domingo, 24 de abril de 2016

La Herencia.

El perfil del Palacio de los Reyes de Navarra de Olite (Palacio Real o Castillo de Olite) ha despertado, sin duda alguna vez, tu atención y simpatía. Empezó a vivir como fortaleza (en aquellos tiempos todo tenía naturaleza de fuerza) en el siglo XIII. Y se remató en el siglo siguiente. Fue Carlos III, el Noble, quien en el siglo XV, comenzó la ampliación del anterior castillo, dando lugar al Palacio de los Reyes de Navarra. Y así te parecerá lo mires por donde lo mires, teniendo en cuenta la complejidad de su estructura y la variedad de sus estilos. Puedes apreciar esa variedad de elementos sobre todo si le sigues en su decadencia, su ruina, su abandono e incendios y, afortunadamente, su restauración y su vuelta a la belleza y a la vida a partir de 1923 y todavía en nuestros días.
Es tan bonito que se declaró como la primera maravilla medieval de España cuando cumplía cuatrocientos años de edad. Lo merece. ¡Lástima que los jardines que lo rodearon hayan desaparecido y se vea en lo alto, aislado, como un precioso trofeo encima de un armario. Pero todo se andará. 
Ese huevo que ves arriba le pertenece. No es sino la enorme tapa del enorme depósito de nieve como provisión para tiempos de sequía. Y me trae al pensamiento de nuestra actitud del vivir al día que hoy nos domina. Me atrevería a decir que “vivir al día”, pensando poco en el mañana y nada o casi nada en el pasado, es una enfermedad espiritual muy extendida. Y es grave porque, además de ser hereditaria, es gravemente contagiosa. El célebre y sabio carpe diem! de los romanos, tan mal entendido y tan peor aplicado, impera en nuestros ritmos. Y nos tiene sin cuidado cuando ahorramos esfuerzos en construir y construirnos sin que nos preocupe que, a lo mejor, la casa, hecha de ese modo, se nos puede venir abajo. El ahínco en estudiar, en capacitarnos para saber, para ser mejor, para vivir con más nobleza y servir con mayor honradez cede lugar al menor esfuerzo porque conocemos a muchos que sin esfuerzos de ayer van tirando hoy. ¡Y cómo tiran!

martes, 19 de abril de 2016

El Gris.

Llama fuertemente la atención el comportamiento del perro con el hombre. Por eso no extraña lo que se nos cuenta de la aparición de un perro, al que llamaron Gris, en momentos de peligro en la vida de Don Bosco. Lo vieron y acariciaron los muchachos del Oratorio. Y desde 1854, en que se dejó ver por primera vez, hasta 1866, el Gris acompañó a Don Bosco por Turín varias veces o le impidió salir de casa.       
Más asombrosa fue su aparición en Vallecrosia, una ciudad asomada al mar y a mitad de distancia entre Ventimiglia y Bordighera. Volvía Don Bosco a la casa salesiana acompañado por don Francisco Durando de una visita al obispo de la ciudad. Era una tarde lluviosa y transitaban por calles mal iluminadas y peor pavimentadas. Esto sucedió el 14 de febrero de 1883. El perro apareció delante de ellos y los fue precediendo a una cierta distancia hasta llegar a su destino. Don Francisco Durando decía que no había visto nada. Don Bosco, al comentar el hecho y cómo el perro acomodaba el paso al de los dos salesianos, decía que no podía ser el Gris, casi veinte años más tarde que el de Turín, pero que “seguramente era un hijo suyo o un nieto”.
Pero sigamos. A primeros de Mayo de 1959 regresaban algunos salesianos de Roma a Turín con la urna de los restos de Don Bosco que habían trasladado para la inauguración de la Basílica de Don Bosco en la capital de Italia. Apareció en La Spezia un perro que se empeñó en acompañar a la expedición. Don Renato Celato, un joven salesiano entonces, conducía el coche del Rector Mayor, don Renato Ziggiotti. Y nos cuenta que, al llegar de madrugada a la iglesia de la casa salesiana de la Spezia para descansar unas horas, vieron que había un perro echado junto a la puerta de la iglesia. Colocaron la urna en el presbiterio y el perro entró y se colocó debajo de ella. A mediodía del día siguiente salió al patio donde los muchachos jugaron con él sin que aceptase la comida que le daban. Pero a la hora de la comida subió el comedor de los salesianos donde dio varias vueltas por entre las mesas y donde alguno de los presentes le largó una patada. Salió de allí, pero cuando fueron a recoger la urna para viajar a Turín, lo encontraron debajo de ella, habiendo estado la iglesia cerrada. Siguió a la comitiva hasta Sampierdarena donde desapareció.   
Haz los comentarios que desees hacer, porque los míos serían, cuando menos, inoportunos.

jueves, 14 de abril de 2016

Gaius Appuleius Diocles

Cayo Apuleyo Ninfidiano y su hermana Ninfidiana dedicaron a la Fortuna Primigenia, en Palestrina, una estatua en recuerdo y honor de su padre, Cayo Apuleyo Diocles, que murió en aquella ciudad “a los 42 años, siete meses y veintitrés días” en 146. En la base del monumento pusieron sus hijos la lápida que bien puedes leer arriba, pero que transcribo por si acaso no.

                                                  C. APPVLEIO DIOCLI
                                               AGITATORI PRIMO FACT
                                            RVSSAT NATIONE HISPANO
                                              FORTVNAE PRIMIGENIAE
                                      DD.C. APPVLEIVS NYMPHIDIANVS
                                                 ET NYMPHYDIA FILII
Cayo Apuleyo Diocles había nacido en Mérida Augusta (lo dice brevemente la tercera línea). Y había sido conductor – agitator - de cuadrigas en el equipo rojo (se lee en las líneas segunda y tercera).
Desde que Nerón, casi un siglo antes, había traído de uno de sus viajes a Grecia el espíritu deportivo, los juegos y un poco más tarde sus sucesores el pan gratis, habían empezado a corromper a una ciudadanía, la de la capital del Imperio, que estaba más por divertirse que por trabajar. Los circos (“máximo”, al pie del Palatino, y el de Calígula y Nerón, al pie de la colina Vaticana) eran lugares de encuentro, de apuestas, de comida, de luchas y de pasarlo bien durante horas y horas y hasta días y días.
Algún experto ha sumado los premios que nuestro paisano Cayo Apuleyo desde que empezó a correr a los 18 años, hasta su retirada profesional, pudo ganar en su carrera de carros: hasta 35.863.120 de sextercios, que hoy serían – aventura un cálculo posible - 13.600 millones de euros.
En el circo de Nerón apareció, entre otras dedicadas a héroes del mismo deporte, una lápida en la que se contaban detalladamente sus proezas: 4.257 carreras (alguna hasta con siete caballos unidos en un mismo tiro) y 1.462 victorias; dando, además, el nombre glorioso de los caballos. Y sus ganancias.
Nos vale para meditar. La grandeza debe nacer de la entrega constante. El honrado no es el que lo es en un acto concreto, siendo artero en los demás, sino el que ofrece en una bandera llena de sudor tal vez, pero limpia de marrullería, el fruto de su trabajo. Y tenaz no es el que pone toda su fuerza en conseguir un premio halagüeño, sino el que pone en su vida, día a día, acto a acto, gesto a gesto, la constancia del esfuerzo sin mengua hasta que la cuerda aguanta.
Nuestro arte de educadores y padres consiste en alentar sin desfallecer, con la belleza de la trasparencia, el entrenamiento de nuestros artistas de la  vida en ciernes. 

sábado, 9 de abril de 2016

Y volvió!!

Sin duda conoces la anécdota. Joâo Pereira de Souza, jubilado como pescador y albañil, de 71 años, vive en una isla cercana a la costa de Rio de Janeiro, Brasil. En 2011 encontró una mañana en la playa un pingüino cubierto de petróleo y con grandes dificultades para moverse y, probablemente, vivir. Se lo llevó a su casa y le dedicó casi diez días para dejarlo limpio y fuerte de modo que pudiese vivir en libertad. Se despidió de Dindim (le había regalado también ese delicioso nombre) sin suponer lo que sucedió algunos meses más tarde: que Dindim volvió. Y desde entonces, cada año ese cariñoso Spheniscus magellanicus (¡con lo bonito que es Dindim!) después de recorrer unos dicen que cinco mil, otros que hasta ocho mil kilómetros, regresa para pasar unos días con su amigo.
Me resulta muy difícil definir eso tan misterioso que llamamos sentimiento. Tiendo a creer que brota de un juicio racional que el hombre elabora a partir de experiencias, de relaciones, de sensaciones. Y quedo alelado cuando conozco la “conducta” de perros que demuestran que sienten, que recuerdan, que agradecen, que necesitan pagar con su “afecto”; que lloran la ausencia del que “aman” (¡porque aman!) y se agitan como fuera de sí cuando vuelven a encontrarlo. También los pingüinos, como los perros, tienen “alma” y me doy cuenta de que todo ser vivo (no sé si los gatos también) se modela interiormente con una actitud de dependencia amorosa que los guía. Hemos visto el modo de comportarse con ternura (¡pobrecitos, con la ternura de que son capaces!) los elefantes huérfanos cuidados y mimados por sus tutores.
¿Y el hombre? Me temo que el hombre es mucho más inteligente (¡menos mal!) y por eso es capaz de fabricar sentimientos voluntarios y tal vez conscientes de cálculos, rechazos, exigencias, despechos, resentimientos, venganzas y hasta violencia.
¿Cómo es posible? No han recibido amor. Es triste oír a algún padre que dice de su hijo: “Me ha salido…”. Los hijos no “salen”. Son, decía el del verde gabán del Quijote, pedazos de la entraña de sus padres. Pero cuando el padre no sabe amar, amar siempre, amar en todo, amar sobre todo, amar cuando exige, cuando corrige, cuando propone, cuando endereza, cuando se muestra “decepcionado”… el hijo se tuerce. Porque se ha retorcido interiormente al convencerse de que su padre no le quiere.

lunes, 4 de abril de 2016

Takinoue.

Será verdad o no será verdad. Yo tiendo a creer que, siendo tan bonito, no puede ser sino verdad. En Shintori, de la prefectura de Miyazaki, en Japón, viven la señora Kuroki y el señor Kuroki. Tal vez lo sabes ya. Nos sonríen desde la foto. Cultivan el campo y, como buenos japoneses, la belleza. Detrás de ellos se puede ver un mar de flores que no han nacido porque sí. El señor Kuroki, nos dicen, se propuso curar con ellas a su esposa, afectada de ceguera y de otro mal peor, la tristeza y la depresión. Desde 1956 viven en ese lugar. Poco a poco en su larga vida la diabetes, leemos en la noticia que comentamos, sumió a la señora Kuroki en una creciente ceguera y en una incurable desgana que la fue recluyendo en su hogar.
Pero el corazón de un enamorado (mira su mano sobre el hombro de su amada) fue capaz de crear un mundo nuevo. Sembró semillas de ternura y 'shibazakura', una especie de rosas muy aromáticas. El olor de tantas flores y el calor del amor de su marido hicieron que la esposa saliese al sol, al aire y a la encariñada caricia del esposo sobre su hombro que refleja la de su corazón. Te hará bien leer más de esta noticia en algún medio de comunicación de esos pocos que regalan auténtica belleza y sincero amor.
Mientras tanto, puedes pensar y preguntarte conmigo: ¿cómo es el mundo que cultivo?; ¿qué semillas siembro en él?; ¿qué lo llena?; ¿son mi gusto, mi proyecto, mi interés, mi cuenta bancaria las rosas que riego para mí?; ¿no me he dado cuenta de que la inercia sigue alimentando en mí al niño caprichoso del pasado, molesto por todo lo que los demás hacen y no me gusta y empeñado en que los demás hagan lo que me gusta a mí?; ¿me empeño en pensar que la razón está siempre de mi parte, que si cedo es por no pasarlo yo mal y no para que los míos crezcan con el buen olor de una familia que se ama? Es decir, ¿me he empeñado en ser, y lo vivo con arrojo, un verdadero esposo, un auténtico padre, un valiente educador?

miércoles, 30 de marzo de 2016

El Cobia.

…o la cobia. ¿La conoces? Tal vez por otros nombres: esme-dregal, pejepalo, bonito negro… Es un pez marino único en su especie y género: Rachycentron, dicen los que hablan difícil, que vive especialmente en aguas tropicales; de cabeza ancha y aplastada con el lóbulo de la aleta de la cola más largo que el inferior. Tal vez para parecer más atractiva tiene dos bandas finas plateadas en sus costados.
No te fíes. No solo porque puede llegar a viejo, 15 años, sino porque puede llegar a medir dos metros y pesar casi setenta kilos. Es más bien solitario. Aunque por el aprecio de su carne se cultiva en piscinas dentro del Pacífico a algunos kilómetros de las costas de Panamá, Ecuador y Colombia. Pero es un depredador voraz que acaba con todos los crustáceos, calamares y corvinas que llegan a su boca.
Hace unos meses la rotura de uno de sus criaderos, frente al Ecuador, hizo que se rompiese y una gran cantidad de cobias decidiesen vivir su vida y campar a sus anchas. La explicación que dieron las autoridades entendidas fue la del “avanzado deterioro y falta de mantenimiento en las jaulas contenedoras”.
Algunos pescadores consultados afirmaron que estos cobias “han arrasado con todo a su paso y los han dejado sin alimento ni con qué sustentarse en Ecuador, Colombia y Panamá… Lograron nadar 1.000 kilómetros en dos meses y medio y ahora ponen en jaque las costas de Colombia, Panamá y México”. Y los científicos del Instituto Smithsoniano alertan en la BBC “sobre los efectos de largo alcance sobre la pesca y la ecología marina en el Pacífico Oriental”. Como al cobia no hay ningún otro pez que lo cace hace de su mundo marino un reino de destrucción.
Y como esta no es una lección de ictiología, pasamos a la aplicación a nuestras vidas. ¿No nos da miedo (o sin miedo porque somos valientes) que una cobia humana o una bandada de cobias humanas anden sueltas haciendo lo que les parece que es su derecho y la victoria de sus convicciones y acaben con la vida de los que andamos atontados sin tener en cuenta ese peligro? Analiza, lector amable y precavido, la situación de indefensión de ciudadanos e instituciones que creen que todo lo nuevo, por muy tragona cobia que sea, está muy bien y que deben tener libertad para adueñarse de sus aguas porque están en su derecho. Es verdad que nuestros jóvenes deben crecer cultivando su libertad, pero es un deber suyo y nuestro alimentarla de modo que no se convierta en despiste y veleidad. El justo criterio, la adecuada cercanía, la amistad y el prestigio de nuestro sensato magisterio puede y debe servirles para que juzguen con acierto antes de adherirse a las bandas plateadas de la novedad y el atractivo de los portadores de muerte.

viernes, 25 de marzo de 2016

El GENIS de Umberto Eco.

En esta casa salesiana de Niza Monferrato aprendió Umberto Eco a tocar el genis en la Banda Musical O.S.A. del Oratorio. En aquel Oratorio encontró a un joven sacerdote, pequeño de estatura, pero inmenso de corazón, don Francisco Celi, que dejó su vida educando, construyendo, animando, alegrando a muchos cientos de jóvenes desde 1941 hasta cincuenta años más tarde; mejorando la casa, la iglesia, el teatro, los juegos del oratorio, el campo de fútbol, las clases, buscando penosamente trabajo a los que habían salido del colegio en años difíciles de la guerra. “Aquel pequeño salesiano de acero era un horno de ideas y un torbellino de acción: había puesto todo en las manos de Dios”.
El fiscorno contralto (llamado también genis) es un instrumento musical, en tono de Mi bemol de la familia de los cobres que se usaba en las bandas. En el capítulo 119 de su novela El péndulo de Foucault usó Umberto Eco ese nombre, añorando sin duda  el aprendizaje que él hizo a los 13 años de la mano de Don Francisco Celi.  Uno de los personajes, cuando joven, desea ardientemente tocar la trompeta en la banda para poder impresionar a una cierta Ceceilia con una sonatina.
«…El genis – me dijo don Tico – es la osamenta de la banda, es su conciencia rítmica, su alma. La banda es como un rebaño¸ los instrumentos son las ovejas, el maestro es el pastor, pero el genis es el perro fiel y gruñón que lleva al paso a las ovejas.  El maestro mira ante todo al genis, y si el genis le sigue, las ovejas le seguirán…».
Era un recuerdo de infancia, sin duda, un afectuoso recuerdo que, como todos los antiguos alumnos de Nizza, guardaba de don Francisco Celi, un pequeño hombre gigante, un padre incansable y lleno del afecto que trascendía de su sacerdocio.
Pero era también un principio educativo que intuyó en el estilo de Nizza y que llevó siempre en su labor de formador. Un líder del espíritu, un genis, es un instrumento valioso para consolidar amistad, compañerismo, fidelidad, tesón y búsqueda común de metas nobles.

domingo, 20 de marzo de 2016

Siempre se adelanta.

Parece, y así se asegura, que la llegada de los salesianos a algún lugar va precedida, siempre y de un modo u otro, por la de la Madre de todos, Auxiliadora de los intereses de su Hijo y de la vida de los que los reparten. Pero hay casos en los que ese hecho llama mucho la atención. Veamos si es verdad.
Los Salesianos trabajan en Brasil desde 1883. Pusieron el pie en Niterói, cercano a Río de Janeiro y crecieron hasta abrir 112 casas, en seis inspectorías o provincias, en las que 761 salesianos sirven hoy a la juventud.
La Inspectoria “San Juan Bosco” de Belo Horizonte conoció la estatuita que vemos en el encabezamiento de estas líneas y que tiene una historia especial. Parece que llegó a aquella nación en 1817, sesenta y seis años antes que los salesianos. 
Dimas Coelho Perpétuo la mostró al Inspector don Orestes Fistarol y al salesiano coadjutor Raymundo Mesquita. Dimas declaró que la había recibido de Maria de Lourdes Monteiro de Souza, bisnieta de Marie Joaquine Sauvan, que llegó a Brasil en 1817 desde Austria, como dama de compañía de la Princesa Leopoldina, esposa de Don Pedro I. La imagen pasó por varias generaciones hasta la ya mencionada Maria de Lourdes que se la regaló al señor Coelho Perpétuo quien la había asistido hasta su muerte en 2014.
Es una estatuita de marfil de la que don Orestes Fistarol comenta: “Es un modo antiguo de presentar a María Auxiliadora. Tiene un aspecto parecido a la de Turín. Como una adaptación de la Inmaculada, típico de las primeras imágenes de María Auxiliadora. Es interesante notar que el Niño Jesús sostiene el mundo en su mano: es muy significativo”.
El señor Dimas Coelho ha dicho que uno de sus objetivos es encontrar un experto para que se analice la estatuita y se descubra la fecha de su ejecución, dado que si llegó a Brasil en 1817, debe haber sigo tallada mucho antes.
La imagen de María Auxiliadora que se tenía por más antigua en el país es una talla en madera que se encuentra en el Centro Inspectorial de Belo Horizonte y que llegó a Brasil desde Italia hace unos 140 años.
Confiar en María es un rasgo que no falla en sus hijos. Pero descubrir que su presencia materna nos ha precedido siempre no se nos ocurre hasta que un día constatamos que algo singular que acaece en nuestra vida se debe a Ella, que estaba antes allí.

martes, 15 de marzo de 2016

Tezozómoc.

Hay acuerdo entre los estudiosos en declarar al rey Tezozómoc, señor de la ciudad de Azcapotzalco, uno de los políticos más insignes de la llamada Mesoamérica. Era un tepaneca, una tribu chichimeca que ocupó el Valle de México durante el siglo XII. En los Anales de Cuauhtitlán, en los tiempos de Tezozómoc, se lee lo que sigue: 
“Moctezuma cazaba en los jardines alrededor de la ciudad. Cogió una mazorca de maíz sin pedir permiso al campesino que cultivaba el campo. ‘Señor tan alto y tan poderoso, ¿cómo me lleváis dos mazorcas mías hurtadas? ¿Vos, señor, no pusisteis ley de que el que hurtase una mazorca o su valor muriese por ello? Dijo Moctezuma: ‘Es así verdad’. Dijo el hortelano: ¿Pues cómo, señor, quebrantaste tu ley? El emperador le propuso entonces devolverle las mazorcas, pero el campesino rehusó. Moctezuma le dio entonces su propia manta, el xiuhayatl imperial, y dijo a sus dignatarios: ‘Este miserable es de más ánimo y fortaleza que ninguno de cuantos aquí estamos, porque se atrevió a decirme que yo había quebrantado mis leyes, y dijo la verdad’. Y elevó al campesino a la dignidad de tecuhtli, y además puso en sus manos el gobierno de Xochimilco”.
Todo muy lejano a nosotros en el tiempo y en las distancias. Pero tal vez también muy de nuestra era. Es la historia del que tiene y desea tener más. Del que manda y siente que el sometido no va a protestar si el que manda se desmanda. De una sociedad en la que aprovecharse es normal para el que desea y tiene medios para meterse en la propiedad del que no tiene agallas para hacer valer su derecho. O del que cree que el bien público, por ser público, es del que lo tiene a su cuidado.
De lo que pasó entre Moctezuma y el hortelano se me ocurren cosas como estas: ¿Hay muchos (o son, por el contrario y afortunadamente, más bien pocos) los que ejercen su autoridad a capricho, a su ventaja, considerándola una condición personal superior a la justicia que se supone ordena la vida de un pueblo? ¿Es frecuente hacer callar a uno que invoca esa justicia haciéndole autoridad en el gobierno de Xochimilco? La convivencia de un estado que se teje - o se debe tejer – con justicia, equidad, grandeza de ánimo, generosidad, estímulo, exigencia, desprendimiento… ¿puede ceder ante la conveniencia, el aprovechamiento de las circunstancias favorables, el clientelismo, el favor al grande, la corrupción del pequeño?

jueves, 10 de marzo de 2016

Perlas.

Lindsay Hasz y su marido Chris cenaban hace unos días en el restaurante de productos de mar Montalcino de Issaquah, en el estado de Washington. Lindsay se sintió molesta, pero poco después más o menos asombrada (y contenta), cuando, al masticar, dio en duro y encontró una rara perla color violeta llamada Quahog. Un experto calculó al día siguiente que la pequeña perla podía valer 600 dólares. La almeja mercenaria, redonda o de tapa dura es un molusco de las costas orientales de América del Norte y Central. Y no es muy raro encontrarles en sus entresijos productos tan poco comestibles y tan estimables como una pequeña perla de color rosa o violeta.
Este es el arranque. Vayamos a la moraleja. Vivimos, comemos y masticamos día a día sin descubrir que la vida y los alimentos que la sostienen, las personas con las que nos encontramos casualmente o tratamos a diario son más perla de lo que de ordinario sentimos. Lamentamos no haberles reconocido su valor de perla hasta haberlas perdido y, por consiguiente, perdemos la oportunidad de sorber de su personalidad ese hondo sabor a grande que tantas personas encierran. Son ordinariamente sencillas, no hacen ruido, no enseñan su alma, pero están dispuestas a abrirse para nosotros aunque ello suponga, en alguna forma, perder la libertad y la vida.