La
bicicleta que ves es de piedra. Bueno,
parece de piedra. Porque está recibiendo el agua que cae hacia el pozo Petrifying Well, junto al río Nidd. Esa
agua es tan rica en minerales que en poco tiempo estos se solidifican y dan, al
cubrir los objetos que se colocan allí, un aspecto pétreo que asombra a los que
lo visitan ¡desde mediado el siglo XVII!. Y desde entonces es una meta de
visita y curiosidad para la gente que paga por verlo. Si deseas hacerlo, sábete
que se encuentra en el pueblo de Knaresborough, en el condado de Yorkshire, a medio camino entre Londres y
Glasgow. Es decir: en medio de Inglaterra.
Ya en
1538 John Leyland, anticuario de Enrique VIII, lo visitó y dejó escrito su
testimonio en el que contaba que la gente del lugar bebía de aquellas aguas y
se bañaba en ellas con la seguridad de que eran aguas milagrosas. O casi.
El hombre, ahora y siempre, ha vivido y vive en una
atmósfera social que no le deja indemne. ¡Ojalá sea solo por fuera como sucede
en Petrifying! Pero la cabeza y el corazón no quedan siempre libres de la
lluvia de criterios, costumbres, ritos callejeros, prácticas y contagios que le
encierran en una especie de funda de piedra de inercias, de convicciones sin
alma, de ataduras, de adhesión y pertenencia a grupos sin cerebro, de manadas
de cabestros que hacen bulto pero nunca toman decisiones sensatas y acertadas.
Vivimos en una sociedad en la que creemos y cacareamos que
somos libres. Pero basta escuchar durante unos minutos a algunas de esas
personas “libres” y constatamos con cierta tristeza que están construidos
interiormente con material de desecho. Les agrada repetir lo que han oído sin
darse cuenta de que lo que han oído les ha impedido pensar por sí mismos, medir
y ponderar el valor de lo que oyen y y tratan de hacer oír a los demás porque
están convencidos de que esa es “la
verdad”: “¡Si es verdad!”.
El tesoro de nuestra vida de padres y educadores son
nuestros hijos y educandos. Y nuestra tarea no está en convencerlos de que
tenemos razón, sino acompañarlos en el difícil camino de escuchar, discernir,
desechar y aceptar por sí mismos. No para rodearse de una capa aparente de
saber y dominar, sino para enriquecer la mente y el corazón con la grandiosa y
modesta actitud del que va aprendiendo, poco a poco y de verdad, la
verdad.
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