Atentísimo estuvo Sancho a la relación de la vida
y entretenimientos del hidalgo; y, pareciéndole buena y santa y que quien la
hacía debía de hacer milagros, se arrojó del rucio, y con gran priesa le fue a
asir del estribo derecho, y con devoto corazón y casi lágrimas le besó los pies
una y muchas veces. Visto lo cual por el hidalgo, le preguntó:
-¿Qué hacéis, hermano? ¿Qué besos son
éstos?
-Déjenme besar -respondió Sancho-, porque
me parece vuesa merced el primer santo a la jineta que he visto en todos los
días de mi vida.
-No soy santo -respondió el hidalgo-, sino
gran pecador; vos sí, hermano, que debéis de ser bueno, como vuestra
simplicidad lo muestra.
Volvió Sancho a cobrar la albarda, habiendo
sacado a plaza la risa de la profunda malencolía de su amo y causado nueva
admiración a don Diego. Preguntóle don Quijote que cuántos hijos tenía, y
díjole que una de las cosas en que ponían el sumo bien los antiguos filósofos,
que carecieron del verdadero conocimiento de Dios, fue en los bienes de la
naturaleza, en los de la fortuna, en tener muchos amigos y en tener muchos y
buenos hijos.
-Yo, señor don Quijote -respondió el
hidalgo-, tengo un hijo, que, a no tenerle, quizá me juzgara por más dichoso de
lo que soy; y no porque él sea malo, sino porque no es tan bueno como yo
quisiera. Será de edad de diez y ocho años: los seis ha estado en Salamanca,
aprendiendo las lenguas latina y griega; y, cuando quise que pasase a estudiar
otras ciencias, halléle tan embebido en la de la poesía, si es que se puede
llamar ciencia, que no es posible hacerle arrostrar la de las leyes, que yo
quisiera que estudiara, ni de la reina de todas, la teología. Quisiera yo que
fuera corona de su linaje, pues vivimos en siglo donde nuestros reyes premian
altamente las virtuosas y buenas letras; porque letras sin virtud son perlas en
el muladar. Todo el día se le pasa en averiguar si dijo bien o mal Homero en
tal verso de la Ilíada; si Marcial anduvo deshonesto, o no, en tal epigrama; si
se han de entender de una manera o otra tales y tales versos de Virgilio. En
fin, todas sus conversaciones son con los libros de los referidos poetas, y con
los de Horacio, Persio, Juvenal y Tibulo; que de los modernos romancistas no
hace mucha cuenta; y, con todo el mal cariño que muestra tener a la poesía de
romance, le tiene agora desvanecidos los pensamientos el hacer una glosa a
cuatro versos que le han enviado de Salamanca, y pienso que son de justa
literaria.
A todo lo cual respondió don Quijote:
- Los
hijos, señor, son pedazos de las entrañas de sus padres, y así, se han de
querer, o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida;
a los padres toca el encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud, de
la buena crianza y de las buenas y cristianas costumbres, para que cuando
grandes sean báculo de la vejez de sus padres y gloria de su posteridad; y en
lo de forzarles que estudien esta o aquella ciencia no lo tengo por acertado,
aunque el persuadirles no será dañoso; y cuando no se ha de estudiar para pane
lucrando, siendo tan venturoso el estudiante que le dio el cielo padres que se
lo dejen, sería yo de parecer que le dejen seguir aquella ciencia a que más le
vieren inclinado; y, aunque la de la poesía es menos útil que deleitable, no es
de aquellas que suelen deshonrar a quien las posee.