El embalse de Alcorlo, joven, bello y educado.
Todos
conocéis La Toba, esa pequeña población (115 habitantes) cercana al río Bornova y guardiana de la memoria del pueblo
de Alcorlo, que cedió heroicamente su nombre al embalse que hoy lo anega. Y lo conocéis probablemente porque está en
boga desde que se lanzó a los aires de los “medios” su sensata Ordenanza municipal reguladora del civismo y
del uso del los edificios y recintos públicos de La Toba, enriquecida con
el Plan de promoción de hábitos de
cortesía y de valores y habilidades sociales.
Su joven
alcalde, licenciado en Ciencias Políticas, sin duda ilustrísimo, Julián Atienza
García, ha creído oportuno proponerla a la vida común. He escrito ilustrísimo, sin la más mínima ironía,
porque su gesto le hace acreedor a ese título y al de sensato (¡hay tan
pocos!), equilibrado, ponderado, inteligente, práctico y realista.
Recuerda
a todos (tal vez más a los más jóvenes que no han tenido todavía ocasión de
escuchar y aprender) que deben conducirse en el pueblo con la corrección que
les haga dignos de ser conciudadanos. Porque no basta con haber nacido en un
lugar y vivir en él si no se sabe convivir. Y la convivencia es una exigencia
de la naturaleza humana. ¡Humana! No se supone que en la sociedad de los
hombres figuren sujetos porcunos, por poner un ejemplo. Y un ejemplo bien
traído, porque tal vez sean esos seres (seres, sí, porque lo son) los que más
se acercan a los que con su conducta, actitud, gesto, talante, porte y maneras
(por muy generosos que se presenten en la mesa, una vez bien adobados) puedan
hacer feliz la convivencia mientras viven.
¿Y por
qué ve necesaria el alcalde de La Toba esa ordenanza? Porque en los cimientos
de la educación de sus habitantes (seguramente sólo de unos pocos) ha faltado
una madre que con su cariño, su poder persuasivo, su constancia, su exigencia,
su convicción invencible haya hecho saber (y haya logrado que lo sabido se haya
convertido en vida) que ciertas cosas no se hacen. Al menos en público (hay en
la intimidad de la persona determinadas “expansiones” que son necesariamente
naturales y, por tanto, naturalmente
necesarias) que no trascienden el umbral de lo privado.
Los
altos objetivos que los padres exigen insistentemente a sus hijos (”Sé
honrado”, “Respeta a los demás”, “Hazte merecedor del aprecio de todos”. “Prepárate
para ganarte el cocido el día de mañana”, “Estudia”…) deben acompañarse con
normas, recuerdos y consejos menudos como los que figuran en la Ordenanza de La Toba. Y que deben
repetirse una y otra vez, con argumentos inteligentes, hasta que el hijo quede
convencido de que “mi madre tiene razón”, “soy mejor amigo si hago lo que me
dice”, “la gente me aprecia más desde que he empezado a tener en cuenta los
preceptos de mi madre”, “me siento más contento”, “me veo más yo mismo”…
Y,
naturalmente, las madres deben ser educadoras que sepan lo que hay que
insinuar, inculcar, exigir o prohibir en la marcha de sus hijos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.