Emmanuel Lévinas nació en Kaunas (Lituania) en 1906 en una familia judía. Aunque debió emigrar a Ucrania, volver a Lituania, viajar
a Francia para estudiar, y a Alemania e Italia. En Francia adquirió la
nacionalidad francesa y estuvo
prisionero en un campo de concentración en la segunda guerra mundial.
El
sufrimiento de la guerra y, con más fuerza también, su experiencia en el campo
de concentración, fortalecieron su postura filosófica. Veamos, en una
interpretación superficial, algo de su profundo pensamiento.
Dejarse
meter y abrazar por la realidad económica nos convierte en materia de un mundo
totalitario que no admite más que acumular, rivalizar y tiranizar. Uno mismo se
convierte en mercancía. Pero hay otro modo de ser posible para el ser humano
que tiene la oportunidad de ceder su lugar, de sacrificarse por el otro, de
morir por el desconocido. La
bondad y la grandeza de dar, el amor, dar desinteresadamente;
amor, misericordia y responsabilidad y, de este modo, la positividad de una
adhesión al ser sólo parta del ser del otro. Lo existente, que da sentido a los
entes en el mundo, produce una impersonalidad árida, neutra y sutil, que solo
puede ser superada en el ser-para-el-otro,
como momento ético de respeto a la Alteridad.
Él decía que Lituania es el país en el que
el judaísmo crítico conoció el desenvolvimiento espiritual más elevado de Europa. Yo pienso que sentía, aunque lógicamente no lo
expresase, que Lituania, profundamente cristiana, vivía con la fuerza de la
entrega que otro Judío que se definió a sí mismo como el Camino, la Verdad y la
Vida, imprimió en el alma humana, hecha para darse pero reacia a hacerlo a la
hora del sacrificio.
Contemplar el triunfo de Cristo en su Cruz nos anima a considerar la
realidad más divina en lo humano que la humanidad pueda haber vivido nunca. A
la conducta del “buen samaritano” se acercaba Lévinas cuando escribía: «Sufrir no tiene sentido, pero el
sufrimiento para reducir el sufrimiento del otro es la única justificación del
sufrimiento, es la más grande dignidad… La compasión, es decir sufrir con el
otro es la cosa que tiene más sentido en el orden del mundo».
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