miércoles, 31 de agosto de 2011

Discutir.

Eso es discutir y lo demás es cuento. Duelo a garrotazos, como pintó Goya en la Quinta del Sordo que compró en 1819: los pies bien hundidos en la tierra para no ceder ni un centímetro de la propia postura, el garrote bien asido para no errar y con la intención bien clara de dar en la cabeza al otro dialogante para acabar con él.
Parece que lo de los pies enterrados no era así en el original, sino que fue un mal arreglo al pasar el óleo del revoco al lienzo. Pero lo dejamos para nuestra reflexión como hoy se ve, porque es un rasgo más del talante de los que discuten.
Discutir es golpear para separar, sacudir para que caiga lo que sea, la tierra adherida a la raíz, la fruta, el grano, el vecino, el que nos lleva la contraria…
«¡Vivir allí arriba unos días en el silencio y del silencio nosotros, los que de ordinario vivimos en el barullo y del barullo! Parecía que allí oíamos todo lo que la tierra calla mientras nosotros, sus hijos, damos voces para aturdirnos con ellas y no oír la voz del silencio divino.  Porque los hombres gritan para no oírse cada uno a sí mismo,  para no oírse los unos a los otros… Para descansar de las visiones de miseria de cualquier barranco humano, para digerir todo lo que es accidente en la vida, ¿qué mejor sino la cumbre de la Peña de Francia al abrigo del venerado Santuario?» - escribía Miguel de Unamuno después de pasar algunos días en aquel precioso monte.
¿Quién discute? El que no tiene razón, el que busca eliminar al que tiene enfrente o, al menos, hacerle callar. El que impone su palabra (o su grito) con la fuerza del garrote verbal. Discute el que va por la vida levantándose tronos de autoritarismo a fuerza de tronar y escupir fuegos. El que no ha aprendido a pensar, a compartir, a regalar. Se le pueden aplicar los conocidos versos: Cuando empieza su charla don Malvicho, qué va a decir no sabe el infelice; cuando sigue, no sabe lo que dice; cuando acaba, no sabe lo que ha dicho.
Pero lo ha dicho y ¡ay del que contradiga su veredicto! Porque, como dice el refrán castellano, palabra y piedra suelta no tienen vuelta. Los suizos lo apadrinan mejor: Cuando la piedra ha salido de la mano, pertenece al diablo.
Conversar es el modo normal de comunicarse las personas capaces de saber que el otro, sea quien sea el otro, tiene derecho a existir, a hablar, a tener una opinión, a expresarla. Conversa el que escucha, el inteligente que sabe que oyendo se aprende, que oyendo se afina la capacidad de juzgar, que no se habla para quedarse por encima, sino para verter en común (ese es el significado exacto de “conversar”) el propio corazón y tomar del regalo de los otros lo que puede servir para enriquecer el propio.

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