El Adagio
para cuerdas que compuso el maestro norteamericano Samuel Barber en 1938
figura como fondo en series y películas apretando en un puño el corazón de los
que miran y, necesariamente, oyen o, mejor, escuchan. Son 34 esas producciones
de cine, dicen los entendidos, como los Simpson,
Amelie, Platton, El hombre elefante… Y dicen también otros entendidos que
la composición musical más triste y que más honda y porfiadamente llega al alma
es esta. Tanto es así que Barber necesitó pasarla a canto y en 1967 hizo un
arreglo para coro de voces mixtas.
Pero
voy adelante porque tú sabes de todo esto más que yo y te queda solo volver a
escucharla sin prisas, sin querer que acabe ese gemido insistente que lacera el
alma, pero que la empapa con una paz dolorosa, incurable y resignada.
Y
paso a algo que a lo mejor no conoces y que viene bien a nuestro intento de
educador, de formador y de guía.
Cuando
Samuel Barber tenía once años escribió una carta a su madre. Si la lees en
Inglés verás, tú que dominas esa lengua, que tiene alguna falta de ortografía.
Pero eran once años. Y a nosotros nos importa solo el agrado de descubrir su
alma a esa edad para intentar modelar, en lo que podamos, las de los que se nos
confían. El perfil del alma del muchacho está trazado, con otros, por los
siguientes sentimientos que emanan de ella como rasgos que nos pueden inspirar
para tocar las cuerdas del arpa de nuestros hijos, de nuestros educandos:
Haber
llevado adelante su convicción sin atreverse a manifestarlo, como si fuese una
traición. La delicadeza en tratar por escrito su honda preocupación. El deseo
de que su madre no sufriese ante su declaración. El sentimiento de que su
estado de ánimo y decisión venían de una esfera superior a la que habitaban
madre e hijo. Sentirse culpable del dolor que pudiera causar en ella su
destino. Su vocación de siempre de ser compositor.
Su decisión y convicción de que sería lo que quería y lo que fue.
“Querida madre: He escrito esto para informarte de un secreto mío preocupante. No llores ahora cuando lo leas porque no es culpa ni tuya ni mía. Supongo que tendré que decirte que ahora no tiene ningún sentido. En primer lugar yo no estaba destinado a ser atleta. Estaba destinado a ser compositor, y lo seré, estoy seguro. Te voy a pedir una cosa más: - No me pidas más que intente olvidar este hecho desagradable y que me vaya a jugar al fútbol.- Por favor - A veces he estado tan preocupado por esto que me he vuelto loco (no mucho)”.
Su decisión y convicción de que sería lo que quería y lo que fue.
“Querida madre: He escrito esto para informarte de un secreto mío preocupante. No llores ahora cuando lo leas porque no es culpa ni tuya ni mía. Supongo que tendré que decirte que ahora no tiene ningún sentido. En primer lugar yo no estaba destinado a ser atleta. Estaba destinado a ser compositor, y lo seré, estoy seguro. Te voy a pedir una cosa más: - No me pidas más que intente olvidar este hecho desagradable y que me vaya a jugar al fútbol.- Por favor - A veces he estado tan preocupado por esto que me he vuelto loco (no mucho)”.