viernes, 8 de julio de 2011

Estentor


Paris ofrece la manzana de oro a Elena. Y se arma la de Troya.
Cuenta Homero en la Ilíada que cuando la diosa Hera, “la de los níveos brazos”, quiso hacerse oír de los pobladores de Troya, a falta de mejor megafonía, le pidió al heraldo Estentor que le prestase su voz. Y así se hizo. Porque este Estentor (o Esténtor), además de poder prestar a una diosa su voz, tenía tal potencia en ella que, como puntualiza el mismo Homero, equivalía a las de cincuenta hombres juntos.
¡Qué cosas pasaban cuando había un cantor como Homero que, como fiel y agudo observador, era perfecto cronista de la historia y de sus hombres y se fijaba en ellos para poder legarnos la admiración por sus cualidades sin que se perdiese ningún detalle! ¡Qué buen corresponsal habría sido hoy para determinadas revistas llamadas del corazón!
Aquella voz ha quedado sólo, que yo sepa, como medida sobresaliente de la capacidad de hacerse oír. No ya de elevarse sobre las altas murallas de la ciudad sitiada. Ni para que Laocoonte, según contaba después Virgilio, se hiciese oír de los troyanos y desconfiasen del célebre regalo en forma de caballo de madera.
Basta pasear por una ciudad sin prisas para oír (tratando sin éxito de no escuchar) a una muchacha que habla con una amiga que lleva o tiene al lado. Su voz alcanza la altura de gritos estentóreos. No sólo la amiga (a no ser que los gritos sean la agresión a una enemiga capturada), sino todos los que se cruzan o pasan delante participan del tema de la conversación. La sospecha de que son sordas desaparece cuando el volumen de voz baja y parece que la comunicación se mantiene. Se piensa en ese caso que es el enfado el que añade énfasis a la voz. Pero tampoco, porque no se detecta que se estén en una situación de tensión.           
Un estudio detenido del hecho lleva a la conclusión de que la mujer necesita que se la oiga porque sospecha o sabe que no se la escucha. Y a falta de argumentos o de atractivos, percibe que lo que dice ha perdido interés o no lo tiene en absoluto y lo grita.
Debe creerse el resultado de la investigación del profesor Michael Hunter, de la Universidad de Sheffield. Pudo precisar con un sistema de resonancias magnéticas la reacción del cerebro estimulado por diferentes impulsos vocales.
Notó, por ejemplo, ¡pásmense ustedes!, que el sonido que emite la mujer al hablar necesita toda el área auditiva del cerebro. La voz de los hombres, en cambio, actúan sólo sobre el área del hipotálamo, conocida como «el ojo» del cerebro.
De ahí deriva la dificultad del hombre para prolongar una conversación con una mujer.
Dice Hunter: «A diferencia de la voz masculina, las mujeres tienen una voz natural melódica con una mayor complejidad de sonidos». Y nosotros podemos añadir: ”Añádanle, además, la potencia de Esténtor”.

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