El 15 de marzo de 2015
el joven Akash Bashir, antiguo alumno salesiano, se sacrificó para impedir que
un terrorista suicida provocase una matanza en la iglesia de San Juan en
Youhannabad, un barrio cristiano de Lahore (Pakistán).
Tenía 18 años, había
estudiado en la Escuela Técnica Don Bosco de Lahore y se había ofrecido como
voluntario para la seguridad de la comunidad cristiana. Aquel día vigilaba en
la entrada de la iglesia de San Juan cuando vio que se acercaba corriendo hacia
el templo un hombre. Akash lo detuvo y el individuo le explicó que llevaba una
bomba para hacerla explotar entre los cristianos. Por lo que Akash le abrazó
para impedir su intento. El terrorista entonces hizo explotar su carga muriendo
unas veinte personas, entre ellas el mismo Akash que, con su intervención había
impedido un desastre en la iglesia llena de fieles para la Misa.
Dar la vida por los que uno ama es un rasgo de
valentía, pero antes que de valentía, de madurez humana y, para un cristiano,
de amor. En nuestra vida diaria, muchas veces nos parece impulsar la necesidad
de hacer algo costoso por otro, por los demás. Pero nos paraliza la mente que
razona muy oportunamente: “¿Para qué si nadie te lo va a agradecer?”. “Bueno,
pero ten en cuenta que no se va enterar nadie de que has sido tú”. “¿Les debes
algo?”. “Al final el que sale perdiendo eres tú. Déjale: que se arregle él
solo”. “¿Quién me ha dado vela en este entierro?”...
Vivir así, sentir así, actuar así es propio de
nuestra naturaleza que, ordinariamente, se mueve y vive alerta para que nada
turbe o dañe la tranquilidad e integridad de nuestro precioso yo. Sin acertar
con que el precio de nuestro yo (el placer profundo de que sea de verdad
precioso) nace de tener en cuenta al otro, de saber que sin el otro, sin los
otros, no tiene sentido, ni precio ni valor ningún yo.
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