Acabo de leer una vez
más el diálogo de un periodista francés, Victor.-M. Amela con un tuareg, Moussa
Ag Assarid, que estudia – declara él mismo – Gestión en la Universidad de
Montpellier.
Estoy seguro de que conocéis su contenido, pero es tan sencillo y tan noble, que he pensado que es bueno conservarlo como una brújula para ayudarme a no perder el rumbo en medio de mi desierto habitado.
Estoy seguro de que conocéis su contenido, pero es tan sencillo y tan noble, que he pensado que es bueno conservarlo como una brújula para ayudarme a no perder el rumbo en medio de mi desierto habitado.
Copio algunas de sus
reflexiones. Bastan, sin comentarios, para hacerme pensar. Que es una las
acciones que menos me cansan por lo poco que lo hago.
“No sé mi edad. Nací
en el desierto del Sahara. ¡Sin papeles!
El azul, para los
tuaregs es el color del mundo. Es el color dominante: el del cielo, el techo de
nuestra casa.
Pastoreamos… en un
reino de infinito y de silencio.
… No hay mejor lugar
para hallarse a uno mismo.
Allí todo es simple y
profundo.
Hay muy pocas cosas
¡y cada una tiene enorme valor!
Allí nadie sueña con
llegar a ser, ¡porque cada uno ya lo es!
… vi el primer grifo
de mi vida; vi correr el agua… y sentí ganas de llorar.
Lo que más añoro
aquí… las estrellas.
Allí las miramos cada
noche y cada estrella es distinta de otra…
Tenéis de todo, pero
no os basta.
Os quejáis. ¡En
Francia se pasan la vida quejándose!
¡Allí nadie quiere
adelantar a nadie!
Aquí tenéis reloj. Allí tenemos el tiempo”.