“Sacra
conversazione” es el acertado título de la espléndida tabla (312 x 215 cm) de Tiziano (la primera obra que
firmó, a los treinta años) por encargo del mercader de Duvrovnik, Alvise Gozzi,
para el altar mayor de la iglesia de San Francisco en Ancona.
De arriba abajo gozamos viendo la atención que la Virgen
presta a San Blas, protector di Dubrovnik, obispo
y médico, cuidador de las gargantas. Éste señala a Alvise el precioso conjunto
que se ve en el cielo: dos ángeles juegan con coronas, mientras que otro ayuda
a la Madre para que el Niño no se vaya a jugar con ellos; María, joven y fuerte
al contener las ansias de su Hijo, mira y escucha a San Blas que le presenta a
Alvise. Francisco, con la mano sobre el pecho, canta en silencio su admiración
por la bondad de Dios hacia sus criaturas. Cada uno, con los ojos, con la boca,
con sus manos y con su corazón mantiene una conversación, naturalmente sagrada,
pero humanamente intensa y entrañable.
Al fondo se adivina Venecia, con la laguna
de San Marcos, el Palacio Ducal y su esbelto campanario.
Hay en Milán una tradición pintoresca:
conservar una rebanada del panettone
de Navidad para comerla el día de San Blas, el 3 de febrero.
Si nos fijamos bien podemos advertir que
la mirada del Niño Jesús va también más allá (¡más acá!) de lo que le acompaña
en la escena. Nos mira para verter sobre nosotros la decisión, porque estamos
convencidos, de que la esencia de la Navidad, envuelta en luz, color, gozo
familiar y humano, no pierda su sabor divino, el único que la hace
verdaderamente Navidad. Y cada uno de nosotros sabe bien y siente hondamente
cómo vivirlo. Seríamos más felices, más
humanos, más hermanos… si una rebanada
de la esencia de la Navidad quedara para el resto de nuestro camino.