El
verso completo, casi final (porque añade ¡arriba,
corazón!) de la poesía, casi un soneto, de Gregorio Marañón que
trascribimos, es: “Si la pena no muere se
la mata”. Y, si no recuerdo mal, era el lema de su exlibris en los muchos y densos libros de su biblioteca.
Arriba,
corazón, la vida es corta
y hay que aprender a erguirse ante el destino.
Sólo avanzar importa,
arrojando el dolor por el camino.
y hay que aprender a erguirse ante el destino.
Sólo avanzar importa,
arrojando el dolor por el camino.
Otras
horas felices
matarán a estas horas doloridas.
Las que hoy son heridas
se tornarán mañana cicatrices.
matarán a estas horas doloridas.
Las que hoy son heridas
se tornarán mañana cicatrices.
Espera
siempre, corazón, espera
que ninguna inquietud es infinita,
y hay una misteriosa primavera
donde el dolor humano se marchita.
que ninguna inquietud es infinita,
y hay una misteriosa primavera
donde el dolor humano se marchita.
Con
tu espuela de plata
no des paz al corcel de la ilusión.
"Si la pena no muere se la mata",
¡arriba, corazón!
no des paz al corcel de la ilusión.
"Si la pena no muere se la mata",
¡arriba, corazón!
El capítulo 11 de la segunda parte del Quijote se abre,
¿recordáis?, rebosando de la pena del Caballero al comprobar la maldad del
encantador que había convertido a su princesa Dulcinea en aldeana. Pero
entonces Sancho, que no sólo escuchaba, como nos dice magistralmente Doré en
este grabado, sino que pensaba (¡y cómo pensaba!) y se expresaba, le dijo a su
señor: “Las tristezas no se hicieron
para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten
demasiado, se vuelven bestias...”.
Y otro sabio, el bufón Don
Galán, del Águila de Blasón de don
Ramón del Valle-Inclán, le ilumina el camino al caballero don Juan Manuel
Montenegro: El
que está triste siempre/ lo está
demasiado. E insiste (cuando le oye a don Juan Manuel
explicar: Siento como si un gusano me
royese el corazón): Es el
pensamiento: un cuervo loco que por veces húyese de la cabeza y se esconde en
el pecho.
Y Claudio, aquel
rey impostor y alevoso, que robó a su hermano Hamlet el trono y el lecho, le
decía a su sobrino: Las lágrimas que
lloran con exceso una muerte son un poco saliva contra Dios.
Son tan sensatas y
equilibradas estas reflexiones de un pensador, un rey, un escudero y un bufón,
que bastan para robustecer la convicción de que nuestro pecho no debe albergar
la nostalgia que se fragua y se revuelve en la cabeza.
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