… es, como sabes, una
nebulosa en la gran Nube de Magallanes
de nuestra Galaxia. Cosa de casa, a una distancia de nosotros de solo unos 160
mil años luz. Los astrónomos estudian qué pasa y qué pasará entre dos de las
estrellas peculiares, calientes y macizas de la VFTS 32, que es una especie de
almacén especializado en esa clase de estrellas. Es cada una de esa pareja como
30 veces mayores que el Sol y llega a vivir a 40 mil grados de temperatura,
intercambiando con la otra el 30 por ciento de su materia.
Los centros de esas
dos estrellas están muy cerca uno de otro: a solo 12 millones de kilómetros,
que a nosotros nos parece mucho, pero para ellas es una bagatela. Son, dicen,
“estrellas-vampiro” y, desde luego, una pareja rara. Y les auguran un final
catastrófico: o un choque con una gran explosión lanzando por todas partes
rayos gamma de larga duración o formando un sistema binario con agujeros negros
y ondas gravitatorias imponentes.
Lejos de ese mundo temible y lejano, yo pensaba en los que
están a punto de formar otras parejas, cerca de nosotros, en nuestras humildes
coordenadas mundiales. Las que día a día se forman en tantos encuentros
ocasionales, o de relaciones frecuentes y que proyectan vivir en unión y
agrado. ¿No hay riesgo en ello? Naturalmente, no. Pero a veces lo que es
natural y normal deja espacio a lo que es desengaño, desilusión, capricho,
cansancio, exigencia, intransigencia, despecho, rechazo, desprecio, violencia…
No exagero. Y tú, lector, inteligente y benigno, me das la razón porque lo
sabes bien.
¿Qué ha fallado? Una pareja humana solo tiene un factor que
procure el milagro de una misma identidad. En cristiano esa identidad se llama
“una sola carne”. Y ese factor es el amor. El
amor - escribía Pablo de Tarso a sus amigos
cristianos de Corinto - es paciente, afable;
no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se
irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza
con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites,
aguanta sin límites. El amor no pasa nunca.
Pero una condición como esa no se improvisa, no es patrimonio de un inmaduro, de un pelele, de un hombre o una mujer a medias. Es el fruto de una autoeducación constante, generosa y en sazón. ¡A sazonar!
Pero una condición como esa no se improvisa, no es patrimonio de un inmaduro, de un pelele, de un hombre o una mujer a medias. Es el fruto de una autoeducación constante, generosa y en sazón. ¡A sazonar!