A
don Gregorio Marañón y Posadillo (eminente endocrinólogo y sabio escritor,
entre otras muchas prendas) le gustaba llamarse “trapero del tiempo”. Lo decía
con sencillez para explicar la profusión de su obra como fruto de aprovechar los
minutos que mediaban entre su llegada a casa y el anuncio de que la comida
estaba en la mesa. Los dedicaba siempre para añadir algunas líneas a los
trabajos de investigación y escritura de ciencias o historia que tenía en el
bastidor. “Traperos del tiempo” son, efectivamente, los hombres que tienen
tiempo para todo, porque no tienen tiempo para nada que no sea algo.
Alfonso de Lamartine
advertía: “El tiempo es tu nave y no tu morada”.
Luis Martin (beato como su esposa Celia Guérin y padres de cinco hijas todas
ellas religiosas, de las que la menor, Teresa del Niño Jesús, es santa) repetía
ese verso de Lamartine en su hogar. Y en sus Manuscritos autobiográficos lo recordaba Teresa, aunque escribía: “La vida es tu nave...”.
Nos sirven estas
citas para una reflexión que puede sernos útil. Tanto Lamartine como Martin
insistían en la caducidad de eso que llamamos tiempo. “Se nos escurre y no
vuelve”, solemos decir sin saber lo que decimos, porque ignoramos qué es el
tiempo, si es que es algo, porque usamos relojes. En cambio Teresa, por error o
porque lo había visto a la luz de la eternidad, sustituía tiempo por vida. Y hace
bien: las frases “no tengo tiempo”, “no me llega el tiempo”, “estoy perdiendo
el tiempo”… deben leerse, con la traducción de Teresa, de este otro modo: “no
tengo vida”, “no me llega la vida”, “estoy perdiendo la vida”… Por lo que un “pasatiempo” es un “pasavida”. Y para algunos un “pasavida “ que dura toda la vida. Es
el objeto de la reflexión de Jorge Manrique: “Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo
se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando”. Tan callando, que
no nos damos cuenta de que se nos escurre la vida sin enterarnos. Pero los
“traperos del tiempo”, que lo tienen
también muy presente (o, seguramente porque lo tienen muy presente),
necesitan apretar las manos sobre el barro de la obra que saben que se les ha
confiado y quieren hacer de ella, de su vida, un taller de artífice que enjoye
la historia, un horno de pan que remedie al hambriento, una nave que traslade a
los viajeros de la travesía humana al puerto de la auténtica Vida.