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domingo, 2 de octubre de 2016

Gerónimo no se llamaba Jerónimo.

Gerónimo no se llamaba Jerónimo, sino Goyahkla, expresiva palabra que significa Elquebosteza. Y pertenecía a los apaches del Oeste o chiricauas. En 1859, cuando Goyahkla tenía unos 30 años, un grupo de chiricauas acudió al campamento militar mejicano cercano a Sonora para comprar y vender. Militares mejicanos aprovecharon la ausencia de hombres en el campamento apache y asesinaron a todos los que pudieron. Entre ellos la madre, la mujer y tres hijos de Goyahkla. Y empezó la leyenda de Goyahkla al que ya llamaron Jerónimo. Bajo la persecución de los mejicanos, primero, y después de los norteamericanos, huye, ataca, es herido a muerte, es respetado como chamán que adivina, entona canciones misteriosas, posee clarividencia sobre hechos y personas, interpreta los signos de la Naturaleza... Y decía que no había bala capaz de matarle.
Cuando en 1876 el gobierno de los Estados Unidos decidió trasladar a los apaches de reserva en reserva de Arizona y Nuevo Méjico, Jerónimo volvió a ser lo que había sido: fue objeto de persecuciones y detenciones y sujeto de fugas y desapariciones… Se dice que hubo unos meses en los que hasta 5.000 soldados norteamericanos y 3.000 mexicanos intentaron acabar con él. Y los periódicos le convirtieron en el villano más temible y detestable de la nación.
Durante una de estas persecuciones, Jerónimo y sus hombres consiguieron tender una emboscada a la patrulla del ejército americano que los perseguía mandada por el teniente Marion P. Maus. Y para el teniente Marion Maus le pidió  en una carta a su General que le concediese a Gerónimo una condecoración por la valentía y el arrojo manifestados en el choque. 
En 1886 se rinde junto con un reducido grupo de 450 apaches. Se los traslada a una reserva en Florida y después a Alabama, donde una gran parte de ellos muere de tuberculosis y por fin a la reserva de Fort Sill (Oklahoma). Allí se hace cristiano, hace escribir su autobiografía y va a caballo a Washington para pedir al presidente Roosevelt que deje a su pueblo volver a Arizona. Murió en 1909 con más de 80 años tras la caída del caballo y haber pasado la noche en una zanja. 
Y repasados algunos pasos de Jerónimo, escuchemos algunas de sus palabras, llenas de la sabiduría de un hombre grande de espíritu que, sin duda, se manifestó violento solo para defender la dignidad de su pueblo: Cuando se abata el último árbol, la última playa quede envenenada y se pesque el último pez, el hombre se dará entonces cuenta de que el dinero no se come.

jueves, 1 de octubre de 2015

Sangenís.

Como esta no es una página de historia y como sus lectores conocen bien la de los dos sitios de Zaragoza, queda reducida a subrayar una robusta determinación de un robusto ingeniero militar, Antonio de Sangenís y Torres, aragonés de Albelda, Huesca, a las órdenes del general defensor de la ciudad, José de Palafox y Melci en 1809.
Napoleón Bonaparte – le conocéis – que en el segundo asedio estaba en España, sentía como una dolorosa espina la resistencia de Zaragoza y sin duda pensaba también en ella cuando, ya en su exilio, decía: “Esta maldita Guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis desastres se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa, complicó mis dificultades, abrió una escuela a los soldados ingleses… esta maldita guerra me ha perdido”.
Las bajas humanas de Zaragoza fueron 52.000 valientes, hombres y mujeres, labradores, militares, amas de casa, monjas y curas, viejos, jóvenes y niños… Todos destacaron, todos dieron lo más hondo de su vida hasta darla también esta.
Volvamos a Sangenís. Como ingeniero militar se formó sólidamente, escribió tratados de Matemáticas y Defensa militar, dirigió la defensa de toda la costa cantábrica con fortines y baterías. Y a raíz del 2 de Mayo de 1808 y la barbarie de Murat en Madrid, se refugió en Zaragoza. Tomó parte en los dos sitios al frente de los ingenieros  y fue director de las obras de defensa. El 4 de Julio de 1808 estaba al mando más expuesto de las ocho puertas de la ciudad: la puerta y batería de Santa Engracia. Se encontraba con la “batería alta del molino del aceite, junto a las tapias de Santa Mónica”, cuando una bala de cañón acabó con su valiosa vida.
De él conservamos el ejemplo de su generosa entrega en la defensa de sus valores, que son los nuestros, y esta afirmación que debe ser también la nuestra: “Que no se me llame nunca si se trata de capitular, porque jamás seré de opinión de que no podemos defendernos”.
El mariscal Jean Lannes, a quien Napoleón había confiado la conquista de la ciudad, le escribió lo que vio cuando entró en ella: “Jamás he visto encarnizamiento igual al que muestran nuestros enemigos en la defensa de esta plaza. Las mujeres se dejan matar delante de la brecha. Es preciso organizar un asalto por cada casa. El sitio de Zaragoza no se parece en nada a nuestras anteriores guerras. Es una guerra que horroriza. La ciudad arde en estos momentos por cuatro puntos distintos, y llueven sobre ella las bombas a centenares, pero nada basta para intimidar a sus defensores … ¡Qué guerra! ¡Qué hombres! Un asedio en cada calle, una mina bajo cada casa. ¡Verse obligado a matar a tantos valientes, o mejor a tantos furiosos! Esto es terrible. La victoria da pena”.
Sangenís no capituló. La ciudad cayó el 21 de Febrero de 1809 porque ya nada ni nadie estaba en pie.