La
imagen de este animal, que aquí se nos presenta, se debe a la ayuda de la telecámara
de un submarino robótico de la expedición Ocean
Exploration Trust a ochenta millas al Oeste de Monterey y a tres mil metros
de profundidad.
Lo
llaman “Dumbo” porque dicen que se parece al elefantito de Disney. Pero es,
dicen, un pulpo, un pulpo raro, pero un pulpo. Un Grimpoteuthis bathynectes (ese es el solemne nombre que le han
dado) de sesenta centímetros, que se alimenta de crustáceos, gusanos y
moluscos.
Los
apéndices que luce como orejas atentas no se han estudiado todavía dada la
dificultad de observar esas realidades de vida tan profundas.
Pero contemplarlo vale para una sencilla reflexión sobre el bulismo infantil. Y escribo infantil porque es propio de quien no ha
madurado como para comprender la amplitud, la riqueza, la dignidad de cualquier
ser vivo, pero especialmente de las personas más cercanas.
¿De dónde nace esa práctica pueril que tanto mal provoca? ¿Podemos
afirmarlo sin error? Sí. De los padres y solo de ellos adquieren los niños la
capacidad de medir. Aprenden de ellos a clasificar, a medir el calibre de los
bienes y los males, a comparar la altura o grandeza, la bajura y raquitismo de
todos los que no son “de la familia”. La crítica es una práctica mezquina e
inmadura en la vida de relación. Pero es muy frecuente que el criterio de
valores (de cualquier tipo que se piense) que expresan los padres (el padre y
la madre) en el hogar sea decidido, decisivo, tajante, exagerado. A veces va
envuelto en un sentimiento de envidia o de revancha, de desahogo, de
superioridad que sirve para plantar una cátedra propia de jueces.
Cuando esa debilidad en la entereza del respeto al otro, a todo otro,
se une a la del amigo o compañero o grupo o rebaño, el contagio del placer de
mortificar, la tendencia a acosar al animal herido, el regusto de creerse
superior, la falta de compasión, el instinto desbocado forman escuela.
No es difícil en nuestra vida de relación comprobar que muchos,
demasiado…, hasta el más necio
(seguramente más que ningún otro) viven embistiendo y son capaces de
juzgar, de clasificar, de condenar, de despreciar –sin más- al que no le cae bien.