La película En busca del arca perdida nos dejó ver
alguna de las trescientas misteriosas esferas de piedra del Delta del Diquís.
La más grande pesa así como dieciséis toneladas y su diámetro mide dos metros.
La zona del Delta está modulada, como sabes, en la costa del Pacifico de Costa
Rica, por las aguas de dos ríos: el Diquís o Grande de Térraba, que reúne las
aguas de muchos otros ríos que bajan de la cordillera de Talamanca; y el
Sierpe, menos importante y caudalosos
(con los ríos pasa lo que con los hombres: unos, mucho y otros, poco) porque
nace en una laguna relativamente cercana. La fauna y la flora que en su entorno
son asombrosamente ricas y llamativas.
En este lugar alentó hace
cinco mil años, una cultura espléndida en política, religión, comercio, arte,
agricultura, metalurgia, artesanía del oro, alfarería, escultura en piedra de
hombres y mujeres de hasta dos metros con raros tocados de los que sabe muy poco
y de los que se supone todo, que es lo que se hace cuando no se sabe.
Y dada esta noticia,
probablemente conocida por ti, lector, vamos a la moraleja. ¿Qué movió a labrar
esas esferas pasmosas? ¿Para qué? ¿Quién ideó ese universo extraño que no se
encuentra en ningún otro lugar del mundo? ¿Y con qué instrumento se pudo hacer
el cálculo de su trazado perfecto y el labrado de su volumen?
Esas preguntas o, al menos,
algunas de ellas, nos pueden trasladar a una esfera muy cercana a nosotros. La
educación de nuestros hijos nos plantea este sabio interrogante: ¿Me ha salido
redonda mi tarea de “labrar” a mis hijos? O, más importante todavía, ¿me preocupa el trabajo de educación que
estoy realizando? Es verdad que yo soy un factor en ella, pero un factor
indispensable, precioso, decisivo.
Los hijos se parecen a los
padres. Pero no es el parecido, físico o psicológico, el que interesa por
encima de otros. Hay un mundo de valores en la vida que la dignifican, la
enaltecen, la elevan sobre la mediocridad y la ordinariez.
Una obra de arte es fruto
del esfuerzo físico estético o moral de su autor. Pero la obra de arte que
conduce a la “creación” de un hombre magnífico, que es la meta de mi entrega,
exige que su autor sea modelo en esos valores que lo plasman.