Ahí donde lo ves
erguido, desafiante, decidido, atento, con orejas pequeñas pero bien
orientadas, de colores sencillos pero variantes, con un morro fruncido pero
voraz… tienes el retrato de un hurón. Puede ser albino y casi negro. Come carne
y alguna que otra fruta de vez en cuando. Y pesa entre uno y dos kilos. Es un
animal domesticable y cariñoso. Pero sigue siendo un animal que busca rincones
donde encontrar presas, como sabes, y encontrarse seguro. Lo llaman mustela
porque tal vez tiene una extraña forma alargada, como de gavilla. Es putorius
porque desprende un olor no muy agradable. Y es furo porque es fur, ladrón que
se mete en la madriguera de conejos y animales parecidos, es decir, en casa
ajena, para buscar el sustento. O para ayudar al hombre a sacarlos de
ella.
¿Tiene algo que ver
hurón y hurgar? Pues seguramente. Porque hurgar es furicare en Latín, que en
español es hurtar. Pero hurtar excavando, escarbando, rebuscando, minando,
revolviendo, rascando, erosionando, hozando…
Traigo al hurón a
nuestra reflexión (podría valer también el marrano) porque se me ha ocurrido
muchas veces que los que llamamos medios de comunicación son en nuestro mundo
cercano y con mucha frecuencia medios de hurgar eficazmente. Si esos medios son
producto de la sociedad que los engendra todo lo que antecede puede y debe
aplicarse también a ella. Parece como si lo hiciese para prestar un favor a la
libertad de expresión. Si es verdad lo que dicen, ¿por qué no se puede, por qué
no se debe decir?
¿Y dónde se aprende a
hacer eso? ¿En las escuelas especializadas? ¿Se llaman facultades porque
facultan a hacer lo que estamos describiendo?
Mi convicción es que
la escuela del huroneo es la familia. La familia en la que se habla de todo y
de todos, se juzga y se califica a todos caiga quien caiga, se alimenta de
trapos sucios, se ejercita el rejoneo sin caballo ni alguacil, enseña a
ensañarse con el mundo, a encasillarlo y condenarlo sin descubrir que, al
hacerlo, se está fecundando jueces sin seso y ciudadanos sin corazón.
Nuestro deber de educadores nos debe llevar a
alimentar la mirada, el juicio y la expresión de respeto hacia los que llamamos
semejantes pero a los que muchas veces tratamos de esclavos de nuestro
desprecio.
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