Llama
fuertemente la atención el comportamiento del perro con el hombre. Por eso no
extraña lo que se nos cuenta de la aparición de un perro, al que llamaron Gris, en momentos de peligro en la vida
de Don Bosco. Lo vieron y acariciaron los muchachos del Oratorio. Y desde 1854,
en que se dejó ver por primera vez, hasta 1866, el Gris acompañó a Don Bosco por Turín varias veces o le impidió salir
de casa.
Más
asombrosa fue su aparición en Vallecrosia, una ciudad asomada al mar y a mitad
de distancia entre Ventimiglia y Bordighera. Volvía Don Bosco a la casa
salesiana acompañado por don Francisco Durando de una visita al obispo de la
ciudad. Era una tarde lluviosa y transitaban por calles mal iluminadas y peor
pavimentadas. Esto sucedió el 14 de febrero de 1883. El perro apareció delante
de ellos y los fue precediendo a una cierta distancia hasta llegar a su
destino. Don Francisco Durando decía que no había visto nada. Don Bosco, al
comentar el hecho y cómo el perro acomodaba el paso al de los dos salesianos,
decía que no podía ser el Gris, casi
veinte años más tarde que el de Turín, pero que “seguramente era un hijo suyo o
un nieto”.
Pero
sigamos. A primeros de Mayo de 1959 regresaban algunos salesianos de Roma a
Turín con la urna de los restos de Don Bosco que habían trasladado para la
inauguración de la Basílica de Don Bosco en la capital de Italia. Apareció en
La Spezia un perro que se empeñó en acompañar a la expedición. Don Renato
Celato, un joven salesiano entonces, conducía el coche del Rector Mayor, don
Renato Ziggiotti. Y nos cuenta que, al llegar de madrugada a la iglesia de la
casa salesiana de la Spezia para descansar unas horas, vieron que había un perro
echado junto a la puerta de la iglesia. Colocaron la urna en el presbiterio y
el perro entró y se colocó debajo de ella. A mediodía del día siguiente salió
al patio donde los muchachos jugaron con él sin que aceptase la comida que le
daban. Pero a la hora de la comida subió el comedor de los salesianos donde dio
varias vueltas por entre las mesas y donde alguno de los presentes le largó una
patada. Salió de allí, pero cuando fueron a recoger la urna para viajar a
Turín, lo encontraron debajo de ella, habiendo estado la iglesia cerrada.
Siguió a la comitiva hasta Sampierdarena donde desapareció.
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míos serían, cuando menos, inoportunos.
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