que de ordinario vivimos en el barullo y del barullo! Parecía que allí oíamos todo lo que la tierra calla mientras nosotros, sus hijos, damos voces para aturdirnos con ellas y no oír la voz del silencio divino.  Porque los hombres gritan para no oírse cada uno a sí mismo,  para no oírse los unos a los otros… Para descansar de las visiones de miseria de cualquier barranco humano, para digerir todo lo que es accidente en la vida, ¿qué mejor sino la cumbre de la Peña de Francia al abrigo del venerado Santuario?» - escribía Miguel de Unamuno después de pasar algunos días en aquel precioso monte.
¿Quién discute? El que no tiene razón, el que busca eliminar al que tiene enfrente o, al menos, hacerle callar. El que impone su palabra (o su grito) con la fuerza del garrote verbal. Discute el que va por la vida levantándose tronos de autoritarismo a fuerza de tronar y escupir fuegos. El que no ha aprendido a pensar, a compartir, a regalar. Se le pueden aplicar los conocidos versos: Cuando empieza su charla don Malvicho, qué va a decir no sabe el infelice; cuando sigue, no sabe lo que dice; cuando acaba, no sabe lo que ha dicho.
Pero lo ha dicho y ¡ay del que contradiga su veredicto! Porque, como dice el refrán castellano, palabra y piedra suelta no tienen vuelta. Los suizos lo apadrinan mejor: Cuando la piedra ha salido de la mano, pertenece al diablo.
Conversar es el modo normal de comunicarse las personas capaces de saber que el otro, sea quien sea el otro, tiene derecho a existir, a hablar, a tener una opinión, a expresarla. Conversa el que escucha, el inteligente que sabe que oyendo se aprende, que oyendo se afina la capacidad de juzgar, que no se habla para quedarse por encima, sino para verter en común (ese es el significado exacto de “conversar”) el propio corazón y tomar del regalo de los otros lo que puede servir para enriquecer el propio.

lunes, 29 de agosto de 2011

"Minorías Creativas".

Al cumplir 22 años, Arnold  Joseph Toynbee, un inquieto pensador inglés, dedicó un año, desde septiembre de 1911 hasta agosto de 1912, a soñar en las civilizaciones de Roma y, sobre todo, de Grecia, cuyos escenarios recorrió casi siempre a pie, muchas veces solo. Ya había empezado a consolidarse la personalidad científica de uno de los más grandes filósofos de la historia. La abundancia de sus escritos, la riqueza de su investigación pero, tal vez, más que nada, su luminosa intuición, le hicieron expresar la teoría de la contemporaneidad de las civilizaciones: “Sea cual sea lo que la cronologia pueda decir, mi mundo y el mundo de Tucídides demostraban que eran contemporáneos. Y si esta era la verdadera relación entre la civilización Greco-Romana y la civilización Occidental, ¿no podía suceder que entre todas las civilizaciones conocidas por nosotros se revelase una misma relación?”.
No son las naciones ni los estados ni las etnias el fundamento de la sociedad humana. La base de una civilización es la respuesta que una población da al reto que se le presenta. Si en ella hay una minoría selecta y creativa, capaz de definir el reto, nacional o social, y dirigir a la población para superarlo, nace una civilización o se estructura sobrepasándose.
Alguno que recuerde esto pensará, sin duda, en el trance actual de muchas “civilizaciones”: pasan por crisis, padecen convulsiones, provocan tensiones... Y esperamos con Bécquer que haya una mano de nieve o una Voz que arranque las notas de esa arpa dormida o dé vida al Lázaro muerto.                      
Pero como estas palabras van dirigidas, no a gobernantes, sino a aquellos que tienen el privilegio de descubrir las notas de quienes están creciendo en la vida junto a  nosotros son capaces de convertir en una sinfonía gloriosa o de despertar del torpor y la inedia al genio que duerme en el fondo del alma, vale la pena el esfuerzo de recordar a Toynbee y su justificada exigencia de que una minoría creativa, ilusionada e ilusionante guíe y arrastre hacia la superación de ese reto a los que deben crecer en nuestro arrimo.  
¡Tú eres esa minoría creativa e ilusionante! ¡Tú eres la mano de nieve! ¡Tú eres la Voz esperada! Y si debes serlo y no lo eres, renuncia a tu papel.

viernes, 26 de agosto de 2011

Cruces.


La Kryžių kalnas (Colina de las cruces) se encuentra a unos siete kilómetros al norte de la ciudad industrial de Šiauliai, en Lituania. Uno no va a esa colina a contar sus cruces. Nadie lo sabe, aunque se supone que son más de cien mil.
Parece que las primeras se plantaron después de la batalla de Grünwald en 1410, contra la Orden Teutónica. Lituania era libre y defendía su independencia con la fuerza de la cruz, signo de libertad y sacrificio de la vida por defenderla
Pero no todo fue fácil. Quedó anexionada a la Rusia de Catalina II de Rusia en 1795 y reprimida en 1836 y 1863. Aumentaron entonces las cruces y el intento de eliminarlas. Estuvo sometida a los alemanes en la segunda guerra mundial hasta que la ocuparon los rusos en 1944. Y las cruces crecieron. Se niveló la colina y entre 1961 y 1975 y en distintas ocasiones se destruyeron las cruces que volvían a florecer.
En 1985 llegó la paz a la colina y después de la caída del muro de la división, la cruz volvió a ser la fuerza de la unión, de la hermandad, de la libertad y del amor. Las ideologías (¿existen?; ¿qué son?) no tienen nada que temer de las cruces, de la Cruz. Al contrario, deben acudir a ella si quieren ser algo para beber autenticidad. Porque, aparte de la referencia que tiene para la fe de los cristianos, que en ella depositan su amor a la bondad y grandeza de Cristo, es para cualquier hombre con sentido común que conozca su historia y su naturaleza, el instrumento con el que se saben capaces de defender la dignidad de las personas, la libertad de su grandeza, la capacidad de crecer en amor y entrega, el camino para levantar una sociedad en el respeto y la paz, la solidaridad mutua y la estima por los valores que la hacen merecedora de poder existir.

martes, 23 de agosto de 2011

Una buena noticia.

Copiamos literalmente de una nota de prensa:
En Grecia se abrirá una cátedra de español.
Dicen de Atenas que el ministro de Instrucción pública ha comunicado que el Gobierno griego ha decidido en principio crear en la Universidad de Atenas o en la de Salónica una cátedra de literatura española.
España, en cambio, creará en diferentes Universidades españolas cátedras de lengua griega e introducirá la enseñanza del griego moderno en las escuelas comerciales.
¿Suena a noticia añeja? Pues, sí: tiene 85 años. Añeja, pero no agotada. Porque debemos suponer que en ese tiempo se han impuesto muchos griegos en nuestro idioma nacional. Y viceversa, muchos españoles hablarán hoy con soltura, si no el griego de los que llamamos clásicos, Agatón de Atenas, Jenófanes, Isócrates, Esquilo, los muchos Apolodoros que hubo, Parménides, Platón, Eurípides, Aristófanes… sí el de andar por la calle hoy para pedir en Atenas un taxi y explicar nuestro destino, elegir de la carta en un restaurante, escuchar en su lengua (¡y ya nuestra!) a un guía nativo las excelencias, por ejemplo, de la Linterna de Lisícrates.    
Dicen (¡pero dicen tantas cosas que no hay que creer!) que los españoles estamos en la cola en eso de saber lenguas extranjeras. Que viajamos sin necesidad de saber la lengua del país al que vamos, porque siempre hay un español, residente en él, que nos atiende amablemente o un nativo que sudó lo suyo hasta dominar nuestra lengua. Y añaden que como en España no se pone el sol, en cualquier sitio al que vayamos deben entendernos sin más. ¡Que estudien ellos!
Dicen (¡pero dicen tantas cosas que no hay que creer!) que los españoles no aprendemos lenguas de otros países por una razón muy repetida: por vagancia. Y no lo hablamos por otra razón muy escondida: por nuestro ridículo sentido del ridículo.
No estaría de más que analizásemos personal y familiarmente (en otras dimensiones ya lo hacen sabias instituciones sociológicas y psicológicas) si eso de la vagancia es verdad. Porque si es verdad, debiéramos plantearnos en el ámbito personal y familiar (en otros ámbitos ya intervienen eficazmente – se supone - los vigías oficiales del ser y del saber) si en el bagaje de nuestra educación (la que ofrecemos padres y educadores; la que adoptamos y nos imponemos hijos y los que tratamos de ser más y mejores) figura el esfuerzo. Decimos cándidamente (o estúpidamente): Un niño a los tres años habla ya y sin esfuerzo casi a la perfección el español: ¿y yo voy a estar cinco tratando de aprender malamente el inglés? Se me ha escapado lo de “estúpidamente”, pero es que es estúpido creer que un niño en tres años no ha hecho un esfuerzo formidable para hacer suya la lengua de sus padres.
Ahí está la llave: en querer, en decidir, en ponerse a ello, en sudar.