Aunque vivió hace mucho tiempo,
estoy seguro de que conoces o conociste a Marcos Terencio Varrón. Terencio para
los que frecuentan sus escritos, que fueron muchos y de los que nos han llegado
solo algunos, vivió en el siglo de Pompeyo y Julio César, de Marco Antonio y
Octavio. Militar con Pompeyo, perdonado por su opositor Julio César (del que
recibió la dirección de las bibliotecas públicas de Roma), declarado fuera de la ley por Marco Antonio y
repuesto por Augusto, yo creo que, por tantas idas y vueltas, dejó la política
y las armas y se dedicó al estudio, la observación y la escritura.
Y de ellas tomo algo que te
gustará leer si no lo conoces. A propósito de salud y enfermedades, escribió: "Hay
una raza de ciertas criaturas diminutas que no se pueden ver por los ojos, pero
que flotan en el aire y entran al cuerpo por la boca y la nariz y causan
enfermedades graves". ¿No crees que Louis Pasteur se inspiró en él?
A propósito del pulso del
cuerpo humano escribió sus diversas formas y una de ellas la presenta como caprizans pulsus. Es decir, inesperado
en su ritmo e irregular, como el salto de una cabra.
La definición clásica de capricho es “idea o propósito que uno forma
arbitrariamente, fuera de las reglas ordinarias y comunes, sin razón”. Y los
sabios dicen que la palabra capricho,
dejando a las cabras en paz, saltando o no, está tomada directamente del
italiano capriccio y antes caporiccio, es decir, cabeza de erizo, con los pelos de punta.
Vayamos a una reflexión sobre lo anterior que nos ayude en nuestro alto
oficio de ayudar a modelar
personalidades correctas. ¿No te parece que el mundo de hoy (modas, economía,
política, corrientes, costumbres, relaciones, iniciativas, ideas, comportamien-tos, arte, propósitos…) están
tocados por impulsos parecidos al del salto sin ton ni son de la cabra? ¿Y que
ciertas irregularidades que ponen los pelos de punta nacen de la arbitrariedad
de nuestra acción educadora, de nuestra flojera en conocer y advertir,
acompañar y estimular?
El fruto de ese proceder educativo, que es caprichoso, produce un efecto de capricho por imitación: “da lo mismo”, “por esta vez”, “no es para tanto”, “ten cuidado”, “que yo no me entere”, “no te pases”, “pues estaría bonito”, “que no vuelva a suceder”, “que yo no me entere”, “como se entere tu padre”… Es decir, eliminar la propuesta de honradez como condición indispensable de la conducta es el mejor modo de que nuestro tesoro quede enterrado para siempre por el capricho.
El fruto de ese proceder educativo, que es caprichoso, produce un efecto de capricho por imitación: “da lo mismo”, “por esta vez”, “no es para tanto”, “ten cuidado”, “que yo no me entere”, “no te pases”, “pues estaría bonito”, “que no vuelva a suceder”, “que yo no me entere”, “como se entere tu padre”… Es decir, eliminar la propuesta de honradez como condición indispensable de la conducta es el mejor modo de que nuestro tesoro quede enterrado para siempre por el capricho.