Luciano Cammaroto,
milanés, pedagogo, maestro de niños, escritor prolífico de comedias para niños,
fábulas, cuentos y poesías, dice de sí: “Escribo
para no perderme las posibilidades que ofrece el mundo de la imaginación: me
gusta jugar…”.
Y leemos entre sus cosas: “Creía que habían
matado a Jesús, y hoy lo he visto dando un beso a un leproso. Creía que habían
borrado su nombre y hoy lo he oído en los labios de un niño. Creía que
habían crucificado sus manos bondadosas
y hoy lo he visto curando una herida. Creía que habían atravesado sus pies y
hoy lo he visto caminar por las calles de la gente pobre. Creía que Jesús había
muerto en el corazón de los hombres, pero he entendido que Jesús resucita
también hoy cada vez que un hombre tiene compasión de otro hombre”.
Después de haber leído esta
declaración de encuentros con Jesús por parte de un hombre de ojos limpios, de
corazón grande y de alma luminosa es justo comprender que, aunque creamos que
no está estos días que llamamos de Navidad bajo las luces de las ciudades y de
las casas, tras los papeles brillantes en tantos lugares que parecen arropar o
sustituir al cariño, más allá de los espumosos y los turrones en demasía, de
los villancicos nobles o destemplados, en los brazos de reencuentros
familiares, en las veladas del hogar, en la pobreza de los tugurios, en la
escasez de los débiles, en la soledad de los aplastados por el abandono, la
separación, el engaño… Jesús está presente y tanto más cercano cuanto mayor sea
o parezca el vacío de las vidas. Porque “Jesús resucita también hoy cada vez que un
hombre tiene compasión de otro hombre”.
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