Gardaland (cerca del lago de Garda, Italia) es el parque de atracciones más atractivo de Europa. Tiene ya 35 años de edad y sigue creciendo: en ingenios, en visitantes (más de un millón y medio en 2008) y en… soñadores. Hace pocos días (el 1º de abril de 2011) añadió a sus cinco montañas rusas otra más que define como “alada”, es decir con alas. Hace un recorrido de 800 metros realizando un “vuelo” de 33 metros, tres “vueltas de campana” y alguna bajada con una inclinación de 65 grados.
Un parque de atracciones es un mercado abierto a muchos gustos y muchas opciones. Parece que atrae especialmente a los niños. Pero es natural que sus mecanismos más complejos, como éste que ofrece RAPTOR, al provocar sensaciones de riesgo sean los más buscados por los jóvenes. ¿Por qué? Porque misteriosamente algunos de ellos que están asentando su autonomía adulta necesitan retarse a sí mismos a entrar por un camino aparentemente insuperable. Han vivido así la engañosa experiencia de haber superado un reto superior a ellos mismos. Con la mentirosa convicción de que lo podrá hacer igualmente ante todos los retos de la vida. O ante casi todo.
La búsqueda del riesgo es natural en el joven. Es parecido a la entrada en el mundo de los mayores. Pero con una diferencia abismal. El mayor afronta la dificultad porque debe avanzar en su proyecto. Algunos jóvenes la buscan sólo para autocomplacerse, para aparecer valientes (¡y superiores!) ante los amigos, para experimentar la excitación que da no saber qué va a pasar, para probar algo que se sabe prohibido, pero que lo está porque sale de los límites de lo normal y él desea, necesita entrar en lo extra-normal.
Seguramente no acude para todo eso a la ruleta rusa. Pero la sensación de que es capaz de superar todo, de que puede volver atrás, le envisca para hacer lo que no parece tan malo. Un drogadicto, por ejemplo, no empieza a serlo mientras se dice: “Quiero ser un drogadicto”. Pero sí puede estar diciéndose. “A ver qué se siente”. “Si veo que no es para tanto, que me hace mal, lo dejo”. “Un poco nada más y ya está”.
Esta búsqueda del riesgo aparece en los adolescentes y jóvenes que miran al futuro como a algo que se presenta lleno de humo, indefinido, como situación normal de una sociedad en crisis de futuro. Cuando, en cambio, se crece en hogares con padres seguros de sí mismos, entregados a su deber de presencia, a su papel de maestros de vida por su serenidad y estima de la dignidad, de la responsabilidad, del tesón ante las dificultades, es natural que se formen hijos orgullosos de sus formadores, semejantes a los modelos atractivos que son sus padres y, lo más importante, necesitados de responder con amor y lealtad al amor y lealtad de aquellos.
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