De izquierda a derecha: Magda y Lena
La teratología estudia las anomalías de los seres vivos. Por ejemplo, el caso de una tortuga con dos cabezas que me impresionó siendo yo jovencito. ¡Pobre animalito! debí pensar. Porque así lo sentí. Porque la noticia completa era que después de algunas semanas o hasta algún mes de vida aparentemente normal, se murió. No recuerdo si la noticia aclaraba que la culpa la tuvo la cabeza derecha o la izquierda o las dos o ninguna, porque la tuvo el hígado, por ejemplo. Pero el hecho, triste, fue que se murió.
Ahora cuentan los medios que hace pocos meses nació “una tortuga bicéfala y con cinco patas” en un parque zoológico de Eslovaquia. Y añaden que “tiene dos cerebros conectados al mismo sistema nervioso” y que “los gestores del zoo han llamado Magda y Lena” al animalito (supongo que cuando tienen prisa para decirle[s] algo dirán sin pararse “Magdalena” y se darán las dos por aludidas). Es un consuelo saber por los mismos medios que ha habido “tortugas espueladas (así se llaman, por lo leído) que han llegado a los 50 años con un tamaño de 90 cm de largo y 70 kilos de peso”. Conocí una con esas dimensiones, o más, en África, aunque no era espuelada ni me pudo decir su edad. Devoraba unas enormes hojas de una planta, sin duda sabrosa, y no me hizo caso.
Cosas como éstas hacen pensar mucho, al menos a mí. Y preguntarse algunas cosas. Por ejemplo: ¿Se puede dar un fenómeno como ese, metafóricamente hablando, en una persona, en una institución, en una familia? ¿Puede subsistir una asociación en la que los pareceres sean tan distintos como lo son dos cabezas? ¿Puede producir, crecer y prosperar una empresa en la que no se comparten las mismas estrategias de funcionamiento? ¿Es oportuna la puesta en marcha de un proyecto si los que concurren a hacerlo realidad no aceptan la alta dirección de una cabeza? ¿Pueden vivir juntas dos personas que no entienden que la vida en común es un ejercicio continuo, total y vital de aportar, contribuir, co-laborar, conllevar, ofrecer, entregar y entregarse? ¿Creen poder educar una mujer y un hombre que han engendrado vidas para la historia si no viven en un amoroso pacto de coincidencia?
Si Jesús nos enseña a darnos cuenta de que un reino dividido viene asolado y una casa contra sí misma cae, debemos percibir el desconcierto primero y el desprecio de la autoridad después en los hijos, aun desde muy pequeños, cuando ven la división entre sus padres. No hay agresión más fuerte contra su débil seguridad (¡que los niños, los adolescentes, los jóvenes y… sufren de una profunda inseguridad!) que el choque entre los proyectos que defienden sus padres.
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