domingo, 10 de marzo de 2013

Hay veces que es mejor callar.

Con toda la atención puesta en Roma son muchos los que se escandalizan por el mutismo comunicativo del colegio cardenalicio. Cada vez saben a menos las píldoras de Lombardi y son más los que se quejan de la política de medios que suspende las ruedas de prensa y amenaza con pena de excomunión al cardenal que se atreva a tuitear durante el cónclave.
Esta estrategia es difícil de explicar en un mundo híper-mediático en el que cualquier silencio hacia los medios se malinterpreta como falta de transparencia. He aquí una interesante lección que pone en su sitio la incuestionada dictadura de los medios. Y es que hoy toca hablar no de libertad de información, sino de la discreción y la prudencia que exige este tipo de procesos en los que, nunca mejor dicho, es fundamental preservar la libertad de Espíritu.
Jamás habíamos asistido a previos de un cónclave tan mediatizado por la opinión pública como éste. Hay quien quiere hacerlo parecer una campaña electoral o un escrutinio público del que debería surgir un elegido. Pero la Iglesia se empeña en recordarnos que hay momentos en que el silencio es el mejor compañero, en que necesitamos espacio y profundidad para captar aquello que se mueve en lo hondo y discernir con libertad las mociones del Espíritu.
Quizá cueste admitirlo, pero ya pasó el momento de opinar, comentar, incluso de informar... Ahora es tiempo de rezar para que sea el Espíritu, con su sabiduría, el que mueva los corazones del cónclave. Sólo así, desde el misterio, Dios encontrará, una vez más, espacio para hacerlo todo nuevo.
(Fr. Dan, tomado de www.pastoralsj.org)

martes, 5 de marzo de 2013

... Que algo queda.



En la fiesta que Medio dió en Babilonia el 31 de Mayo del año 323, Alejandro Magno se sintió mal. Y fue decayendo con fiebres sin remedio hasta su muerte el 10 de Junio. Medio no fue precisamente amigo del pequeño de estatura y gran general macedonio y conquistador de medio mundo que movió tanto en tan poco tiempo.
Medio fue un moscón de corte, más bien, que pasó en la historia de Alejandro y en la Historia de la Humanidad como adulador. Poca cosa. Pero de él se guarda algo tan sabroso como lo siguiente que refería Plutarco en sus consejos para distinguir al adulador del amigo: «que recomendaba atacar y morder sin miedo con calumnias, diciendo que aunque la víctima lograse sanar de la herida, queda en todo caso la cicatriz». Nosotros decimos ahorrándonos palabras, pero no saña: “Calumnia que algo queda”.  
Tal vez alguno tenga, como tengo yo, la impresión de que vivimos en un tiempo y en un lugar en el que todos arrastramos en nuestras carnes alguna cicatriz. O que todavía nos sangra el alma atacada y mordida. Te invito a que prestes atención a cualquier conversación. Entre frase y frase se entrevera un mordisco, una agresión, un ataque, una calumnia, un encantamiento maligno que hiere a su víctima y contagia a quien escucha.
Porque la maledicencia actual es fruto de una moda. Se ha puesto de moda insultar. Bien sabemos que las modas consisten en adoptar un modo que “se lleva”. Y si no “lo llevas” quedas mal. La entereza del que sabe lo que debe llevar y lo lleva se quiebra en los que no saben por qué hay que llevar lo que lleva, pero lo lleva porque lo llevan todos.
Es efecto de cretinismo por consiguiente. Como mi criterio no me llega para juzgar con limpieza de miras y grandeza de ánimo, adopto el modo del que más grita. ¡Y menos mal! 
Porque si la calumnia fuese la excrecencia moral de quien ha ahogado la conciencia o quiere ahogar la existencia del que no coincide con él, estamos ante el que clama por la libertad y la ahoga en el que pretende vivir en ella.

jueves, 28 de febrero de 2013

El que la sigue...



¿Es verdad que el que la sigue la consigue? Sí y no. Sí cuando el valor de lo que se persigue y puede conseguirse, aunque sea difícil, despierta un impulso interior que hace persistir en la búsqueda o en la carrera. No cuando las dificultades son más fuertes que el deseo y que el esfuerzo que se aplica para alcanzar lo que se quiere flaquea. Y es muy flojo el deseo y flaco el esfuerzo de muchos que se quejan de que no les dejan, de que no quieren sudar mucho, de que es mejor que les den ya cazado el oso que les gusta.
Los hermanos Orville y Wilbur Wright se dedicaban a trabajos mecánicos en un taller de reparación de bicicletas cuando concieron los esfuerzos del inglés George Cayley y del alemán Otto Lilienthal por conseguir que volase un aparato más pesado que el aire. Tenían a principios del siglo pasado 29 y 33 años respectivamente, pocos medios  y una preparación casi sólo práctica. Pero tenían también y mantuvieron toda su vida una ilusión y un tesón que los llevaron, como todos saben o deben saber, a construir maquetas, leer todo lo que encontraron sobre el objeto de sus proyectos, construir un “túnel de viento”, preparar una catapulta para el lanzamiento del aparato que construían en secreto, dotar a su primera criatura, el Flyer I, de un sencillo sistema de alabeo antes de lanzarlo al aire, sin más testigos que cinco amigos, el 17 de diciembre de 1903 en Kitty Hawk (Carolina del Norte). Y… ¡sí!... El ingenio se mantuvo en el aire ¡casi un minuto! Lo habían conseguido. Pero porfiaron y porfiaron, con miedo a que les robasen su patente, obtenida el 22 de mayo de 1908, y consiguieron convertirse en los pioneros del vuelo moderno.         
La historia y el mundo están llenos de mujeres y hombres que han derrochado  valentía, dolor, ilusión, responsabilidad, esfuerzo, entrega, perseverancia, sudor, sangre y amor… para alcanzar alguna meta. No han sido todas metas brillantes, llenas de aplausos, admiración y reconocimiento de los espectadores. Pero no era el aplauso ni el asombro lo que buscaban. La mayor parte lo ha hecho en la sombra, deseando cumplir con un deber que daba sentido a su vida.
A nosotros, padres y educadores, nos corresponde moldear, en un amoroso yunque de tenacidad, los caracteres capaces de ennoblecer las vidas de los que aprenden de nosotros.  

viernes, 22 de febrero de 2013

Lesch- Nyhan.



Todos conocemos a personas aquejadas de enfermedades a las que califican de autodestructivas. Las más conocidas – y a veces muy bien y dolorosamente conocidas - son la anorexia y la bulimia. Peo hay otras menos aparentes, pero tal vez más profundas, como la depresión. Aunque algunos expertos en economía hablan también de una enfermedad social, a la que llaman austeridad excesiva, y que puede convertirse en un camino seguro hacia la catástrofe económica. Las referidas en primer lugar tienen su raíz en la mente y en la dificultad de percibir la realidad de un modo correcto. Y sucumben (o se sitúan en el borde del estrago final) sin saber ni querer ni poder decirse ¡basta! 
Hay otra, muy rara (los entendidos dicen que en España hay sólo 45 casos en la actualidad) a la que llaman síndrome de Lesch-Nyhan. El nombre se debe a que los doctores Michael Lesch y William Leo Nyhan describieron en 1964 en un niño de cuatro años la tendencia involuntaria, pero incoercible, a morderse los labios, los dedos, las manos… Dicen los que la tratan que se da en niños varones, desde su nacimiento, y que está relacionada con un exceso de ácido útico en su organismo. Que no tiene cura y que tienen una esperanza de vida a lo más de cuarenta años por las complicaciones que esa irregularidad produce.     
Pensaba yo (e invito a los que leen esto a que piensen en ello por si sirve) si no estamos viviendo una etapa de la vida de nuestra sociedad en la que la tendencia a mordernos mutuamente es también incoercible, pero terriblemente consciente y voluntaria. Miramos a nuestro alrededor y nada nos gusta. Y en vez de torcer la cabeza para llorar libremente o para no mirar, nos cebamos en el que nos disgusta y alimentamos el aire que respiramos de ira, de agresividad, de indignación mal digerida, de pesimismo enconado, de bosta venenosa.    
Si nos detenemos a considerar de qué fuente manan esas actitudes (nuestras o del vecino), advertimos fácilmente que su madre o su padre son el egoísmo, la vagancia, la envidia, los celos, el hartazgo de bien, el placer de matar.
Ningún animal mata porque sí. A no ser que sea, como dicen, racional. Porque es en los animales racionales donde se vive esa sinrazón de que la dificultad, la penuria, la locura de buscar la solución del mal lleve a destruir al que nos parece que lo causa.    

domingo, 17 de febrero de 2013

Anelosimus.



Anelosimus es un género de araña identificado como tal por Eugène Simon desde 1891 en Venezuela. Llaman la atención estas arañas por su capacidad social. Viven en zonas tropicales. Algunas especies que viven por encima de ese cinturón parecen solitarias. La mayor parte, en cambio (las analyticus, andasibe, arizona, baeza, biglebowski, chickeringi, chonganicus, crassipes, decaryi, dialeucon, domingo, dubiosus, dubius, tipo, elegans,  ethicus, exiguus, eximius, fraternus, guacamayos, inhandava,  iwawakiensis, jabaquara, jucundus, kohi, linda, lorenzo, puede, misiones, pantanal, puravida, tungurahua, vondrona… ¡qué nombres!), que pululan en el aire de México, Perú, Brasil, China, Japón, Islas Ryukyu, Panamá, Ecuador, Argentina, Corea, Japón, Malasia, Madagascar, Kenia, Costa Rica, Jamaica, Brasil… forman una red (¡auténtica tela de araña!) que mide muchos metros y que sostiene a miles de estos animalitos en el aire. Sin duda las habéis visto en algún documental de ciencias. 
Pero a nosotros pueden interesarnos para nuestra reflexión, además del recuerdo de estos animales, estas dos referencias. Simon (1848-1924), nacido en París, dedicó su vida al estudio de los arácnidos y los crustáceos. A los dieciséis años escribió el primero de sus 328 estudios, Historia natural de los arácnidos. Y legó al Museo de Historia Natural de París la clasificación de 26.000 arácnidos. Había viajado apasionadamente por todo el mundo. No fue precisamente un vago.
Y esa es la primera reflexión de estímulo para nuestros vagos y “mareantes”, los muchos jóvenes que marean a sus padres estudiando, si acaso, para aprobar, quejosos de la exigencia de sus desesperados maestros, soñando con un viernes por la tarde que no acabe nunca.
Y la segunda es la que nos ofrecen los muchos anelosymus que se alían para compartir la vida, que se unen para construir una misma casa, que se sostienen porque para ellos “el grupo” (tan grande a veces) no es un puro refugio para mecerse y descansar, sino la realización conjunta de un proyecto de existencia.