lunes, 1 de agosto de 2011

Mi nombre.

Si te asomas al mapa de este mundo tan pequeño en el lugar en que crecen las ciudades en forma de palmeras tendidas en el mar, puedes ver un montón de islitas, muy cercanas unas a otras, en los Emiratos Árabes. 
Una de ellas, Al-Futaisi, es propiedad de un jeque, Hamad Bin Hamdan Al Nahyan. Y ha tenido el gusto de que su nombre (sólo HAMAD: todo no cabría) aparezca bien claro a los ojos del espectador. Espectador desde un satélite o espectador de alguna de las fotos hechas desde esos incansables vigilantes de la mañana. Las letras son canales excavados en la arena. Las dos primeras, HA, como bien puedes ver, son navegables porque están comunicadas con el mar. La superficie que ocupan las cinco letras de su nombre es de tres kilómetros cuadrados: 3 x 1 km2. 
El jeque tiene muchas cosas más. Pero para verlas (como son más pequeñas) debes hacer un viaje y llegarte hasta su museo-pirámide, donde lucen, por ejemplo, sus 200 automóviles, siempre a punto para ser contemplados.         
Es inexplicable la poca atención que prestamos a nuestro ego. No es que te proponga soluciones como la anterior. Pero sí que eches un vistazo a cómo te ves y te preocupes menos de cómo te ven. Cada uno de nosotros es la ejecución vital de un proyecto que viene de lo alto, queramos o no queramos, creamos o no creamos. Nuestros padres, primero, con todos los que han mariposeado alrededor de nuestra vida, y nosotros más tarde, hemos puesto las manos en esta pasta de la que está saliendo (¡esto nunca se acaba: siempre cabe seguir modelando!) la obra de arte que estamos destinados a ser. Nuestros padres nos ayudaron a comprender que éramos noble barro y contribuyeron acertadamente a modelar rasgos ejemplares. O nos hundieron porque nos dijeron que de aquel lodo no llegaría nunca a salir algo que mereciese la pena. Y se lo creímos. Pero, si hubiese sido así, estamos o hemos estado equivocados. Porque, en guardia para oír qué dicen los otros de nosotros, perdemos la oportunidad de vernos como somos. Y dejamos de continuar la silenciosa, inacabable, a veces dura y exigente, misteriosa, maravillosa tarea de labrarnos como el Creador de todas las cosas nos ha pensado.

jueves, 28 de julio de 2011

¿En qué nos bañamos?

En esta Europa nuestra de nuestro bienestar hay una playa ante la que se puede leer en letras grandes: PROHIBIDO BAÑARSE. PELIGRO DE TIFUS. Cuando, guiados por el olor, llegamos a unos metros de ella, encontramos el motivo de la prohibición en letra más pequeña. Y como la letra es abundante, aquí van sólo algunas frases que dicen casi todo: 
«La prohibición de bañarse tiene como finalidad prevenir e impedir que se ponga en peligro la salud de las personas por la presencia de descargas cloacales en las aguas marinas y de los correspondientes desechos orgánicos… Las concentraciones masivas de bacterias fecales con numerosos microorganismos patógenos producen tifus, salmonella, hepatitis y otras enfermedades infecciosas».
No es agradable la descripción de lo que nuestros ojos podrían ver después. O nuestra imaginación fantasear. Pero seguramente la realidad supera la fantasía.  En la realidad está – y esto es lo grave - que allí hay gente que se baña, que se tiende en la arena para tomar el sol, que se come su bocadillo de media mañana, que… Eso es lo que escribe el periodista que hace la denuncia. Y nosotros quedamos con el desagrado de que el progreso haya podido llegar a ser eso.  
¿En qué nos bañamos? Porque del agua sucia podemos de algún modo librarnos. Nos limpiamos con una buena friega de gel. Los poros quedan más o menos limpios y podemos añadir algún desinfectante.
Pero vivimos sin darnos cuenta del mal que nos empapa por tantas vías en el mundo loco de la comunicación. Bañamos nuestro espíritu y lo empapamos de bacterias, virus, gases asfixiantes, aguas fecales de la conciencia, productos deformados del criterio (“¿Qué más da?”), posturas de relativización de la conducta (“¡Pues a mí me parece muy bien!”), masificación y mimetismo que despersonalizan (“Lo hacen todos”)…
Y lo peor es que ciertas fuentes de esa alimentación las tenemos en casa, al alcance de un ratón, como remedio para obtener que nuestros hijos nos dejen en paz. La enfermedad se manifiesta cuando nos damos cuenta de su vagancia, de su insensibilidad de conciencia, de que carecen de horizontes, de aspiraciones, de independencia, de sana y robusta personalidad. Y que la comunicación con ellos se hace más rara, más difícil, más triste: se han convertido en huéspedes en el propio hogar.

lunes, 25 de julio de 2011

Por el iris al trullo.


No te dejes fotografiar por un desconocido. Aunque tenga tipo de policía. O precisamente por eso. Porque se corre el peligro de que la afición a la fotografía cale en algunos estamentos de los servidores del orden hasta el punto de que se dediquen a coleccionar iris. Iris oculares, sí. Esa parte misteriosa del misterioso ojo, que parece un animal agazapado siempre en tensión como si quisiese saltar, con un misterioso color azul o azulado, verde o verdoso, color miel, marrón o casi negro. ¡O violeta, como sucedía en los ojos de una afamada actriz de cine que, sin duda, recuerdas! Y con un dibujo más misterioso aún que se parece a un mar organizado en olas concéntricas. ¿Y qué decir de la pupila? Esa especie de espía, que se ensancha o se encoge, y que rapta lo que se le ponga delante y lo arrastra al negro abismo del que es puerta.
Con un iPhone 5, a punto de dispararse, pueden captar tu iris. A lo mejor esperan un poco y en ese mundo inquieto de Galaxy S2, HTC Sensation, tecnologías EDGE, UMTS, HSDPA (que tú conoces y del que yo no tengo la menor idea) llegan a perfeccionar el instrumento con que capten tu iris y lo envíen al archivo en el que, cada vez más, nos almacenan, clasifican y mantienen al tanto de un posible desliz en tu vida. Para entonces las huellas dactilares habrán pasado ya al museo.
Todo lo anterior puede avivar los temores que nos nacieron leyendo y considerando 1984 y Rebelión en la granja de George Orwell. Por ahí  iremos. Pero de momento la reflexión va por otro camino más trivial.
No nos conocemos. Cada uno a sí mismo. Somos tan maravillosos, tan complejos, tan profundos, tan ágiles, tan lánguidos, tan cambiantes, tan soporíferos, tan seguros, tan flacos, tan valientes, tan mustios, tan alegres, tan decididos, tan dubitativos… que es imposible que nos conozcamos. Admitimos, sin darnos cuenta, que el condimento de la historia, de nuestra rica y breve historia, pesa más en nuestros estados de ánimo, en nuestro humor, que nuestra misma voluntad, nuestras convicciones, nuestros principios y nuestros proyectos. Y son muchas veces, demasiadas veces, los sentimientos los que nos mueven. Mucho más que la conciencia. Y eso no estaría mal si los sentimientos aceptasen ser sólo el iris de nuestras decisiones.
Lo que ve en el ojo es lo que no se ve: eso que está dentro, en la oscuridad del globo, la retina, la redecilla que elabora y envía al cerebro las impresiones que recibe.         
Nuestra vida animal vibra y gira alrededor de nuestro sentimientos. Vale la pena ser conscientes de ello para tenerlos en cuenta. Tanto en los pasos que damos para ocupar la tierra como en los esfuerzos que hacemos para educarlos en los que siguen esos pasos nuestros.

viernes, 22 de julio de 2011

"Hermano Mosca".

Estamos reconstruyendo una nación vigorosa, noble, justa, entusiasta, obsequiosa… sobre cimientos dudosos. Da la impresión de que se levanta sobre el fango, que por capilaridad sube y sube, invade su estructura y ahoga su decir que quiere, sin que pase de decir y de querer.
Esto no es nuevo. Cuando san Pablo, aquel gran constructor de naciones creyentes, escribía a los cristianos de Tesalónica su segunda carta, advertía: “… nos hemos enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada…”. La comunidad cristiana de Tesalónica era jovencísima. Y ya había vagos.
Y, siguiendo con santos, es bueno acudir  al varón que tiene corazón de lis, alma de querube, lengua celestial, el mínimo y dulce Francisco de Asís, como le definía Rubén Darío cuando nos relata que está con un rudo y torvo animal (el lobo de Gubbio, como todos recuerdan). Pues de este mínimo y dulce Francisco, nos cuenta por su parte Tomás de Celano, que un novicio era un problema para el santo: "Apenas rezaba, no trabajaba ni quería salir a  pedir limosna. Pero tenía buen diente a la hora de la comida. Francisco hubo de decirle: 'Sigue tu camino, hermano Mosca, dado que no tienes reparo en aprovecharte del sudor de los otros, mientras que te estás ocioso en la obra del Señor. Como inútil zángano no ganas nada, ni trabajas, sino que devoras el trabajo y las ganancias  de las abejas diligentes".
Somos todos tan buenos catadores (de “captar”: darse cuenta,  advertir, enterarse...) que nos sentimos ahogados por personas, grupos, asociaciones, instituciones que no dan golpe, pero tienen buena voz. Una mente avisada les ha dado vida para albergar a los que nacen o pacen alimentando las ganas de vivir del cuento. A los hermanos mosca, a los tábanos (en las Hurdes los llaman con toda razón tabarros).
Sabemos lo que pacen. Y ¿dónde nacen? En familias invertebradas. En ellas no hay conjunción de vida, ni de amor, ni de proyecto, ni de esfuerzos. Los principios son endebles, si los hay. Los valores son los del mínimo esfuerzo, chupar del bote, buscar la mejor sombra, escurrir el bulto, echar la culpa al otro, aprovecharse siempre que se pueda, tirar de la mejor tajada... Los métodos de educación son el grito, la amenaza, el castigo, el “arréglate como puedas”, “tú verás”, “ya eres mayorcito”, “yo a tu edad…”, “aquí ¿quién manda?”, “pues vas a ver”, “allá tú”, “eres igual que tu padre”, “sales en todo a tu madre”... 
Y no escarmentamos. No nos damos cuenta de que fabricar hombres y mujeres (hombres y mujeres de verdad), cuesta sangre (sangre noble, aunque no azul). A los fabricantes y al producto.

martes, 19 de julio de 2011

Un Millón de Euros (Y más)


Parte del texto impreso, dos años más tarde, de las reglas

... o, más exactamente, 881.250 libras esterlinas, es lo que se llegó a dar el jueves pasado, en una subasta de Sotheby’s de Londres por un libro muy particular. Veamos.
El librito (o, más bien, folleto) tiene 154 años, es un manuscrito y se escribió cinco años antes de que naciese la British Football Association. Porque este tesoro es nada menos que el primer reglamento de fútbol existente. Nació en 1858, al mismo tiempo que el club que lo redactó, el Sheffield Fc, que lo poseía hasta hace poco. Habla del saque de esquina (en Inglés, claro), del penalty y de otras normas que se incorporaron a la Liga Inglesa en 1863 y en uso hoy en todas las canchas que pasan por serias.
Richard Tims, presidente del anciano club, lo aureolaba de valor con toda razón,  diciendo: «En torno a este objeto hay un fuerte interés internacional, que refleja el gran atractivo que rodea tanto al fútbol en sí mismo como a su importante historia».
No añadía, pero todos lo sabemos, que los apuros económicos del club le han obligado a abrir sus viejos baúles y lanzar a la subasta sus preciosas alhajas. El Sheffield Fc es semiprofesional y juega en la Northern Premier League Division One, que es un título muy solemne que corresponde a la  octava categoría del campeonato británico. Y ¡claro!, a la vista de los fichajes que hoy corren por esos despachos del mundo, se han dicho: «¿Y nosotros?».   
¿Y nosotros? Nosotros somos los que conservamos en el fondo de nuestros tesoros familiares y espirituales, sin que les dé el aire porque tememos que parezcan pasados de moda, valores, principios, reglas, verdades y programas que podrían hacer avergonzarse (si supieran leer) a los que pasean por las canchas de la sociedad las modas, los modos de la comodidad, de la anomia, del capricho, del engreimiento, del desafío, de la jactancia, de la altanería, de la soberbia, del despotismo, del desorden, de la sinrazón, del antojo, del hedonismo, del mal gusto, de lo más animal del ser humano.    
Los que leen esto (si es que hay alguien que lo lea) saben bien dónde apuntar para  aplicarse y aplicar, si le dejan, aquellas normas sabias guardadas en el vetusto cofre familiar que tanto bien hicieron a sus vidas y a las vidas que aprecian.

sábado, 16 de julio de 2011

Apasionados.


Siurana

Palpar la pasión de un apasionado apasiona. Y hace sentir admiración por personas así, envidia por no ser como ellos y sueños de creer que este mundo vago y vicioso en que vivimos pueda convertirse en un paraíso de creatividad y armonía.
Pienso esto al leer en la prensa una entrevista con Dominik A. Huber, un alemán de Munich de cuarenta años que en el Priorat, apoyado en Eben Sadie, enólogo de Sudáfrica, ha puesto en marcha un nuevo modo de glorificar el vino con la estimadísima orientación del viticultor Jaume Sabaté.
No interesan aquí los términos ni las técnicas de mimar la vida o hacer de la vinificación una novedad, un acto creativo.
"El Priorat es un lugar extremo. Primero creo que tiene algo magnético y por algo aquí han construido hace mil años un monasterio enorme (cartuja de Scala Dei). No soy nada religioso pero una cierta espiritualidad sí que se siente, si estás solo, a veces, y un poco por la tarde cuando cambia la luz se percibe una fuerza tremenda. Vivo aquí todo el año, desde hace cuatro años, y noto mucho esto, me da mucha energía, es un sitio muy arcaico, muy pobre, no es la Toscana, que es dulce, bonita, rica, verde… El Priorat es duro, no se muestra por su lado más suave, lo tienes que buscar, es como una belleza un poco tímida, oculta, pero que después se muestra de un modo muy intenso, muy potente".
Parece que hoy toda la fuerza del progreso, aliada y robustecida por la ciencia, la industria, la técnica, la investigación, se aplica a hacer todo fácil, todo hecho, todo terminado, todo digerido. Dicen los estudiosos que la inutilidad de masticar ha hecho que se hayan ido perdiendo a lo largo de los tiempos parte de los molares: salen o no salen las “muelas del juicio”. ¿Para qué si no hacen falta? Dentro de mil años ¿estará la dentadura humana formada por treintaidós piezas?  
Facilitamos las cosas y vamos reduciendo todo a papillas. Y ante toda situación que se presenta nos encontramos débiles. Nuestros hijos nacen fuertes y sanos. Pero nuestra falsa atención los va haciendo endebles en lo más hondo de su personalidad. No sueñan con luchar, con crear, con conquistar, con descubrir, con merecer, con emprender, con exponer. Si repasásemos estos y muchos otros verbos que  forman el bagaje espiritual de un hombre hecho y derecho nos daríamos cuenta de que son precisamente las acciones y los empeños que tratamos de evitar porque decimos que no queremos que sufran. ¡Así salen ellos!

miércoles, 13 de julio de 2011

El aprendiz de brujo.

Del sirio Luciano de Samosata (125- 181) es el relato de El mentiroso en el que narra cómo un hombre probo, Pancrates, hacía que, recitando “un ensalmo de tres palabras”, un mango de mortero envuelto en trapos anduviese y sirviese a la mesa como si se tratase de un solícito criado. Eucrates, su siervo, quiso emularle y, aprendido el conjuro, logró lo mismo. Pero, al no saber detenerlo, intentó partirlo con un hacha, con lo que logró tener dos aguadores e inundar toda la casa. Es el origen del poema (1797) de Johann Wolfgnag von Goethe Der Zauberlehrling. Y el episodio de la película Fantasía (1940) en la que Walt Disney presenta a Mickey Mouse como l’apprenti sorcier, el aprendiz de brujo, de la composición musical que Paul Dukas había confiado al fagot en 1897.
No debe llamar la atención que una fantasía como ésta se vuelque en el arte y en la imaginación con esa asiduidad. Y que el humor, la poesía, la música y el cine la tomen con tanto interés. En el fondo, es la imagen del ensueño del hombre: crear, dominar, entregarse a la molicie, descansar totalmente a ser posible sin haberse cansado antes.
Que esta quimera se pasee por la mente del adulto no tiene importancia. Si es que el adulto que siente ese paseo es sensato y sabe qué mundo pisa. Pero cuando la entelequia se asienta en la mollera de un inmaduro o de un niño o de un adolescente, puede dar lugar a situaciones como la del joven que no da golpe (porque no le han enseñado que la vida se talla con sudor) y que, cuando por fin se decide a trabajar, les pide a sus padres que le busquen trabajo (sin que eso garantice, si así lo hacen, que, al tenerlo por fin, le guste, lo adopte, sonría… y se entregue a él).
Una de las mayores preocupaciones de algunos padres, insensatos, al querer y creer educar es que el niño no sufra, que no carezca de lo que le gusta y, si es posible, de nada; que no sepa qué es el sufrimiento, la privación, “ganarse la vida”, la necesidad, la renuncia, la debilidad, la muerte…
Ya se encarga el mercado de lo placentero de hacer saber que la vida puede vivirse sin dolor y sin esfuerzo. Si logra convencer, se habrá embolsado el caudal más hermoso de la vida de sus generosos bienhechores y habrá contribuido a poblar el mundo un poco más (o mucho más) de vagos y viciosos.

domingo, 10 de julio de 2011

El viaje de Haru


El director japonés Masahiro Kobayashi ha presentado hace pocas semanas su última película: El viaje de Haru. Un viejo pescador y su nieta deben ir hacia el Sur porque, sin trabajo y sin recursos, han de buscar horizonte a su vida construyendo un nuevo hogar. Se trata de una crítica social al Japón de hoy. Y lo hace - dicen los comentaristas especializados - con una austeridad y sensibilidad extraordinarias.
Como vivimos en medio de olas que tienen el mismo sabor amargo, podemos aprender, al menos, a advertir la actitud con que se afrontan situaciones como esa.
El director-pensador se adentra en la entraña de su país que está seriamente afectado por la falta de esperanzas, de esperanza en el futuro. Y debe tenerse presente que la película se hizo antes del terrible cataclismo que rompió  al Japón de tantos modos.  Y que se hizo precisamente en un pueblecito pesquero de la región de Hokkaido que quedó totalmente anegado por las aguas: un pueblo milenario que súbitamente, en cuestión de horas, desapareció del mapa.
El filme es el relato de la vida de dos personas y su tragedia en medio de la crisis financiera del Japón.
Para los países extranjeros – afirma Kobayashi y copiamos sin comentarios porque no hacen falta - parece que estamos todos unidos en una situación muy difícil, pero debo decir que esta unidad no es suficiente para que la gente viva feliz, porque al final todos somos seres individuales tratando de sobrevivir en una sociedad capitalista. La idea que hay en la sociedad japonesa de hoy en día es que estar unidos es lo más importante, pero me parece que todo el mundo se está olvidando de vivir sus propias vidas. Y entre la poca gente que lo hace, se ha creado un sentimiento de rechazo, de antipatriotismo, que considero un tipo de reacción muy fascista. Creo que la sociedad japonesa está yendo en una dirección muy peligrosa en este sentido. Creo que la gente debe ocuparse de sus “pequeñas” vidas y enfrentarse a sus “pequeños” problemas, esos de los que nadie habla ahora, pero que son determinantes.
… Hay problemas muy serios aparte de esos…. la Seguridad Social tiene graves condiciones estructurales. Con el pretexto de desarrollar esa Seguridad Social el gobierno subió hace tiempo el impuesto de consumo, pero aún no hay suficiente dinero, y están debatiendo sobre cómo aplicar recortes de cobertura social y subir el impuesto. Yo diría que el gobierno está gastando donde no debe gastar y recortando donde no debe recortar. Hay mucha gente que quiere trabajar pero no puede, sobre todo ancianos, como ocurre en la película, que súbitamente se han quedado sin nada y ya no pueden recomenzar”.

viernes, 8 de julio de 2011

Estentor


Paris ofrece la manzana de oro a Elena. Y se arma la de Troya.
Cuenta Homero en la Ilíada que cuando la diosa Hera, “la de los níveos brazos”, quiso hacerse oír de los pobladores de Troya, a falta de mejor megafonía, le pidió al heraldo Estentor que le prestase su voz. Y así se hizo. Porque este Estentor (o Esténtor), además de poder prestar a una diosa su voz, tenía tal potencia en ella que, como puntualiza el mismo Homero, equivalía a las de cincuenta hombres juntos.
¡Qué cosas pasaban cuando había un cantor como Homero que, como fiel y agudo observador, era perfecto cronista de la historia y de sus hombres y se fijaba en ellos para poder legarnos la admiración por sus cualidades sin que se perdiese ningún detalle! ¡Qué buen corresponsal habría sido hoy para determinadas revistas llamadas del corazón!
Aquella voz ha quedado sólo, que yo sepa, como medida sobresaliente de la capacidad de hacerse oír. No ya de elevarse sobre las altas murallas de la ciudad sitiada. Ni para que Laocoonte, según contaba después Virgilio, se hiciese oír de los troyanos y desconfiasen del célebre regalo en forma de caballo de madera.
Basta pasear por una ciudad sin prisas para oír (tratando sin éxito de no escuchar) a una muchacha que habla con una amiga que lleva o tiene al lado. Su voz alcanza la altura de gritos estentóreos. No sólo la amiga (a no ser que los gritos sean la agresión a una enemiga capturada), sino todos los que se cruzan o pasan delante participan del tema de la conversación. La sospecha de que son sordas desaparece cuando el volumen de voz baja y parece que la comunicación se mantiene. Se piensa en ese caso que es el enfado el que añade énfasis a la voz. Pero tampoco, porque no se detecta que se estén en una situación de tensión.           
Un estudio detenido del hecho lleva a la conclusión de que la mujer necesita que se la oiga porque sospecha o sabe que no se la escucha. Y a falta de argumentos o de atractivos, percibe que lo que dice ha perdido interés o no lo tiene en absoluto y lo grita.
Debe creerse el resultado de la investigación del profesor Michael Hunter, de la Universidad de Sheffield. Pudo precisar con un sistema de resonancias magnéticas la reacción del cerebro estimulado por diferentes impulsos vocales.
Notó, por ejemplo, ¡pásmense ustedes!, que el sonido que emite la mujer al hablar necesita toda el área auditiva del cerebro. La voz de los hombres, en cambio, actúan sólo sobre el área del hipotálamo, conocida como «el ojo» del cerebro.
De ahí deriva la dificultad del hombre para prolongar una conversación con una mujer.
Dice Hunter: «A diferencia de la voz masculina, las mujeres tienen una voz natural melódica con una mayor complejidad de sonidos». Y nosotros podemos añadir: ”Añádanle, además, la potencia de Esténtor”.

miércoles, 6 de julio de 2011

Honor a los Grandes.

… se les da, de ordinario, después de su muerte y antes de olvidarlos. Sucede a veces que ni siquiera una señal clara perpetúa su recuerdo, aunque tengamos muy presentes sus obras. Podemos dirigir por eso ahora nuestros ojos, con afecto y agradecimiento, a dos de esos hombres grandes.
Miguel Ángel Buonarroti, florentino, vivió desde 1475 hasta 1564. Cuando tenía sesentaiún años recibió del papa Clemente VII el encargo, confirmado después por  Pablo III, de cubrir con un enorme fresco la pared frontal de la capilla Sixtina, que se había empezado a construir el mismo año del nacimiento del pintor. Le dedicó cinco años, de 1536 a 1541. Se cuenta que los ataques que le dirigía el también pintor y poeta Pietro Aretino (“… simpático cuando quería, feroz cuando quería también, chantajista incomparable, periodista sin escrúpulos y sin cansancio, multiplicaba las cartas y los impresos, y el oro manaba hacia él para escapar en seguida de sus manos pródigas. Cuando perseguía a alguno, el veneno de sus flechas lo agotaba”, según lo describe un autor actual) le hizo pintarse como un despojo de pellejo en la mano izquierda del apóstol Bernabé, que murió desollado. Sin duda quiso pedir al apóstol que lo llevase consigo ante el Juez Supremo en el Juicio Final.
Calixto II y Alejandro VI, los dos papas de la familia de los Borja, especialmente Alejandro, impulsaron las obras de la Basílica de Santa María Mayor como se contempla hoy. Dice la tradición que su precioso artesonado fue dorado con el oro de América, regalado por los Reyes Católicos al mismo Papa.
Pues bien, el espléndido escultor barroco napolitano Juan Lorenzo Bernini (1598-1680), quiso escoger el lugar de su sepultura cerca de la Virgen, que reparte bondad desde la Capilla Mayor del templo: a la derecha del altar. Pero bajo los peldaños que suben al presbiterio. De ese modo el sacerdote, al dirigirse al altar, pisaba esa tumba y recordaba al artista en el Santo Sacrificio.