El 15 de junio de 1520 la Iglesia no tuvo más remedio que
declarar que Martín Lutero se había apartado del camino que la Iglesia venía
haciendo trabajosamente tras las huellas de Jesús de Nazaret. Y unos meses más
tarde (3 de enero de 1521) le indicó que quedaba fuera de la comunión con
ella. Entre noviembre de 1520 y junio de
1521 Lutero escribió un Comentario al
Magnificat. Se lo dedicaba al joven Federico de Sajonia que años más tarde
sería Príncipe de esa región. He aquí algunas de sus palabras.
“Para la ordenada comprensión de este sagrado cántico, es
preciso tener en cuenta que la bienaventurada virgen María habla en fuerza de
una experiencia peculiar por la que el Espíritu santo la ha iluminado y
adoctrinado. Porque es imposible entender correctamente la palabra de Dios, si
no es por mediación del Espíritu santo. Ahora bien, nadie puede poseer esta
gracia del Espíritu santo, si no es quien la experimenta, la prueba, la siente.
Y es en esta experiencia en la que el Espíritu santo enseña, como en su escuela
más adecuada; fuera de ella, nada se aprende que no sea apariencia, palabra
hueca y charlatanería.
Pues bien, precisamente porque la santa Virgen ha experimentado
en sí misma que Dios le ha hecho maravillas, a pesar de ser ella tan poca cosa,
tan insignificante, tan pobre y despreciada, ha recibido del Espíritu santo el
don precioso y la sabiduría de que Dios es un Señor que no hace más que
ensalzar al que está abajado, abajar al encumbrado y, en pocas palabras,
quebrar lo que está hecho y hacer lo que está roto…
…cuando Cristo tenía que llegar, los sacerdotes se habían
apropiado tal honor, eran los únicos que gobernaban, y la casa real de David se
había visto reducida a la pobreza y al desprecio. Justamente como una cepa
muerta, que no dejaba sospechar ni esperar que de ella pudiera brotar un nuevo
rey de tan elevado rango. Y precisamente entonces, cuando esta falta de
vistosidad había tocado su punto máximo, llega Cristo para nacer de esta
menospreciada estirpe, de esta insignificante y pobre mozuela; el renuevo y la
flor brotan de una persona a la que las hijas de los señores Anás y Caifás no hubieran
creído digna de ser su más humilde criada. De esta suerte las obras y mirada de
Dios tienden hacia la bajura; las de los hombres sólo hacia las alturas”.
La devoción de Lutero hacia María nos ayuda a comprender cómo ante Ella, “la humilde sierva”, toda mente y todo corazón se abren a venerar la bondad de Dios que hizo que ”la santa Virgen ha experimentado en sí misma que Dios le ha hecho maravillas, a pesar de ser ella tan poca cosa, tan insignificante, tan pobre y despreciada, ha recibido del Espíritu santo el don precioso y la sabiduría de que Dios es un Señor que no hace más que ensalzar al que está abajado, abajar al encumbrado y, en pocas palabras, quebrar lo que está hecho y rehacer lo que está roto”.
La devoción de Lutero hacia María nos ayuda a comprender cómo ante Ella, “la humilde sierva”, toda mente y todo corazón se abren a venerar la bondad de Dios que hizo que ”la santa Virgen ha experimentado en sí misma que Dios le ha hecho maravillas, a pesar de ser ella tan poca cosa, tan insignificante, tan pobre y despreciada, ha recibido del Espíritu santo el don precioso y la sabiduría de que Dios es un Señor que no hace más que ensalzar al que está abajado, abajar al encumbrado y, en pocas palabras, quebrar lo que está hecho y rehacer lo que está roto”.