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miércoles, 5 de junio de 2013

Ortografía.



Ruperto Chapí Lorente (1851 Villena – 1909 Madrid) nació en un hogar en el que se respiraba música. A los 9 años tocaba en la banda Música Nueva de su ciudad. A los 12 compuso su primera obra sinfónica: Un día entre bosques. En Madrid desde los 16, tuvo ocasión de aprender de grandes maestros y orientar su vida hacia la composición. Aunque durante algún formó parte de la orquesta del Circo Price porque, a los 19 años, necesitaba fondos para seguir sus estudios.
Sorprende saber que a lo largo de sus 58 años de vida compuso 160 obras: 8 óperas, algunas operetas y composiciones orquestales y, sobre todo, zarzuelas de las que, sin duda, conoces algunas. Vale la pena. Fue un maestro en ello.
Todo lo anterior es una lección de responsabilidad, tenacidad, entrega al cultivo del arte, entusiasmo y perseverancia. Si a esto se añade que fue el fundador de la SGAE (¿te suena?). Una gran lección para las familias que creen que se cosecha donde no se ha sembrado.
Pero hablamos hoy de una de sus zarzuelas, un poco peculiar por su formato (¿o es una revista?), Ortografía, en un acto, que se estrenó en el teatro Eslava el último día de 1888.
Don Canone Valente Bomba da Silva, caballero portugués, llega a Madrid y quiere perfeccionar su español. Su profesor, el Guión, le asegura: «Yo voy a proponer a usted un nuevo sistema de enseñanza, de resultados brillantes, siendo al mismo tiempo recreativo y pintoresco, por el cual a la vez que nuestra ortografía, conocerá muchas de nuestras costumbres». Y desde los acentos agudos y esdrújulos hasta el brillante final de los símbolos tradicionales y patrióticos, Carlos Arniches y Gonzalo Cantó, los libretistas, despliegan sátiras sobre las cesantías, los chanchullos políticos o la invasión de barbarismos. Como hoy, ¡vamos!
Pero la habanera del coro de «los puntos suspensivos» es la que nos debe servir para una lección más cercana a nuestros silencios y a nuestros fracasos en la educación: «Somos puntos suspensivos, / nuestra misión es callar, / y decir con el silencio / más de lo que es regular. / Tenemos mucha malicia, / pero la tienen también / los que en las líneas de puntos / la intención de un toro ven... Nuestra picardía / hace presumir / lo que no se atreve / la pluma a escribir».

jueves, 3 de mayo de 2012

Amazing grace.



Es fácil que hayamos oído y tarareado alguna vez la melodía de cinco notas (fusión de otras dos de Benjamin Shaw y Charles Spilman) que Wiliam Walker le dio en 1935 al himno Amazing grace de John Newton. Se asegura que este himno se canta millones de veces cada año. Es un himno de libertad y una breve autobiografía interior del autor de sus versos, John Newton, que la había recitado probablemente en el sermón de Año Nuevo de 1773. Había contribuido con otras 279 composiciones para el libro de himnos (Himnos de Olney) que con William Cooper publicó en 1825.
Damos una traducción aproximada: 

Gracia asombrosa (qué dulce es su sonido) que salvó a un miserable como yo.
Estuve perdido, pero ahora me encontraron. Estaba ciego, pero ahora puedo ver.
Fue la gracia la que le enseñó a mi corazón a temer; y la gracia alivió mis miedos.
Qué preciosa fue la gracia cuando apareció: ¡El momento en que creí por primera vez!
A través de muchos peligros, esfuerzos y engaños ya he podido volver.
Esta gracia me ha dado paz y esta gracia me llevará a mi casa.
El Señor me ha prometido el bien y sus palabras afianzan mi esperanza.
Él será mi escudo y parte de  mi ser mientras la vida perdure.
Sí: cuando esta carne y el corazón se cansen y la vida mortal se acabe,
a tener más allá del velo una vida de alegría y de paz.
Y cuando estemos allí diez mil años resplandecientes como el sol
no nos sobrarán días para cantar alabanzas a Dios
como cuando acabábamos de empezar.

Releer esas palabras y saber algo de la vida de su autor bastan para despertar un sano sentimiento de envidia e imitación. 
John Newton nació en Londres en 1725. Su padre le empujó a la Marina donde fue rebelde, desobediente y desertor. Por eso le destinaron a un barco del mercado de esclavos. Llevó en ese trabajo una vida abyecta, blasfema, cruel, despiadada. Él mismo confesaba: “Había escogido un camino de muerte y lleno de malos hábitos”. Una terrible tormenta en marzo de 1748 le lleva a atarse a la bomba de achique del barco mientras le decía al capitán: “Si esto no funciona, ¡que el Señor tenga piedad de nosotros!”. No era una palabra vacía. Había estado leyendo los días anteriores La imitación de Cristo. Y el terror de aquel momento y la seguridad de que iba a morir le llevaron a clamar al cielo. Tenía 23 años.
Siguió su vida de esclavista. Pero sus actitudes cambiaron: seguía la crueldad con los pobres prisioneros, pero se habían acabado las blasfemias. Una enfermedad grave le obligó a quedarse en Liverpool y se entregó a la vida de estudio. Ordenado sacerdote anglicano, le destinaron a la parroquia de Olney, donde sus sermones se escuchaban con mucho agrado y eficacia porque estaban llenos de la pobreza de su vida y de la riqueza de la Gracia.
John Newton murió el 21 de Diciembre de 1807. Pocos meses antes había conseguido del Parlamento Británico, como ardoroso abolicionista de la esclavitud, la firma de la Slave Trade Act.

martes, 21 de febrero de 2012

Passau.


San Esteban de Passau
De esta ciudad de Baviera, en la frontera natural con Austria, alguien dijo que es la ciudad más bella de Europa. A lo mejor alguien que lee esto dice que la ciudad más bella de Europa y aun del mundo es la suya. Bueno: vamos a dejarlo en que Passau es una bellísima ciudad. ¿Ese que ha dicho que la ciudad más bonita del mundo es la suya puede decir que su ciudad tiene tres ríos? Pues Passau los tiene: el Danubio, el Eno y el Ilz. Por eso la llaman "la ciudad de los tres ríos". Y siguen diciendo que cada uno de ellos presume coquetamente de un color. El Danubio, naturalmente, del azul. No sería Danubio si no fuese azul. Al menos desde Johann Strauss II (“Jean”, como se llamaba a sí mismo) que con Josef y Eduard formaba el trío musical más fraterno, alegre y nostálgico que nunca existió, herederos de la grandeza musical de su padre Johann Strauss I.
Volvamos a los ríos. El Eno es verde como el heno verde o como los Alpes del que viene y del que trae reflejada la verdura siempre viva. Presume también el Ilz de su color: el  negro. Porque arrastra todo el misterio oscuro de su historia, nacida por los siglos en una zona pantanosa de trasgos, magas y elfos.  
Pero hay algo en Passau desde 1731 que tampoco lo tiene la ciudad más bonita de ese que lo afirma de la suya: un órgano especial en la catedral de San Esteban. Tan especial que tienen cinco teclados en su consola central desde la que se coordinan los cinco órganos que hay en el templo. Este órgano central tiene 126 juegos. Están después el órgano “de eco” con 19 juegos, dos órganos de 25 juegos cada uno y un órgano “de coro” con 38. En total, 233 juegos que cantan a través de 17.774 tubos.
¡Y cómo cantan! Así lo dicen los que han tenido la suerte de gozar, sintiéndose abrazado por la música barroca, alguno de los conciertos de su denso programa anual.
Vayamos a lo nuestro. ¿Por qué con tantos juegos y tantos tubos como hay en nuestras vidas no somos capaces de superar el desconcierto en el que parece que nos gusta vivir? ¿Por qué hacemos de nuestro mundo, el grande y el pequeño, el que parece que nos queda lejos y el que construimos o destruimos a diario “un amasijo de egoísmos”, como comprobaba en su cargo de Secretario General de la ONU aquel gran diplomático, gran hombre, gran cristiano que se llamó Dag Hammarskiold? Hay desconcierto en las familias donde llevar la contraria es deporte diario. En las familias en las que manda el inmaduro hijo caprichoso, exige el petulante adolescente, impone el jovencito venido a menos en su condición de hijo y columna (¡bueno, poste, pero aun así necesario para que no se venga abajo todo!)… poste del hogar… Desconcierto en las chácharas entre amigos y amigas que llevan siempre alguna o muchas notas destempladas, desafinadas y fuera de ritmo con las que se saetea al amigo o al vecino. Desconcierto en la vida pública: la empresa, la administración, la política, el deporte, la caridad, el mercado, los productores, los intermediarios, el campo, la industria, la banca, la pastoral, el tiempo libre, la educación familiar y social, la formación profesional, el arte, los espectáculos, la calle, los lugares de esparcimiento…  
¿Podemos? ¡Podemos! ¡Vamos a ello! ¡Al concierto!

martes, 27 de diciembre de 2011

Nuestra música.


En cierta ocasión, un buen hombre que viajaba con sus mulas cargadas de mercancías, fue asaltado por unos ladrones.
A la mañana siguiente pasaron por allí unos arrieros y encontraron a nuestro personaje cubierto de moratones y de sangre. Estaba vivo, pero en muy mal estado. Casi no podía hablar.  Hizo un increíble esfuerzo y llegó a balbucir con sus labios entumecidos e hinchados: "me robaron las mulas". Permaneció en un silencio que causaba dolor; y, tras una larga pausa, logró empujar hacia sus labios destrozados una nueva queja: “me robaron el arpa”... Al rato, y cuando parecía que ya no iba a decir nada más, comenzó a reír. Era una risa profunda y fresca que inexplicablemente salía de aquel rostro desgarrado. Y, en medio de la risa, aquel hombre logró decir: “¡pero no me robaron la música!”.
Amigos: ¡La Música! Esa melodía interior que va modulando todo lo que hacemos, lo que soñamos, por lo que luchamos... Y que da, incluso, sentido a lo que sufrimos. Eso no nos los pueden robar, no podemos permitir que nos lo robe nadie. Y eso depende de nosotros. Cada uno sabrá qué son para él las mulas...; en qué consiste su arpa... Los acontecimientos, las circunstancias que forman parte de nuestra vida, podrán llegar a robarnos las mulas y el arpa. Pero no permitamos que nada ni nadie nos robe la música.
Nuestra música, como creyentes, es Jesús. Verdadera melodía que puede dar luz, sentido y alegría a toda nuestra vida. A ese Jesús de quien estamos a punto de celebrar el cumpleaños un año más. Los días que vamos a vivir serán días de bullicio, de nerviosismo y ocupaciones. Que nada de ello nos impida algún momento en que poder pensar, valorar y agradecer lo que el Niño de Belén es para cada uno. Nos puede parecer que cada año se repite lo mismo, que no hay novedad de una Navidad a otra... Cuando una melodía nos encandila, la estamos repitiendo continuamente, ¡y nos estimula!
Que la Navidad “repetida” de este año nos ayude a aprender, a interiorizar, esa melodía que es Jesús. Poco a poco, casi sin darnos cuenta, nos iremos identificando con Él.

domingo, 29 de mayo de 2011

Stand by me...


Ben E. King (Benjamin Earl Nelson)

Un viejo góspel de 1955 se convirtió, años más tarde, por obra de Jerry Leiber y Mike Stoller, en la archiconocida canción Stand by Me que grabó en 1961 Ben E. King y que cantaron después de él muchos más. Según una revista musical, ocupa el lugar 121 en la lista de las 500 mejores canciones de todos los tiempos.
Contemplando una de sus interpretaciones, simultánea y sucesiva, por varios cantantes en diferentes partes del mundo que todos recordáis, se despiertan ideas y pensamientos que pueden resultar sugerentes.
En primer lugar cabe ver en sus palabras, más allá del sentido que quiera dárseles, un sentimiento  de cercanía, casi de posesión, de seguridad, de absolutización que impresiona. Necesito a “mi amor” cerca de mí. Se necesita, se pide  y se está seguro de su cercanía aunque las mayores desgracias, los más perfectos cataclismos acaben con todo.
Ni la oscuridad ni el desplome de los cielos ni el miedo ni las mayores preocupaciones podrán turbar el deseo de tenerte.
El atormentado estribillo, reforzado por su estructura de monosílabos, es con ellos golpes de martillo que afianzan tu presencia, mi querido, mi cariño, mi amado. 
¿Pero es seguridad lo que se canta o es miedo a perderlo? Yo diría que en el fondo resuena el eco original del canto espiritual. El cantor tiene la seguridad de que Dios está junto a él, dentro de él. Pero necesita pedírselo por el miedo a no merecerlo, a perderlo. La confianza no es absoluta aunque se sepa que Dios derrama e inspira confianza total.
La genialidad de hacerlo cantar por todo el mundo despierta, además, la sensación de que no hay distancias: no hay fronteras cuando se invita a un canto de amor. Todos saben ese canto y se sienten felices al construir un coro que hace que todos los hombres sean uno. Y que canten, porque no sólo el canto es la expresión más fuerte del amor, sino que cuando el canto es amor convierte en realidad el sueño de Dios.

domingo, 27 de marzo de 2011

El Crystal Trío


Si oyes que los siberianos Vladimir Perminov, Vladimir Popras e Igor Sklyarov, es decir, el Crystal Trio, dan un concierto, no te lo pierdas. El primero toca la flauta de Pan; Popras, el verrófono con nueve octavas; e Igor, el arpa. Todo con instrumentos de cristal. Y suenan como un auténtico regalo. Los dedos húmedos sobre el borde de copas y de tubos hacen que la música de Musorski, de Chaikovski (¡bueno, sí, Tchaikovsky!), de Borodin, Glinka, Cui, Balakirev, de… quien quieras, te hagan sentirte envuelto en esa preciosa música rusa que tanto te gusta. 
Y no son aficionados callejeros (aunque a veces tocan en la calle), sino profesionales titulados de conservatorio que le han encontrado gusto al cristal. Son jóvenes y serios (Igor tiene bigote) y responsables de una música exacta. 
Ver sus manos que acarician suave y rápidamente el cristal sin que haya un error en las aproximaciones de sus dedos, me hace pensar en una palabra, que es un adjetivo, de uso frecuente entre nosotros: chapucero. Chapuz, chapuza, dice la Real Academia de la Lengua, es un término foráneo prestado. Pero nos ha gustado tanto, que parece creado por nuestro genio y para nuestro ingenio; que es nuestro, ¡vamos! El Crystal Trio no tiene nada de chapucero. Se adivina en la retaguardia de sus gestos un ejercicio diario tenaz, constante, de muchas horas al día, de una precisión sin mella. 
Tengo que repasar mi arte, mi ciencia, mi saber, mis lecturas, mi conciencia, mis estudios, mis trabajos, mis servicios, mi carrera, mis proyectos, mi profesión, mi trato, mis contratos… mi familia, mi alma, mi colesterol, mi tabaco, mis planes, mis amistades, mis deportes, mis gastos… y preguntarme con sinceridad y valentía: ¿Soy chapucero? ¿Me digo a mí mismo: “¡Qué más da. Nadie se entera! ¡Da lo mismo!. ¡Total para lo que se va a ver!”?
Pero ¡ay del “profesional” que me falla!: “¡Verde! ¡Lo pongo verde! ¡Se va a enterar!”. Y andamos por la vida concediéndonos amnistía para nuestras chapuzas mientras que condenamos a cadena perpetua, si no a la hoguera, a los que han querido pegárnosla con su torpeza y su inconsciencia. ¡Justicia, ante todo!