John Mordecal Gottman, profesor (hoy ya emérito) de psicología en
Washigton, con su esposa la doctora Julie Schwartz y otros autores, ha regalado
a los lectores de sus más de 190 artículos y 40 libros, un torrente de
sabiduría sobre una de las mayores y más estimables riquezas del ser humano: la
estabilidad fecunda del matrimonio.
Para los que tienen hijos o educan a niños o jóvenes saben bien cuánto hay
de ruina en su proceso de maduración afectiva y, en último análisis, vital,
como consecuencia irreparable de las enfermedades del árbol del que proceden.
Porque los hijos nacen del árbol que los ha engendrado, pero sigue ya en toda
su vida (y de un modo más profundo en la niñez y la adolescencia) la existencia
o la falta de ese alimento necesario y misterioso que sigue modelando sus vidas
y su personalidad “en el aire”.
Define Gottman como “los cuatro
jinetes del apocalipsis” del matrimonio a cuatro enfermedades que pueden
darse (¡cuántas veces inevitablemente juntas!) en los esposos: la crítica, el desprecio, la reacción
defensiva y el muro del silencio.
Y no son enfermedades de una u otro, sino, por desgracia y por reacción y
contagio, muchas veces, de los dos. Hay estados de ánimo, tropiezos, pequeñas
torpezas, aislamientos, actitudes, palabras desafortunadas o inoportunas,
reticencias, reservas, alusiones, comentarios, gestos, omisiones, referencias,
comparaciones, egoísmos, nostalgias, miradas, distancias… que hieren primero,
duelen después, siembran inquietud y dejan una huella a veces indeleble que
puede ir haciéndose más honda hasta comprometer su propio compromiso de amor.
A nada de esto son ajenos los hijos. De un modo consciente o inadvertido
sienten que sus padres no son ya una pareja con una sola vida, sino dos
convivientes. No han sido capaces o constantes en fundir sus “yo” en un único
aliento de vida. Y esa división en lo que más quiere y admira hace que el joven
se sienta llevado a amasar su proyecto personal con la amargura de la decepción
y la quebradura de la desesperanza.
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