miércoles, 22 de mayo de 2019

El jugador educado.


Aunque sean cosas del pasado sirven para iluminar el futuro. Y, en todo caso a nosotros educadores, para subrayar lo que tiene de noble un gesto en algo tan duro y aparente, y de algún modo tan acalorado como el fútbol.
El hecho fue, ya en tiempo muy lejano (en la temporada del 2007 al 2008), que el jugador egipcio Mohamed Salah bin Ghaly, jugando con el Liverpool contra el Waltfor, le hizo cuatro goles al entonces portero del equipo contrario, el griego Orestis Karnezis.
Cuando al final del partido el árbitro pitaba que ya estaba todo hecho, Salah pensó que faltaba una cosa. Y se fue hacia el portero Karnesis y le pidió perdón por haberle metido cuatro veces el balón en la portería. Así lo interpretaron muchos de los  testigos, amigos o enemigos de aquellos goles. Uno de ellos escribía. “Es difícil no querer a Salah”.
La “buena educación” suele heredarse. Y si los padres son y están bien educados  orientan a sus hijos desde muy pequeños hacia actitudes y gestos que manifiesten la nobleza del corazón. Un mal educado no tiene un corazón noble. Prevalecerán en su corazón los sentimientos de “a mí qué me importa”, “allá él”, “se lo ha ganado”, “me tiene sin cuidado”…
Porque la raíz está ahí: que si crezco modelando mi corazón en el respeto, el aprecio, la estima, la compasión (que significa sufrir con otro),  el altruismo, “tú el primero”… estoy dando a mi corazón, mi conducta y mi trato a los demás lo más rico que hay en mí: “El sentido del otro”. 

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