De Gonzalo de Berceo son estos versos.
¡Eya velar, eya velar, eya velar!
Velat aljama de los judíos.
¡Eya velar!
Que non vos furten al Fijo de Dios.
¡Eya velar!
Ca furtárvoslo querrán.
Velat aljama de los judíos.
¡Eya velar!
Que non vos furten al Fijo de Dios.
¡Eya velar!
Ca furtárvoslo querrán.
Gonzalo de Berceo, riojano, se educó en el Monasterio “de arriba”
(“de Suso” dice él) de San Millán de la Cogolla; fue diácono, preste, notario y
poeta, después de haberse formado muy seriamente en los Estudios Generales de Palencia. Y con los versos anteriores parece
que alertaba a los judíos a no dormirse junto al sepulcro de Cristo para que
sus discípulos no pudiesen hurtar su cuerpo y proclamar su resurrección.
¿Y por qué sólo en
Pascua? ¿Y por qué sólo alertar a los judíos y no a nosotros?
Hay muchas “navidades” en
las que, por muchas causas, se ha hurtado el Cuerpo de Jesús recién nacido.
Algunos lo han hecho por inercia: han ido quedando deslumbrados por el papel
brillante con el que habían envuelto el misterio y se encuentran con que
Navidad es confeti y espumillón. Otros lo han hecho con una intención bien
definida: la de no sentir el ronroneo de la conciencia y llenar “los días felices”, “las felices fiestas”, de humo, de vapores y de sabores dulces o
recios. A otros les ha sobrado siempre (o les ha ido sobrando poco a poco a
golpe de emociones carnales) cualquier referencia a lo trascendente del mundo
del espíritu; o han prescindido de esa ardua esfera de lo invisible que,
parece, molesta porque exige ser menos animal. Algunos, ingenuos, han
encontrado en la deformación de tradiciones seculares y venerables el alimento
de sus fantasías, esperanzas, sueños e ilusiones: Magos, Papá Noel, Santa Claus o, simplemente, Santa, sin género ni caso.
A los que hemos
construido nuestra vida en la irrenunciable fe en el Amor de Dios hecho Hombre
nos corresponde poner diques a la invasión, en nuestro pequeño o no tan pequeño
mundo, de corrientes de vacíos, de ficciones y de cuentos.