Al cumplir 22 años, Arnold Joseph Toynbee, un inquieto pensador inglés, dedicó un año, desde septiembre de 1911 hasta agosto de 1912, a soñar en las civilizaciones de Roma y, sobre todo, de Grecia, cuyos escenarios recorrió casi siempre a pie, muchas veces solo. Ya había empezado a consolidarse la personalidad científica de uno de los más grandes filósofos de la historia. La abundancia de sus escritos, la riqueza de su investigación pero, tal vez, más que nada, su luminosa intuición, le hicieron expresar la teoría de la contemporaneidad de las civilizaciones: “Sea cual sea lo que la cronologia pueda decir, mi mundo y el mundo de Tucídides demostraban que eran contemporáneos. Y si esta era la verdadera relación entre la civilización Greco-Romana y la civilización Occidental, ¿no podía suceder que entre todas las civilizaciones conocidas por nosotros se revelase una misma relación?”.
No son las naciones ni los estados ni las etnias el fundamento de la sociedad humana. La base de una civilización es la respuesta que una población da al reto que se le presenta. Si en ella hay una minoría selecta y creativa, capaz de definir el reto, nacional o social, y dirigir a la población para superarlo, nace una civilización o se estructura sobrepasándose.
Alguno que recuerde esto pensará, sin duda, en el trance actual de muchas “civilizaciones”: pasan por crisis, padecen convulsiones, provocan tensiones... Y esperamos con Bécquer que haya una mano de nieve o una Voz que arranque las notas de esa arpa dormida o dé vida al Lázaro muerto.
Pero como estas palabras van dirigidas, no a gobernantes, sino a aquellos que tienen el privilegio de descubrir las notas de quienes están creciendo en la vida junto a nosotros son capaces de convertir en una sinfonía gloriosa o de despertar del torpor y la inedia al genio que duerme en el fondo del alma, vale la pena el esfuerzo de recordar a Toynbee y su justificada exigencia de que una minoría creativa, ilusionada e ilusionante guíe y arrastre hacia la superación de ese reto a los que deben crecer en nuestro arrimo.
¡Tú eres esa minoría creativa e ilusionante! ¡Tú eres la mano de nieve! ¡Tú eres la Voz esperada! Y si debes serlo y no lo eres, renuncia a tu papel.
Excelente artículo.
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