miércoles, 18 de abril de 2012

Traperos de tiempo.


A don Gregorio Marañón y Posadillo (eminente endocrinólogo y sabio escritor, entre otras muchas prendas) le gustaba llamarse “trapero del tiempo”. Lo decía con sencillez para explicar la profusión de su obra como fruto de aprovechar los minutos que mediaban entre su llegada a casa y el anuncio de que la comida estaba en la mesa. Los dedicaba siempre para añadir algunas líneas a los trabajos de investigación y escritura de ciencias o historia que tenía en el bastidor. “Traperos del tiempo” son, efectivamente, los hombres que tienen tiempo para todo, porque no tienen tiempo para nada que no sea algo.
Alfonso de Lamartine advertía: “El tiempo es tu nave y no tu morada”. Luis Martin (beato como su esposa Celia Guérin y padres de cinco hijas todas ellas religiosas, de las que la menor, Teresa del Niño Jesús, es santa) repetía ese verso de Lamartine en su hogar. Y en sus Manuscritos autobiográficos lo recordaba Teresa, aunque escribía:La vida es tu nave...”.
Nos sirven estas citas para una reflexión que puede sernos útil. Tanto Lamartine como Martin insistían en la caducidad de eso que llamamos tiempo. “Se nos escurre y no vuelve”, solemos decir sin saber lo que decimos, porque ignoramos qué es el tiempo, si es que es algo, porque usamos relojes. En cambio Teresa, por error o porque lo había visto a la luz de la eternidad, sustituía tiempo por vida. Y hace bien: las frases “no tengo tiempo”, “no me llega el tiempo”, “estoy perdiendo el tiempo”… deben leerse, con la traducción de Teresa, de este otro modo: “no tengo vida”, “no me llega la vida”, “estoy perdiendo la vida”… Por lo que un “pasatiempo” es un “pasavida”. Y para algunos un “pasavida “ que dura toda la vida. Es el objeto de la reflexión de Jorge Manrique: “Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando”. Tan callando, que no nos damos cuenta de que se nos escurre la vida sin enterarnos. Pero los “traperos del tiempo”, que lo tienen  también muy presente (o, seguramente porque lo tienen muy presente), necesitan apretar las manos sobre el barro de la obra que saben que se les ha confiado y quieren hacer de ella, de su vida, un taller de artífice que enjoye la historia, un horno de pan que remedie al hambriento, una nave que traslade a los viajeros de la travesía humana al puerto de la auténtica Vida.

domingo, 15 de abril de 2012

El Ovni.


Gliese 667 Cc’

En un vuelo nocturno en el que no lograba dormirme, veía a través de la ventanilla una lucecita blanca que, primero, me llamó la atención. No podía ser una luz de tierra porque no se alejaba. Ni de otro avión allí y a aquella altura. Además las luces de los aviones parpadean de sueño continuamente diciendo “¡Aquí estoy yo!”. Y entonces se me ocurrió pensar (no decir, porque el que iba a mi lado iba roncando y soñando con ovnis y no quería despertarle): “’UN OVNI!”. Y se me alegró el propio “Yo” imaginando lo que iba a presumir cuando llegase a mi destino y contase a los que viese que había visto un ovni. Había oído a un piloto comercial que en sus vuelos nunca había visto un ovni ni nada que se le pareciese. Y me felicitaba a mí mismo por tener aquella suerte.
Pero cuando esperaba que el ovni nos hiciese una pasada y nos dejase un mensaje silencioso, me di cuenta de que la lucecita era de nuestro avión y que nos acompañaba vigilante a lo largo de todo el viaje.
Mientras tenemos alma de niño, todos queremos ver un ovni. Algunos lo son tanto, que lo ven.  Entre ellos están los astrónomos, esos privilegiados viajeros del espacio que buscan y buscan, sin duda no ovnis, pero sí cuerpos nuevos desconocidos para poder ponerles su nombre.     
Dicen que un equipo de estos vigías de la noche ha descubierto que alrededor de las estrellas enanas rojas de la Vía Láctea hay miles de millones de planetas rocosos, parecidos a nuestra Tierra. Y que no muy lejos del Sol (a menos de 30 años luz) hay más de cien planetas de los que algunos tienen diez veces la masa de la tierra.
Es conveniente saber que alguno de esos astrónomos nos asustan diciendo (y debe ser verdad) que hay unos 160.000 millones de esas enanas rojas en la Vía Láctea. Y nosotros a mirar a ver si se nos acerca algún ET que dé sal a nuestra vida.
¿De dónde nos vendrá ese hondo suspiro al querer y no lograr que nos venga del espacio “alguien” o “algo” con quien hablar y a quien amar? Sea de donde sea, nos perdemos mientras tanto la ocasión de hablar y amar a los que ya tenemos al lado. Es sombrío observar que el saludo es más raro día a día, que a los niños se le enseña a no hablar con nadie que no conozcan, que no pertenezca al círculo estrecho de mamá y de papá. Es normal comprobar que los jóvenes y algunos menos jóvenes han aprendido tan bien la lección que ni siquiera responden al saludo que se les dirige, porque temen que contestar significa caer en las horribles garras de un desconocido. Para algunas generaciones el mundo es, de esa manera, muy estrecho, muy sólo suyo. Se interesan por todo lo que pasa. Pero no se interesan por los que pasan. Temen amar, porque amar es para ellos capturar a alguien y no quieren comprometerse a convertir en parte de su vida a quien puede esclavizarlos; ni dejarse capturar para no ser esclavos. No quieren la esclavitud del amor, pero no se dan cuenta de que los ahoga la triste, la solitaria, la sombría, la estéril esclavitud del egoísmo. Aman cosas que ellos dominan o creen dominar: las criaturas de la imaginación, del deseo de sus fantasmas y de sus cosas.

jueves, 12 de abril de 2012

Gorongosa.


Elefantes de Gorongosa

Gorongosa es una montaña de 1862 metros de altura en el centro de Mozambique con un parque natural de 4000 kilómetros cuadrados en la parte sur del gran Gran Valle del Rift. Ya sabéis que este Gran Valle del Rift es una honda y larga brecha en la tierra que va desde el río Jordán y el mar Rojo hasta Mozambique y que se ahonda y se ensancha desde hace 30 millones de años. Y a ese paso, lento e imparable,  dentro de 10 millones de años África será dos Áfricas con un océano en medio de ellas.
¿Qué pasa en Gorongosa? Que los elefantes nacen sin colmillos o los tienen muy pequeños y hace cuatro años llevaron desde Sudáfrica cuatro elefantes, sanos y bien dotados de colmillos, para tratar de dar fin en generaciones sucesivas a una situación tan descolmillada.
¿Por qué pasa eso? La respuesta a esa falta de defensas, dicen, es la respuesta a la destrucción de esos animales desde hace doscientos años para vender marfil o, más recientemente, para pagar los costes de la cruenta guerra entre el FRELIMO y el RENAMO después de la independencia del País, desde 1977 hasta 1992. Había 12.000 ejemplares y quedaron en 70.
"Los veterinarios dicen que el estrés ha acabado con sus colmillos". “Nos matan para arrancarnos los colmillos” - sienten los elefantes. “Pues nacemos sin colmillos”.
Como estas líneas no son una lección de Historia natural (aunque, como Historia natural, sea tan elocuente) pasamos a la lección humana que nos interesa muy de cerca.
El ser humano es profundamente sensible. Guarda una memoria indeleble, consciente o inconsciente, de todo lo que le ha ido haciendo hombre. Desde su procreación hasta su muerte. Los gestos y acciones que le llegan (“… pedacitos de ti”, canta Antonio Orozco), modulados por sus sentimientos, su mente y su voluntad, van grabando un historial complejo y reactivo que será en su historia el alimento que le configure y el material que use para relacionarse con los demás. De un modo casi incontenible.  
¿Qué ha habido en la infancia de un muchacho que disfruta zahiriendo (o hiriendo sin za), insultando y quemando, exigiendo y violentando, forjándose derechos cuando no le han enseñado a tener deberes? Si en todos nosotros hay una rabia contenida por la educación, por la fe o por la convicción ante la injusticia, la miseria, la avaricia, la ruindad… ¿cómo va a contenerse esa rabia en quien no tiene ni educación, ni fe, ni convicciones, ni amor, ni capacidad de admiración, de compasión y de perdón porque le dieron a mamar hiel podrida?

lunes, 9 de abril de 2012

La Toba.


El embalse de Alcorlo, joven, bello y educado.

Todos conocéis La Toba, esa pequeña población (115 habitantes) cercana al río  Bornova y guardiana de la memoria del pueblo de Alcorlo, que cedió heroicamente su nombre al embalse que hoy lo anega.  Y lo conocéis probablemente porque está en boga desde que se lanzó a los aires de los “medios” su sensata Ordenanza municipal reguladora del civismo y del uso del los edificios y recintos públicos de La Toba, enriquecida con el Plan de promoción de hábitos de cortesía y de valores y habilidades sociales.
Su joven alcalde, licenciado en Ciencias Políticas, sin duda ilustrísimo, Julián Atienza García, ha creído oportuno proponerla a la vida común. He escrito ilustrísimo, sin la más mínima ironía, porque su gesto le hace acreedor a ese título y al de sensato (¡hay tan pocos!), equilibrado, ponderado, inteligente, práctico y realista.      
Recuerda a todos (tal vez más a los más jóvenes que no han tenido todavía ocasión de escuchar y aprender) que deben conducirse en el pueblo con la corrección que les haga dignos de ser conciudadanos. Porque no basta con haber nacido en un lugar y vivir en él si no se sabe convivir. Y la convivencia es una exigencia de la naturaleza humana. ¡Humana! No se supone que en la sociedad de los hombres figuren sujetos porcunos, por poner un ejemplo. Y un ejemplo bien traído, porque tal vez sean esos seres (seres, sí, porque lo son) los que más se acercan a los que con su conducta, actitud, gesto, talante, porte y maneras (por muy generosos que se presenten en la mesa, una vez bien adobados) puedan hacer feliz la convivencia mientras viven.
¿Y por qué ve necesaria el alcalde de La Toba esa ordenanza? Porque en los cimientos de la educación de sus habitantes (seguramente sólo de unos pocos) ha faltado una madre que con su cariño, su poder persuasivo, su constancia, su exigencia, su convicción invencible haya hecho saber (y haya logrado que lo sabido se haya convertido en vida) que ciertas cosas no se hacen. Al menos en público (hay en la intimidad de la persona determinadas “expansiones” que son necesariamente naturales  y, por tanto, naturalmente necesarias) que no trascienden el umbral de lo privado.
Los altos objetivos que los padres exigen insistentemente a sus hijos (”Sé honrado”, “Respeta a los demás”, “Hazte merecedor del aprecio de todos”. “Prepárate para ganarte el cocido el día de mañana”, “Estudia”…) deben acompañarse con normas, recuerdos y consejos menudos como los que figuran en la Ordenanza de La Toba. Y que deben repetirse una y otra vez, con argumentos inteligentes, hasta que el hijo quede convencido de que “mi madre tiene razón”, “soy mejor amigo si hago lo que me dice”, “la gente me aprecia más desde que he empezado a tener en cuenta los preceptos de mi madre”, “me siento más contento”, “me veo más yo mismo”…
Y, naturalmente, las madres deben ser educadoras que sepan lo que hay que insinuar, inculcar, exigir o prohibir en la marcha de sus hijos.

viernes, 6 de abril de 2012

Hermano herido (J. Arregui)


Tomamos este texto del blog de José Arregui. Una buena lectura para una tarde de Viernes Santo... ¡Qué aproveche! (texto completo: clic aquí).

Va por el hermano herido. Va por ti, padre o madre sin trabajo al borde del suicidio, joven en paro y sin futuro (¡un joven sin futuro!, terrible confusión de mundo y de lenguaje). Va por ti, muchacha violada o mutilada en tu carne y en tu alma, anciano abandonado con la sonrisa ya perdida. Y por vosotros, todos los amores traicionados. Va por ti, pobre niño soldado doblemente pobre, y vosotras, muchedumbres hambrientas que los grandes poderes asesinan cada día sin rastro de mala conciencia, sin que nadie pida perdón ni exija reparación. Dejadme que bese todas vuestras lágrimas, pues son la esencia más sagrada de esta tierra herida.
Va por ti, Jesús de Nazaret, Hermano Herido. Déjanos sumarnos hoy a esa confusa multitud de Jerusalén que te aclama con sus palmas de olivo o de laurel, con su voz rasgada o su silencio desnudo, con su ira contenida o su esperanza incierta. Ellos con todas sus heridas, y todos nosotros con las nuestras. Tú eras entonces joven y fuerte, Jesús. Eras tierno y valeroso. Parecías intacto en tu cuerpo y en tu alma, pero ninguna herida te era ajena. Eras como aquel buen samaritano de tu parábola, que los sacerdotes y los levitas del templo a quienes habías ofendido con ella, y muchos escribas a quienes habías provocado, te la tenían guardada.
Tus ojos. Tus ojos lo habían observado todo muy de cerca: la desesperación de los campesinos despojados de sus tierras, la miseria de los pescadores del rico lago de Galilea, el desaliento de los jornaleros esperando en la plaza de las aldeas, la humillación de las mujeres, el llanto de los niños (¡qué tsunami el llanto de un niño!), la dictadura de los impuestos, el yugo de las deudas impagables, la desdicha de los leprosos a las afueras de todo, el dolor de los enfermos al borde de los caminos. Y la prepotencia del prefecto romano, la sombría altivez del Sumo Sacerdote, la codicia de los terratenientes, los abusos de los soldados. Y la dureza implacable de los justos sin bondad. Y la sangre derramada de los animales y el dinero sustraído a los pobres que sostenían el templo. Así era aquel mundo en que viviste, tan semejante al nuestro, y tus ojos lo vieron todo, junto con la belleza de los campos, el vuelo de los pájaros y el brillo de los ojos.
Tu corazón. Tu corazón sensible y fuerte, tu corazón palpitante. Donde había alegría, te alegrabas. Donde había pasión, padecías sin desmoronarte. Nunca te evadiste, nunca diste un rodeo para no encontrarte con el herido del camino. Tuviste compasión de la gente hambrienta, del ciego de Jericó, del leproso impuro. ¡Gracias, Jesús, en su nombre y en el nuestro! No te imagino como un hombre perfecto, pero eras compasivo. Y nunca temiste ser contaminado por los leprosos y los “pecadores”, tal vez porque no eras perfecto. Pero ¿qué perfección necesita este mundo si no es la dulce compasión con todo lo imperfecto y con todo lo herido? ¡Gracias, Jesús, por ser como fuiste!

martes, 3 de abril de 2012

Alabanza propia.


Cuenta Cervantes en el capítulo decimoquinto de su encantador “libro de caballería” que su amado ahijado (¡o hijo!) don Quijote sufrió lo indecible a manos de los “desalmados yangüeses”. En el capítulo siguiente nos hace sonreír y compadecer al narrarnos la llegada del sufrido caballero con su fiel escudero Sancho a la “venta que él imaginaba castillo”. Sancho explica la razón del mal estado de su caballero y tanto el posadero como su compasiva mujer como Maritornes se asombran de que Don Quijote no alardee ni pregone su nombre ni sus hechos. Lo que hace Sancho, extrañado de que los señores del acogedor y afamado castillo no conociesen a tan gran caballero andante. Sí que habla entonces Don Quijote para decir algo tan consustancial con su oficio y su entraña como fueron estas cuatro solemnes palabras: “La alabanza propia envilece”.
Don Quijote, siempre grande en la compasión, en la defensa del débil, en la prédica del bien, en su entrega, hasta la muerte, en favor de la justicia y el equilibrio social, en la práctica de los más altos deberes morales, en el amparo de viudas y huérfanos… se hace pequeño cuando salen a relucir sus prendas personales de enderezador de conductas sinuosas y entuertos interesados. Quiere ser como la levadura que no se palpa, pero que convierte en pan a la masa; como la mano izquierda que no necesita saber, ni quiere enterarse, de lo que hace la derecha. Don Quijote, tan sonoro y tan devastador cuando se siente convocado a hacer valer lo recto, se calla, desaparece en la hora de la alabanza.
¿Y yo? ¡Ya estoy! Diciendo siempre mi nombre: “¡Yo!”, “¡Yo!”, “¡Yo!”… Tres veces, cien veces, todas las veces: Se cuenta algo y “¡Yo ya lo sabía!”. Se cuenta algo (vivimos contando siempre algo) y “¡Yo conozco detalles muy delicados sobre eso!”. Se cuenta algo y “¡Yo tengo que corregir algunos errores!”. Pero si no es verdad que yo lo supiese ¡me molesta saberlo después del otro, sobre todo si el otro no tiene por qué ir delante de mí! Si necesito demostrar que la verdad y toda la verdad la domino yo solo, cuento esos detalles delicados que nadie sabe porque me los invento yo. “¡Yo conozco mucho al autor de ese libro!” (y lo conozco de oídas) “¡Hace una semana me saludó el tal cantante!” (sí, desde el escenario a toda la concurrencia)…     
No nos damos cuenta, pero la vileza en la que vivimos (enredándonos con suma seriedad, como un gusano de seda se encierra en su capullo), se alimenta con una autoalabanza constante, pueril, engreída, falseadora que hace sonreír al avisado que nos escucha y compadecerse de nosotros al que nos conoce.