Durante cincuenta años la compañía petrolífera Eilat Ashkelon
Pipeline Company había prohibido, para tutelar sus intereses, llegarse a una
franja de mar (cercana a la ciudad turística de Eilat, de admirable playa),
donde está el oleoducto de la empresa. Hace algo más de un año la Compañía
decidió recomponer la estructura de su presencia (por decirlo de algún modo) y actualmente
permite acceder a aquel lugar, con lo que se ha ampliado notablemente el
espacio del sorprendente atractivo turístico. .
Y se ha ampliado gozosamente (y descubierto también en los
parajes hasta ahora prohibidos) un paraíso submarino de algas, corales, peces, delfines…
al alcance de la vista y de las manos respetuosas.
Son una imagen y una decisión que representan el posible
paraíso en el que se despliegan los esfuerzos de nuestra educación. Es
imposible o, a lo más, raro o difícil, que de una educación que regala amistad,
cercanía, afecto, interés, generosidad, entrega, aprecio, paciencia, exigencia,
comprensión, constancia, seguimiento, honradez, amor, confianza, optimismo,
dedicación, presencia, altruismo…, todo eso y mucho más, no brote un fruto
sazonado, sano, fuerte y estable.
Tal vez esta noble tarea de educar sea una de las que más
deserciones padecen, más abandonos se produzcan y más desilusión hagan brotar.
Buenos, de verdad buenos educadores hay pocos porque hay pocos valientes que
hayan aceptado de verdad el oficio más oneroso, más noble y de frutos más
imperecederos que existan.
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