Como esta no es una
página de historia y como sus lectores conocen bien la de los dos sitios de
Zaragoza, queda reducida a subrayar una robusta determinación de un robusto
ingeniero militar, Antonio de Sangenís y Torres, aragonés de Albelda, Huesca, a
las órdenes del general defensor de la ciudad, José de Palafox y Melci en 1809.
Napoleón Bonaparte –
le conocéis – que en el segundo asedio estaba en España, sentía como una
dolorosa espina la resistencia de Zaragoza y sin duda pensaba también en ella
cuando, ya en su exilio, decía: “Esta maldita Guerra de España fue la causa
primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis
desastres se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en
Europa, complicó mis dificultades, abrió una escuela a los soldados ingleses…
esta maldita guerra me ha perdido”.
Las bajas humanas de
Zaragoza fueron 52.000 valientes, hombres y mujeres, labradores, militares,
amas de casa, monjas y curas, viejos, jóvenes y niños… Todos destacaron, todos
dieron lo más hondo de su vida hasta darla también esta.
Volvamos a Sangenís.
Como ingeniero militar se formó sólidamente, escribió tratados de Matemáticas y
Defensa militar, dirigió la defensa de toda la costa cantábrica con fortines y
baterías. Y a raíz del 2 de Mayo de 1808 y la barbarie de Murat en Madrid, se
refugió en Zaragoza. Tomó parte en los dos sitios al frente de los ingenieros y fue director de las obras de defensa. El 4
de Julio de 1808 estaba al mando más expuesto de las ocho puertas de la ciudad:
la puerta y batería de Santa Engracia. Se encontraba con la “batería alta del molino
del aceite, junto a las tapias de Santa Mónica”, cuando una bala de cañón acabó
con su valiosa vida.
De
él conservamos el ejemplo de su generosa entrega en la defensa de sus valores,
que son los nuestros, y esta afirmación que debe ser también la nuestra: “Que
no se me llame nunca si se trata de capitular, porque jamás seré de opinión de
que no podemos defendernos”.
El mariscal Jean Lannes,
a quien Napoleón había confiado la conquista de la ciudad, le escribió lo que
vio cuando entró en ella: “Jamás he visto encarnizamiento igual al que muestran
nuestros enemigos en la defensa de esta plaza. Las mujeres se dejan matar
delante de la brecha. Es preciso organizar un asalto por cada casa. El sitio de
Zaragoza no se parece en nada a nuestras anteriores guerras. Es una guerra que
horroriza. La ciudad arde en estos momentos por cuatro puntos distintos, y
llueven sobre ella las bombas a centenares, pero nada basta para intimidar a
sus defensores … ¡Qué guerra! ¡Qué hombres! Un asedio en cada calle, una mina
bajo cada casa. ¡Verse obligado a matar a tantos valientes, o mejor a tantos
furiosos! Esto es terrible. La victoria da pena”.
Sangenís no capituló. La ciudad cayó el 21 de Febrero de 1809 porque ya nada ni nadie estaba en pie.
Sangenís no capituló. La ciudad cayó el 21 de Febrero de 1809 porque ya nada ni nadie estaba en pie.