Steven Mithen sostenía que los neandertales (la Academia permite suprimir la “h”), aquellos antiquísimos pobladores de Europa de hace un montón de siglos y primos (por decirlo de un modo sencillo) del homo sapiens, nuestro abuelo más lejano, tenían un sistema de comunicación "Hmmmm". ¡Muy expresivo! Y lo explicaba: holístico, manipulador, multimodal, musical y mimético. ¡Queda claro!
Pues resulta que ahora se descubre que usaban un lenguaje más, el de las plumas. Recientemente (la prensa lo da el 23 de febrero de 2011) se da a conocer que en las investigaciones de la cueva de Fumane en los montes Lessini, cerca de Verona (Italia), se ha llegado a la conclusión de que usaban las plumas como signo de autoridad, de poder: «¡Hago saber…!». Hace 44.000 años los neandertales se daban importancia. Como lo hicieron 20.000 años más tarde los sapiens. Y como seguimos haciéndolo nosotros.
¡Darse importancia! ¡Vestir el cargo! ¡Quedar bien! ¡Aparecer! ¡Parecer!
Evidentemente quien se da importancia es que no la tiene (aunque tenga cargo). Porque ¿qué sentido tiene darse lo que ya se posee? Sería (o es) como el que, estando ya totalmente vestido, se pusiera encima un ropón para que le viesen.
La importancia es un valor que ocupa una esfera medular: no sólo está muy dentro, sino que constituye la fuente del propio ser, se trasparenta en todos los gestos, pensamientos, sentimientos y acciones del que la tiene.
Basta, para completar esta reflexión, recordar a tantos personajes eminentes por su importancia y contemplar al mismo tiempo la sencillez de su conducta.