El
Papa Francisco nos entreabre la puerta ante el misterio amoroso de la Navidad.
Sus afirmaciones son otros tantos interrogantes que deben remover nuestras
entrañas al contemplar el entrañable regalo que Dios me hace de un Niño que es
Dios, pero que nace hombre para vivir como yo, para sufrir como yo, para
enseñarme a amar como Él lo hace, para amar como yo, para morir por mí.
«Dios
no da nunca un regalo al que no es capaz de recibirlo. Si nos ofrece el regalo
de Navidad es porque todos tenemos la capacidad de comprenderlo y recibirlo.
Todos, desde el más santo al más pecador, desde el más limpio al más
corrompido. También el corrompido tiene esa capacidad: pobrecito, a lo mejor la
tiene un poco oxidada, pero la tiene. Navidad en estos tiempos de conflictos es
una llamada de Dios que nos hace este regalo. ¿Queremos recibirlo o preferimos
otros regalos? Esta Navidad en un mundo atormentado por las guerras, a mí me
hace pensar en la paciencia de Dios. La virtud principal de Dios que se muestra
en la Biblia es que Él es amor. Él nos espera, nunca se cansa de esperarnos. Él
nos hace el regalo y después nos espera. Esto sucede también en la vida de cada
uno de nosotros. Algunos lo ignoran. Pero Dios es paciente. Y la paz, la
serenidad de la noche de Navidad es un reflejo de la paciencia de Dios con
nosotros».
Me
permito hacerme estas preguntas que entresaco de las palabras del Papa por si
te sirven también a ti.
¿Me
gusta recibir regalos? ¿De cualquier persona? ¿También de Dios? ¿Me molestan
los regalos que me comprometen, que me obligan a hacer algo que me parece que
no va conmigo, que me dejan con el fastidio de tener que corresponder? ¿Tengo
atormentado mi mundo personal, interior…? ¿Me da miedo ahondar en él? ¿Tengo
oxidada mi sensibilidad hacia las cosas que estropean mi atención a lo que de
verdad me interesa: nombre, dinero, amores…? ¿Me deslumbra y me basta el brillo
de las luces, el color de los farfollas, la caricia de los sentidos? ¿Me gusta
y deseo y necesito que Dios siga siendo paciente conmigo?
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