jueves, 14 de abril de 2011

¿Adocenarse?


Este honrado y sonriente funcionario de York es Sam Pointon,
Director de Entretenimiento del Museo Nacional del Ferrocarril.

Casi al mismo tiempo han aparecido en los noticieros de los primeros días de abril estas comunicaciones: se tiene el propósito de establecer un bachillerato de excelencia en la comunidad de Madrid; los niños de los Beckham se sienten orillados en la escuela en la que se han inscrito porque “proceden de clase obrera”; Sam Pointon, un niño inglés de seis años, se ofreció para ser director del National Railway Museum de York al conocer hace dos años que se jubilaba el titular, Andrew Scott, y fue nombrado “Director de entretenimiento”, cargo creado para él; y Jacob Barnett (Jake para los amigos) de doce años, trabaja en la universidad de Indiana (EEUU) en una teoría que desafía la del «Big Bang», la “Gran Explosión”, propuesta en 1948 por el ucraniano George Gamow como origen y evolución del universo y que todos creíamos que era la acertada.
Uno de los rasgos más acentuados en esta sociedad que formamos es el de la igualdad. No es nuevo. La envidia nos juega malas tretas a los españoles desde que existimos. Porque ¿de cuándo es el dicho "Al maestro, puñalada" que se decía ya hace siglos? No aguantamos que nadie sepa más que nosotros y ni siquiera que lo sepa antes. Y que nos exija que seamos mejores, como lograban hacer los maestros antes. Segar cabezas que sobresalen es un ejercicio que siempre nos ha dejado sosegados. Porque nos molesta que alguien descuelle: “¡Duro y al cuello!”.   
El primer intento no es ese. Es más instintivo intentar estar a la altura del más alto. “¿Que ese canta? Mejor yo”. Y canta. Pero si no es un insensato y se da cuenta de que ha hecho el ridículo, cede. A no ser que no aguante no poder sobresalir y da el segundo paso: cargarse como sea al que lo hace mejor que él.  
El tercer intento es organizar las cosas socialmente (¿legalmente?) de modo que todos seamos iguales, como los monstruos del mundo feliz de Thomas H. Huxley.
¿No sería lógico y natural que si uno no vale para ser presidente del Consejo de ministros no lo intente? ¿O cardiólogo si no es experto en corazones? ¿O actor de cine si sólo es un fantoche? ¿O rector de una universidad?
Con lo bonito que es que cada uno sea él mismo, que los padres alienten a sus hijos para que den la talla a la que pueden llegar, que los responsables públicos inviertan responsablemente en favorecer la subida por la escala del saber y del servir a los que son capaces de convertirse en auténticos servidores de la humanidad.

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