Pablo de Tarso, aquel coloso
de la fe en Cristo del que predicó, al que defendió y por el que murió, en su
último y tercer viaje por Asia Menor y Grecia que relata su fiel compañero
Lucas, llegó a Mileto. Antes de zarpar para estar en Jerusalén para la fiesta
de Pentecostés, quiso ver una vez más a los ancianos de Éfeso y los convocó
allí, en Mileto, a unos 40 kilómetros. Tuvo con ellos un encuentro lleno de
afecto y pena porque ya no los vería más. Al final de las palabras que les
dirigió les dijo: “Hay que acoger a los débiles recordando el dicho del Señor
Jesús: más vale dar que recibir”.
Esta preciosa
convicción fue lo que movió a los santos a dar y a darse. Y estando cerca de la
fiesta de Don Bosco es bueno recordar que ese fue el punto de partida de la
entrega de Don Bosco a sus muchachos. Me refiero brevemente a tres anécdotas
que figuran entre los muchos gestos de su vida.
Estando ya muy mal
de salud, su joven secretario Carlos Viglietti, que le atendía y que escribió
una crónica de la vida del santo en los tres últimos años, consignó lo
siguiente: “8 de enero de 1888 (Don Bosco moriría 23 días más tarde, el 31): Esta noche me ha
dicho Don Bosco que «Don Bosco gastó hasta el último céntimo antes de su enfermedad,
se quedó sin dinero durante su enfermedad y sus huérfanos siguieron pidiendo
pan antes y después; por eso el que quiera hacer caridad que la haga, porque
Don Bosco no podrá ya ni ir ni volver»”.
A cuántas puertas
llamó Don Bosco y cuántas invitaciones a comer aceptó con la condición de que
le diesen una limosna para el pan de sus hijos. Después de una de estas comidas
y de haber recibido la generosa ayuda que quisieron darle, Don Bosco empezó a
meter en su bolso la vajilla de plata que vio en el aparador. - ¡Don Bosco!,
¿qué hace usted? – Me la llevo. – Pero si es una herencia de mis abuelos que
apreciamos mucho… - Se la vendo. -
¿Cómo? - Sí, usted puede comprármela.
– Pero… ¿cuánto
quiere por ella? – Mil liras, respondió Don Bosco que la fue sacando de su
bolso y que recibió las mil liras del amigo generoso.
Salía, acompañado
por un salesiano, de la visita a una señora muy pudiente. Y ya en la calle le
preguntó el joven salesiano: - ¿Por qué, después de haber recibido una buena
cantidad de la señora le pidió usted más? – Para hacerle un favor. Es muy rica
y si no da bastante de lo mucho que tiene no se salvará.
Conocer a los santos nos ayuda a serlo también nosotros. Y si la palabra del Señor Jesús es vida, es natural que, si queremos vivir de verdad, tengamos presente de un modo constante y generoso que es mejor dar que recibir.
Conocer a los santos nos ayuda a serlo también nosotros. Y si la palabra del Señor Jesús es vida, es natural que, si queremos vivir de verdad, tengamos presente de un modo constante y generoso que es mejor dar que recibir.