El mal que contemplamos en esta imagen,
tomada de un video hecho en Manado, Indonesia, no es un mal único o extraño.
Todo eso y todo lo que escupen los muchos ríos de plástico que van a ahogar a
los océanos, son una amenaza evitable y un reflejo aturdido de nuestra
conducta, la de los hombres, vergonzosa.
Sesenta kilómetros más al Sur se retiró
del agua, hace cuatro meses, una ballena muerta, con seis kilos de plástico en
el estómago.
Ocean
Conservancy, organización no gubernamental con sede en Washington,
asegura que China, Indonesia, Filipinas, Vietnam y Tailandia arrojan al mar el
60 por ciento de los residuos de plástico que hay en los océanos. Indonesia, que
trabaja contra esta plaga, es la segunda, después de China, en esta
contaminación.
El mal mayor, sin embargo, está en la
cabeza y en el corazón de los que
contribuimos a este asesinato de la Naturaleza. Nuestra indiferencia (pensemos
en la de nuestros hijos y educandos)
lleva a nuestras manos un instrumento asesino sin pensar que lo es. Es el
primer fallo en nuestra educación, la propia y la de nuestros dependientes.
“¡Si no mancha!, ¡Si no corta!, Si no pesa
nada!...”, es una respuesta insensata (porque no pensamos) y criminal (porque
aceptamos la propia complicidad) sobre el hecho de la muerte lenta (más o menos
lenta), imparable (ahí y en muchos otros sitios están los instrumentos con los que convivimos alegremente mientras el cadáver de la Naturaleza, sin hedor,
brillante, ligero… nos acusa de indolencia, vagancia y egoísmo insensible.