Juan, el más joven de
los discípulos de Jesús de Nazaret, pidió al Maestro (él, con su hermano Santiago,
o la madre de ambos) que en el nuevo Reino que le habían oído que iba a
inaugurar en seguida, los nombrase virreyes. Vivió muchos años y a lo largo de
ellos, con la experiencia que le había hecho crecer en el amor y no en la
ambición de mandar, escribió estas insistentes, claras, convencidas palabras
que eran el legado de su vida porque eran el precioso legado de su Maestro:
“… Amémonos los
unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de
Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.
Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que
tuviéramos Vida por medio de él.
Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros,
Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en
nosotros. Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en
él. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios
permanece en él.
El que dice: "Amo a Dios", y no ama a su
hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama
a su hermano, a quien ve?...”.
En estos días pasados de lecturas sabias hemos podido oír la belleza de su verdad. Y muy junto a ellas la oscura muestra de la mentira. El amor por una parte y la barbarie por otra. Dios de un lado (muchas veces a un lado) y nuestro, yo del otro. Cuando apoyamos nuestra debilidad en la fuerza, en el ingenio, en la violencia de la palabra o de las obras para salir airosos o victoriosos (o así nos lo creemos) defendiendo “lo nuestro”, “lo mío”, no estamos amando. A los que no creen o dicen no creer en Dios les dará lo mismo, pero tienen que aceptar que sin Dios es difícil producir obras de amor. Porque el egoísmo, que es el sucio sustituto de Dios, no engendra amor. A los que creen o dicen creer y no aman les debe sonar muy raro que se les diga que a Dios y sus intereses se defiende solo amando. A no ser que crean en un dios que no es tal.
En estos días pasados de lecturas sabias hemos podido oír la belleza de su verdad. Y muy junto a ellas la oscura muestra de la mentira. El amor por una parte y la barbarie por otra. Dios de un lado (muchas veces a un lado) y nuestro, yo del otro. Cuando apoyamos nuestra debilidad en la fuerza, en el ingenio, en la violencia de la palabra o de las obras para salir airosos o victoriosos (o así nos lo creemos) defendiendo “lo nuestro”, “lo mío”, no estamos amando. A los que no creen o dicen no creer en Dios les dará lo mismo, pero tienen que aceptar que sin Dios es difícil producir obras de amor. Porque el egoísmo, que es el sucio sustituto de Dios, no engendra amor. A los que creen o dicen creer y no aman les debe sonar muy raro que se les diga que a Dios y sus intereses se defiende solo amando. A no ser que crean en un dios que no es tal.
Porque lo más valioso
de la vida es el amor. Y lo más valioso solo puede llegar a la Naturaleza (y en
ella al hombre) de quien es Amor, solo Amor, siempre Amor, para todo y todos
Amor.
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