viernes, 20 de febrero de 2015

Cuerdas.

El  Adagio para cuerdas que compuso el maestro norteamericano Samuel Barber en 1938 figura como fondo en series y películas apretando en un puño el corazón de los que miran y, necesariamente, oyen o, mejor, escuchan. Son 34 esas producciones de cine, dicen los entendidos, como los Simpson, Amelie, Platton, El hombre elefante… Y dicen también otros entendidos que la composición musical más triste y que más honda y porfiadamente llega al alma es esta. Tanto es así que Barber necesitó pasarla a canto y en 1967 hizo un arreglo para coro de voces mixtas. 
Pero voy adelante porque tú sabes de todo esto más que yo y te queda solo volver a escucharla sin prisas, sin querer que acabe ese gemido insistente que lacera el alma, pero que la empapa con una paz dolorosa, incurable y resignada. 
Y paso a algo que a lo mejor no conoces y que viene bien a nuestro intento de educador, de formador y de guía.
Cuando Samuel Barber tenía once años escribió una carta a su madre. Si la lees en Inglés verás, tú que dominas esa lengua, que tiene alguna falta de ortografía. Pero eran once años. Y a nosotros nos importa solo el agrado de descubrir su alma a esa edad para intentar modelar, en lo que podamos, las de los que se nos confían. El perfil del alma del muchacho está trazado, con otros, por los siguientes sentimientos que emanan de ella como rasgos que nos pueden inspirar para tocar las cuerdas del arpa de nuestros hijos, de nuestros educandos:
Haber llevado adelante su convicción sin atreverse a manifestarlo, como si fuese una traición. La delicadeza en tratar por escrito su honda preocupación. El deseo de que su madre no sufriese ante su declaración. El sentimiento de que su estado de ánimo y decisión venían de una esfera superior a la que habitaban madre e hijo. Sentirse culpable del dolor que pudiera causar en ella su destino. Su vocación de siempre de ser compositor.
Su decisión y convicción de que sería lo que quería y lo que fue.
Querida madre: He escrito esto para informarte de un secreto mío preocupante. No llores ahora cuando lo leas porque no es culpa ni tuya ni mía. Supongo que tendré que decirte que ahora no tiene ningún sentido. En primer lugar yo no estaba destinado a ser atleta. Estaba destinado a ser compositor, y lo seré, estoy seguro. Te voy a pedir una cosa más: - No me pidas más que intente olvidar este hecho desagradable y que me vaya a jugar al fútbol.- Por favor - A veces he estado tan  preocupado por esto que me he vuelto loco (no mucho)”.

domingo, 15 de febrero de 2015

Peer Gynt.

Peer Gynt fue el sugestivo nombre que el escritor noruego Henrik Ibsen dio al protagonista del drama que le musicó el rebelde compositor Edward Grieg. Se estrenó hace ya casi 150 años. Puede ser que la obra no se represente ya, pero ¿quién no se ha sentido lleno de tristeza por la muerte de la madre Aase, angustiado por el hechizo horrendo de la hija del Rey de las Montañas, seducido por la danza de la coqueta Anitra en el escenario del lejano y sin fin desierto de África donde Peer había caído en la esclavitud de ser tratante de esclavos, o escuchando, de vuelta ya de todo, la dulce canción de Solveig, su primer amor, su verdadero amor, su único amor, el amor que redime?
El adolescente Peer Gynt quiere llenar su vida de sueños, de riqueza, de amor, de felicidad… Pero nada es noble en lo que encuentra, porque su corazón no es noble. La Nada, la Sombra, el fracaso, el desengaño, el escarmiento, el vacío, la traición de los que parecían amigos le hacen volver a una tierra que es la suya, la de su destino. Porque es la de su cuna y la de una encantadora muchacha toda dignidad y amor que estuvo siempre esperando.
Peer Gynt es una metáfora existencial, una parábola de la vida. Ibsen, que supo ahondar en el corazón de la mujer (¡y denunciar el egoísmo del hombre!), por ejemplo en su espléndidamente triste Casa de muñecas, nos hace pensar que la educación en la que no se ofrece como supremo valor el servicio, es decir, el amor, la entrega al otro, es una educación de formas, de ciudadanos, de comensales en la mesa de los amiguetes, pero vacía de los cimientos y tejidos que le hacen a un hombre ser compañero de camino hacia la Verdad y la Justicia.

martes, 10 de febrero de 2015

Idiotas?

Hay quien estudia cosas arcanas, lejanas, profundas, raras… Y hay quien lo hace en solitario y quienes lo hacen en equipo. Hace poco, según la prensa que sin duda has leído, un equipo del Instituto de Medicina Celular de la Universidad de Newcastle del Reino Unido obtuvo un primer premio por los resultados obtenidos en un estudio peculiar: constatación científica de la idiotez masculina. ¿Qué camino han recorrido? Han fijado su mirada en la tendencia, mayoritaria entre los hombres, de asumir riesgos innecesarios, es más, irremediablemente estúpidos.
Aducen como prueba las salas de urgencia de los centros médicos y las causas de muerte del débil ser humano. A los hombres les gusta mucho más que a las mujeres sufrir accidentes, coleccionar lesiones por temeridad y deporte, atravesarse de algún modo en el tráfico mecánico, lucirse en proezas de superhombre, presumir de que están muy por encima de las leyes de la gravedad, sonreír por encima del hombro cuando ven a sus pies a la mujer (¡las mujeres!) asustada mientras él se balancea en una cuerda floja.
Copio la noticia: “…son mucho más propensos que las mujeres a sufrir lesiones accidentales y deportivas, así como a ser víctimas de accidentes de tráfico, con una probabilidad mayor de un amargo final sin vuelta atrás. Esta diferencia entre sexos puede ser explicada por factores culturales y socioeconómicos, ya que con mayor frecuencia ellos practican deportes de riesgo o tienen empleos peligrosos, pero existe algo que llaman el «riesgo idiota», un riesgo sin sentido y en principio sin ninguna recompensa que suele terminar muy mal, en el que los varones destacan y mucho.
Según la teoría de la idiotez masculina (MIT, por sus siglas en inglés), los hombres son más propensos a las lesiones y la muerte simplemente porque son idiotas y los idiotas hacen cosas estúpidas. Hasta ahora esta teoría estaba sostenida sobre datos anecdóticos, pero los investigadores quisieron hacer un análisis sistemático de la diferencia entre sexos a la hora de comportarse de forma poco comprensible”.
¿Podemos hacer algo? Yo creo que sí y me atrevería a resumirlo en una sencilla y seria aseveración: “No ser (tan) presumidos: ni ante las mujeres, ni ante los conocidos, ni ante los hijos, ni ante los amiguetes, ni ante los desconocidos, ni ante nosotros mismos”. Se podría resumir: “Sé cuerdo” o “No seas idiota”.
En español la sigla de la teoría sería TIM. No trates de timar a nadie.

jueves, 5 de febrero de 2015

La madre.

En la valiente visita que hizo el Papa Francisco a Tierra Santa del 24 al 26 de mayo de 2014 oró en el llamado Muro de las Lamentaciones de Jerusalén. Y colocó después un papel con una oración en una de sus hendiduras. Explicaba después: “He escrito el Padre nuestro en español como lo aprendí de mi madre”. 
El nombre de ese muro es Hakótel Hama'araví, es decir, Muro occidental. A la vista quedan 60 metros, aunque lo que se conserva de él son casi 500. Es parte de los muros de contención de la explanada del Templo judío que, como sabes, tuvo dos etapas: el de Salomón (siglo X aC), destruido por la barbarie babilónica (587) y el de Esdras y Nehemías (536), embellecido y casi sustituido totalmente por Herodes el Grande y destruido por la barbarie romana (70 dC). Parece que esta parte del muro fue obra de Agripa II (27-100), bisnieto de Herodes el Grande. Es un lugar de oración, de Salmos, Tehilim (alabanzas) y oraciones al único Dios. Se hacen también las ceremonias del Bar Mitzva (Hijo del Precepto), mayoría de fe de los varones judíos a los 13 años de edad.
Lo anterior, todo lo anterior me sirve para mirarme hacia dentro, hacia mi propia condición de creyente: ¿Rezo? ¿Enseño a rezar? Parece que decir rezar significa recitar, repetir una fórmula que casi siempre hizo otro que guardo en la memoria y la digo yo también. 
Rezar no es un oficio de la memoria ni de los labios ni de la mente. O no solo de la memoria, de los labios y de la mente. Es placer del corazón. Es sentir a Dios en la propia vida, es oír los latidos de su corazón en los pasos que doy, en las actos que voy realizando, en las lágrimas que vierto, las de las penas y las de las emociones, es estar seguro de que no estoy solo, de que no camino en solitario, de que su amor me acompaña siempre, envuelve mis dudas, acaricia mis proyectos, bendice mis amores…
¿Enseño esto a mis hijos, a los que acompaño en los primeros pasos de su experiencia de creyentes? ¿O creo que ser padre y educador es solo dar seguridad a lo que aprenden y fortaleza en lo que emprenden?  

sábado, 31 de enero de 2015

Bicentenario del nacimiento de Don Bosco.

El 15 de agosto de 2015 se cumplirán 200 años del nacimiento de San Juan Bosco (1815-1888), sacerdote turinés fundador de los Salesianos, que dio origen a la Familia Salesiana, un amplio movimiento en la Iglesia de congregaciones religiosas y grupos de seglares que, inspirados por él y con su espíritu, trabajan en la evangelización y educación de los jóvenes.
Aunque las celebraciones por el Bicentenario se iniciaron en agosto del pasado año, con la entrada del 2015 se multiplican los actos conmemorativos. En torno al 31 de enero, festividad litúrgica de San Juan Bosco, se han organizado decenas de actividades religiosas, culturales y deportivas en las presencias salesianas.
El Rector Mayor de los Salesianos, el español Ángel Fernández Artime, ha explicado que esta celebración “será una oportunidad para una verdadera renovación espiritual y pastoral en nuestra Familia. Una oportunidad para vivir con renovada fuerza la misión encomendada, siempre por el bien de los jóvenes de todo el mundo”.
En la actualidad 15.300 salesianos, presentes en 132 países, se dedican a la educación y evangelización, la promoción y la defensa de los derechos de niños, niñas y jóvenes. Además, cuentan con la colaboración de más de 100.000 seglares, entre educadores y animadores que ofrecen su apoyo y entrega a esta labor.
En España la presencia de los salesianos está organizada en dos provincias religiosas o inspectorías, circunscripciones que agrupan las comunidades salesianas y las obras que estas dirigen y animan en un determinado territorio.
La Inspectoría de María Auxiliadora, de la zona sureste junto con Baleares y Canarias, tiene su sede en Sevilla. Cuenta con 58 comunidades, en las que hay un total de 457 salesianos. La red inspectorial se compone de 61 centros escolares (29 con Formación Profesional), 58 centros juveniles, 112 plataformas sociales y 52 parroquias.
La Inspectoría de Santiago el Mayor, de la zona centro y noroeste de España, tiene su sede en Madrid. En sus 54 comunidades hay 618 salesianos. Su labor se extiende a través de 35 colegios (21 con Formación Profesional), 46 centros juveniles, 43 plataformas sociales y 47 parroquias.
De esta forma se hace realidad el deseo de Don Bosco de que las comunidades salesianas sean casas que acogen, escuelas donde se aprende, patios en las que se juega e iglesias que evangelizan.

lunes, 26 de enero de 2015

Es mejor dar que recibir.

Pablo de Tarso, aquel coloso de la fe en Cristo del que predicó, al que defendió y por el que murió, en su último y tercer viaje por Asia Menor y Grecia que relata su fiel compañero Lucas, llegó a Mileto. Antes de zarpar para estar en Jerusalén para la fiesta de Pentecostés, quiso ver una vez más a los ancianos de Éfeso y los convocó allí, en Mileto, a unos 40 kilómetros. Tuvo con ellos un encuentro lleno de afecto y pena porque ya no los vería más. Al final de las palabras que les dirigió les dijo: “Hay que acoger a los débiles recordando el dicho del Señor Jesús: más vale dar que recibir”.
Esta preciosa convicción fue lo que movió a los santos a dar y a darse. Y estando cerca de la fiesta de Don Bosco es bueno recordar que ese fue el punto de partida de la entrega de Don Bosco a sus muchachos. Me refiero brevemente a tres anécdotas que figuran entre los muchos gestos de su vida.          
Estando ya muy mal de salud, su joven secretario Carlos Viglietti, que le atendía y que escribió una crónica de la vida del santo en los tres últimos años, consignó lo siguiente: “8 de enero de 1888 (Don Bosco moriría  23 días más tarde, el 31): Esta noche me ha dicho Don Bosco que «Don Bosco gastó hasta el último céntimo antes de su enfermedad, se quedó sin dinero durante su enfermedad y sus huérfanos siguieron pidiendo pan antes y después; por eso el que quiera hacer caridad que la haga, porque Don Bosco no podrá ya ni ir ni volver»”. 
A cuántas puertas llamó Don Bosco y cuántas invitaciones a comer aceptó con la condición de que le diesen una limosna para el pan de sus hijos. Después de una de estas comidas y de haber recibido la generosa ayuda que quisieron darle, Don Bosco empezó a meter en su bolso la vajilla de plata que vio en el aparador. - ¡Don Bosco!, ¿qué hace usted? – Me la llevo. – Pero si es una herencia de mis abuelos que apreciamos mucho…  - Se la vendo. - ¿Cómo?  - Sí, usted puede comprármela.
– Pero… ¿cuánto quiere por ella? – Mil liras, respondió Don Bosco que la fue sacando de su bolso y que recibió las mil liras del amigo generoso.
Salía, acompañado por un salesiano, de la visita a una señora muy pudiente. Y ya en la calle le preguntó el joven salesiano: - ¿Por qué, después de haber recibido una buena cantidad de la señora le pidió usted más? – Para hacerle un favor. Es muy rica y si no da bastante de lo mucho que tiene no se salvará.
Conocer a los santos nos ayuda a serlo también nosotros. Y si la palabra del Señor Jesús es vida, es natural que, si queremos vivir de verdad, tengamos presente de un modo constante y generoso que es mejor dar que recibir

miércoles, 21 de enero de 2015

La voz de la madre.

Don Bosco visitó Roma 20 veces. Los viajes no eran nada fáciles, ni cómodos: tren, barco (al menos alguna vez, de Génova a Civittavecchia), diligencias, pasaporte (¡y testamento antes de uno de ellos!), pesadas posadas, cantinas, mareos… 
El último fue en mayo de 1887. Se trataba de asistir a la consagración, en el llamado Castro Pretorio, de la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús. Había supuesto para él un esfuerzo ingente aquel precioso monumento de fe y de amor que el Papa León XIII le había encargado: pedir dinero, aguantar trampas, llorar de emoción en el acto y en la misa que celebró al terminar la ceremonia contemplando su vida y sus obras. Le quedaban ocho meses de vida.     
El día 8, domingo, se le hizo un recibimiento de honor al que acudieron autoridades y personalidades de la Iglesia y de la política, italianos y extranjeros. Muchos intervinieron con discursos breves y sentidos, cada uno en su propia lengua. Alguno le preguntó después: “¿Cuál es la lengua que más le agrada?”. Y él, sonriendo, respondió: “La lengua que más me gusta es la que me enseñó mi madre, porque me costó poco esfuerzo para expresar mis ideas y además no la olvido tan fácilmente como las demás lenguas”.

Es un recuerdo que nos debe hacer pensar en la fértil siembra que una madre hace siempre en el corazón de sus hijos. Es verdad que hay casos, pocos seguramente, en los que esa siembra no es como debiera ser y resulta árida, escasa, torcida, con amargura, con dolor y resentimiento. Pero la sensibilidad de un corazón materno, la sabiduría de una responsabilidad vivida, la ternura en acompañar en su crecimiento el tesoro de las vidas de los hijos, su atenta mirada al verlos entrar en la corriente del fenómeno social (escuela, amigos, asociaciones, equipos, afectos…) lleva consigo el dulce y permanente sonido de quien más los quiere. ¡Ojalá sea de modo que no lo olviden tan fácilmente!

viernes, 16 de enero de 2015

Amor?

Juan, el más joven de los discípulos de Jesús de Nazaret, pidió al Maestro (él, con su hermano Santiago, o la madre de ambos) que en el nuevo Reino que le habían oído que iba a inaugurar en seguida, los nombrase virreyes. Vivió muchos años y a lo largo de ellos, con la experiencia que le había hecho crecer en el amor y no en la ambición de mandar, escribió estas insistentes, claras, convencidas palabras que eran el legado de su vida porque eran el precioso legado de su Maestro:
“…  Amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él.
Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros. Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él.
El que dice: "Amo a Dios", y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?...”.
En estos días pasados de lecturas sabias hemos podido oír la belleza de su verdad. Y muy junto a ellas la oscura muestra de la mentira. El amor por una parte y la barbarie por otra. Dios de un lado (muchas veces a un lado) y nuestro, yo del otro. Cuando apoyamos nuestra debilidad en la fuerza, en el ingenio, en la violencia de la palabra o de las obras para salir airosos o victoriosos (o así nos lo creemos) defendiendo “lo nuestro”, “lo mío”, no estamos amando. A los que no creen o dicen no creer en Dios les dará lo mismo, pero tienen que aceptar que sin Dios es difícil producir obras de  amor. Porque el egoísmo, que es el sucio sustituto de Dios, no engendra amor. A los que creen o dicen creer y no aman les debe sonar muy raro que se les diga que a Dios y sus intereses se defiende solo amando. A no ser que crean en un dios que no es tal. 

Porque lo más valioso de la vida es el amor. Y lo más valioso solo puede llegar a la Naturaleza (y en ella al hombre) de quien es Amor, solo Amor, siempre Amor, para todo y todos Amor. 

sábado, 10 de enero de 2015

Yo rey?

Piotr Ilich Tchaikovsky estrenó su obra “Cascanueces” el 17 de diciembre de 1892 en San Petersburgo. La historia narrada por el sublime músico y el ballet de Lev Ivanov venía de lejos: el libro de cuentos de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann “El Cascanueces y el Rey de los ratones” de 1816 y, más de cerca, de la  adaptación de Alejandro Dumas padre: Drosselmeier, el mago de las marionetas, lleva, la tarde de Navidad, a los niños de la familia Shtalbaun sus muñecos con los que juegan. Pasado algún tiempo se llevan los muñecos. Después de atender a luces y regalos Clara y Fritz vuelven a pedir a Drosselmeier que haga vivir a sus marionetas. Como ya no están en casa, les presenta un cascanueces que Clara rompe porque le resulta antipático. Cuando, cansada, se duerme sueña lo que todos conocéis.
Me ha venido este recuerdo al recibir un correo de esos que hacen pensar: en el taller de un imaginero discuten sus instrumentos de trabajo quién debe ser el presidente de la democracia que desean: se ofrece el martillo al que desechan porque es duro, golpea siempre y mete mucho ruido; le sigue el tornillo pero no lo ven bien, porque se pasa la vida dando vueltas, hurgando y metiéndose en lo hondo de las vidas; prueba la lija y la rechazan porque es áspera y monótona y muerde sutilmente; cree valer el metro ya que es el valedor de las medidas correctas, pero le dicen que es extremoso, demasiado exigente y un poco estirado y engreído…
Empieza su jornada el artista y logra rematar el precioso juego de ajedrez que puebla con sus galanas figuras el tablero de sus vidas. Feliz él y felices los instrumentos que declaran la necesidad de que el martillo sea fuerte para afianzar la seguridad de los trabajos, la tenacidad del tornillo para sujetar lo que pudiera desmandarse, el toque definitivo de la lija que logra para las figuras la tersura de sus superficies, la precisión del metro que todo lo conduce hacia su justa medida.

Y andamos nosotros, Claras de nuestros sueños y Martillos y Compañía de nuestras ambiciones, desechando a quien de verdad puede dar sentido, belleza, orden y  capacidad de servicio y entrega  a nuestras vidas. ¿Nos cuesta mucho desear, admitir, recibir y colaborar la condición que nos es tan necesaria para aunar y dar sentido y fruto a nuestras vidas?

lunes, 5 de enero de 2015

Oimiakón.

Oimiakón significa en lengua yakuto (que es la que se habla en el lugar) “agua sin congelar”. No se refiere, claro está, a la que está al alcance de la mano, porque permanece helada casi todo el año. Sino a la de un surtidor natural de agua caliente a 50º que hay cerca del lugar. Oimiakón está al Este de Siberia en el Nordeste de la República rusa de Sajá relativamente cerca del mar. En Oimiakón viven, más o menos, 480 personas. Y presumen de que es el lugar más frío del mundo: - 67º C. Pero los más viejos recuerdan que el 26 de enero de 1926 llegó a – 71,2 (hay quien dice que, como son viejos, a lo mejor exageran o que se les heló el termómetro o… que tienen helada la memoria). Aunque, con todo respeto, debe tenerse por bueno que la temperatura natural más baja alcanzada en la Tierra, y medida como deben medirse las temperaturas, parece que fue de -91º C en el Macizo Antártico.
¿Y por qué no se va la gente de allí si en el mercado sólo hay peces y carne – sin necesidad de congeladores ni frigoríficos: mira la foto -, si la leche de renas se conserva sólida en el sótano y si se les para el coche en la “calle” y lo dejan allí pueden considerarlo ya para siempre como un monumento a la sabiduría de los países cálidos? Porque saben aguantar, crecer en la adversidad, mantener el calor de la familia, no quejarse, no lamentar tener que carecer de lo que saben que otros tienen, cultivar la vida social y familiar, gozar de la dicha de la intimidad…
Nuestros males no son casi nunca y para muchos no tener, sino no tener eso que nos gustaría tener, sufrir ese taladro de la conciencia que llaman envidia y que abre aguas en la zona de flotación de nuestra nave. No me estoy refiriendo -  y el inteligente que lee esto y lo comprende bien lo sabe – a los que carecen, por tantas razones de la vida más que de la historia, de lo necesario para vivir con dignidad. Sino a los que pudren la propia vida y la convivencia con los demás con un llanto nunca inteligente y siempre vergonzoso, con una acusación injusta al menos cuando la hacen mientras que ellos siguen con sus quejidos y sus más o menos disimulados y nunca justificados despilfarros.