Los
catídidos, ¡vaya nombre!, son
insectos de Centroamérica que se parecen, lejanamente, a los saltamontes.
Otros, pero con residencia muy lejana porque son asiáticos, sobre los que me
permito una profana y leve referencia, semejan hojas. Las hembras parecen hojas
bonitas, como es natural, de color rosa, mientras que los machos son totalmente
verdes. Los machos cantan sin cansarse hasta que encuentran su pareja.
La
catídida que vemos arriba se llama Eulophophylum
kirki. Y es muy rara. Rara de nombre, rara de aspecto, rara en número, rara
en domicilio. Se encuentran solo, que se sepa hasta hoy, en Borneo. La mayor
parte de los entomólogos los conocen solo de foto. Porque, además de existir
solo en Borneo, su número es muy reducido. Borneo, como recuerdas, es una gran
isla, con tres partes desiguales en extensión: la más grande, al Sur, es
Kalimantan y pertenece a Indonesia. En el borde superior están dos zonas
separadas, Sarawak y Sabah, que son de Malasia. Y, como incrustada en Sarawak,
una superficie mucho más reducida, pertenece y lleva el nombre de Brunei. Pues
en el Danum Valley Conservation Area
del estado de Sabah se descubrió el año pasado, 2016, este curioso animal.
Los
entomólogos, amigos y colegas, se cruzan datos sobre su “mundo” de búsqueda y
hallazgos. Uno de ellos, George Beccaloni, inglés, recibía de un amigo fotos de
catídidos americanos que no lograba clasificar. Y Beccaloni, a su vez, le
enviaba una foto a Sigfrid Ingrisch, experto en catídidos asiáticos que, con
temor de no acertar, le dio el nombre que ya conoces.
Hasta aquí, en aburrida reseña, la entomológica. Y ahora, en no menos
aburrida consideración, una posible aplicación práctica.
No es raro encontrarse, sin saberlo, con un precioso diamante entre los
tesoros que se confían a nuestra labor de formadores. Y tal vez no nos damos
cuenta de su valor. Porque nos parecen raros. Tal vez silenciosos, retraídos,
aparentemente ajenos al aire que respiran los demás. Y nos contentamos con
respetar su aislamiento sin darnos
cuenta de que necesitan una atención delicada y más profunda que solo
podremos ofrecer cuando la amistad, el interés y el aprecio les haga saber que
estamos interesados por ellos y que deseamos acompañarlos en su posible mirada
crítica y tal vez justa sobre el mundo que los rodea.
Me recuerdan el arpa de Bécquer, “…
de su dueña tal vez olvidada”.
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