lunes, 9 de abril de 2012

La Toba.


El embalse de Alcorlo, joven, bello y educado.

Todos conocéis La Toba, esa pequeña población (115 habitantes) cercana al río  Bornova y guardiana de la memoria del pueblo de Alcorlo, que cedió heroicamente su nombre al embalse que hoy lo anega.  Y lo conocéis probablemente porque está en boga desde que se lanzó a los aires de los “medios” su sensata Ordenanza municipal reguladora del civismo y del uso del los edificios y recintos públicos de La Toba, enriquecida con el Plan de promoción de hábitos de cortesía y de valores y habilidades sociales.
Su joven alcalde, licenciado en Ciencias Políticas, sin duda ilustrísimo, Julián Atienza García, ha creído oportuno proponerla a la vida común. He escrito ilustrísimo, sin la más mínima ironía, porque su gesto le hace acreedor a ese título y al de sensato (¡hay tan pocos!), equilibrado, ponderado, inteligente, práctico y realista.      
Recuerda a todos (tal vez más a los más jóvenes que no han tenido todavía ocasión de escuchar y aprender) que deben conducirse en el pueblo con la corrección que les haga dignos de ser conciudadanos. Porque no basta con haber nacido en un lugar y vivir en él si no se sabe convivir. Y la convivencia es una exigencia de la naturaleza humana. ¡Humana! No se supone que en la sociedad de los hombres figuren sujetos porcunos, por poner un ejemplo. Y un ejemplo bien traído, porque tal vez sean esos seres (seres, sí, porque lo son) los que más se acercan a los que con su conducta, actitud, gesto, talante, porte y maneras (por muy generosos que se presenten en la mesa, una vez bien adobados) puedan hacer feliz la convivencia mientras viven.
¿Y por qué ve necesaria el alcalde de La Toba esa ordenanza? Porque en los cimientos de la educación de sus habitantes (seguramente sólo de unos pocos) ha faltado una madre que con su cariño, su poder persuasivo, su constancia, su exigencia, su convicción invencible haya hecho saber (y haya logrado que lo sabido se haya convertido en vida) que ciertas cosas no se hacen. Al menos en público (hay en la intimidad de la persona determinadas “expansiones” que son necesariamente naturales  y, por tanto, naturalmente necesarias) que no trascienden el umbral de lo privado.
Los altos objetivos que los padres exigen insistentemente a sus hijos (”Sé honrado”, “Respeta a los demás”, “Hazte merecedor del aprecio de todos”. “Prepárate para ganarte el cocido el día de mañana”, “Estudia”…) deben acompañarse con normas, recuerdos y consejos menudos como los que figuran en la Ordenanza de La Toba. Y que deben repetirse una y otra vez, con argumentos inteligentes, hasta que el hijo quede convencido de que “mi madre tiene razón”, “soy mejor amigo si hago lo que me dice”, “la gente me aprecia más desde que he empezado a tener en cuenta los preceptos de mi madre”, “me siento más contento”, “me veo más yo mismo”…
Y, naturalmente, las madres deben ser educadoras que sepan lo que hay que insinuar, inculcar, exigir o prohibir en la marcha de sus hijos.

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