Cuando yo era niño no
sabía, naturalmente (porque sabía muy pocas cosas, como ahora) que Charles
Earle Funk atribuía al “mensaje a García”
el valor de un ejemplo eficaz en la cultura popular: Con él se animaba (se
obligaba, vamos) a los hijos a realizar cosas aparentemente difíciles, pero
necesarias o convenientes y posibles de conseguir. Tampoco sabía que Un mensaje a García era un ensayo de
Elbert Hubbard que, en 1899, contaba que el soldado norteamericano Rowan, en
lucha contra los españoles a los que querían echar de Cuba (y lo lograron),
tenía que entregar un mensaje nada menos que del Presidente de los Estados
Unidos a un jefe de los rebeldes oculto en la sierra cubana.
Y me
decían, como respuesta a mis interminables preguntas sobre lo que me encargaban
y yo no quería hacer: Mensaje a García.
Porque
García – me decían - atravesó Cuba de costa a costa y a pie (yo no sabía si de
Norte a Sur o de Sur a Norte, o de Occidente a Oriente o en sentido contrario,
porque ni sabía cómo era ni dónde estaba Cuba) y entregó a García el precioso
mensaje.
Y
refunfuñando me entregaba a realizar la misión confiada echando pestes contra
García, contra el jefe que necesitaba que le escribiese el Presidente de los
Estados Unidos y, con un poco de miedo –
y supongo que con todos mis respetos por si llegaba a conocer mis sentimientos
- contra el Presidente de los Estados
Unidos.
Hubbard sabía que quien
se entrega a una misión recibida con decisión y sin vacilaciones, con arrojo y
entusiasmo y sin reticencias, se hace fuerte, cultiva la inventiva, supera la
depresión del fracaso, consigue el triunfo, logra llegar a la otra costa.
¿Educamos como el jefe de
Rowan? ¿O más bien, queriendo acabar pronto y que las cosas se hagan bien, o
temiendo cargar con demasiado peso la
presuntamente inmadura responsabilidad de nuestro hijo, hacemos nosotros
lo que, sin duda, debe hacer él?
Hay una figura estimulante en el padre que le pregunta a su hijo si le quiere ayudar… ¡en lo que sea!, que le cede parte de un trabajo que han comenzado juntos, que le elogia y le agradece lo que ha hecho. Porque más adelante se da cuenta de que el hijo quiere hacer y hace algo de lo que no le habrían dado las ganas de hacer sin una escuela así.
Hay una figura estimulante en el padre que le pregunta a su hijo si le quiere ayudar… ¡en lo que sea!, que le cede parte de un trabajo que han comenzado juntos, que le elogia y le agradece lo que ha hecho. Porque más adelante se da cuenta de que el hijo quiere hacer y hace algo de lo que no le habrían dado las ganas de hacer sin una escuela así.