Veredicto de Osiris
El mal llamado “Libro de los Muertos” era un largo y pesado prontuario que todo egipcio llevaba consigo a la tumba. Algo así como una guía para el último viaje, el viaje hacia “Occidente”, el Amenti, uno de los nombres del infierno egipcio: «región escondida». Plutarco en el tratado de Isis y de Osiris, capítulo XXIX, dice: «El paraje subterráneo al cual se trasladan las almas después de la muerte se llama Amenthes.» El Libro de los muertos, en el capítulo XV, se expresa en conformidad con el texto de Plutarco en estas palabras: «A la tarde el sol vuelve su faz hacia el Amenti.» Las creencias egipcias habían asimilado la vida humana a la jornada solar, y por eso al declinar la existencia el alma, desprendida del cuerpo por la muerte, el alma descendía a la región inferior, hasta llegar al Amenti o sala del tribunal de Osiris, juez supremo que, asistido por 42 asesores, decidía la suerte futura de la misma. De aquí que el Amenti fuera llamado el “país de verdad de palabra”. El Amenti estaba personificado en el panteón egipcio por una diosa llamada Amen-t con la cabeza coronada por el grupo jeroglífico del Occidente, y por otra diosa de tocado isiaco llamada Merseker, es decir, «amante del silencio.»
Y para el momento en que se debía pasar por el juicio de Osiris, para el momento en que pesarían el corazón en una balanza infalible, sin mentira, el viajero al más allá debía repetir en su interior una y otra vez: “Corazón mío, corazón de mi madre, no te alces contra mí, no depongas en contra de mí”.
Vivimos ansiando la verdad (menos cuando la mentira nos sirve como instrumento de ventaja): la verdad en los otros y alguna vez también en nosotros mismos.
El que es la Verdad nos ha explicado bien dónde se encuentra la buena educación: la verdad que debemos ofrecer en el momento de la pesada de nuestro pobre corazón, en el juicio definitivo. Será un repaso a nuestra buena educación, es decir, a la grandeza o la pequeñez de nuestro corazón. Se nos llenará el corazón de la infinita ternura del Padre (“¡Benditos de mi Padre!”) si dimos un vaso de agua al sediento (¡por un vaso de agua un Reino!), un poco de pan al que se nos acercó con hambre, un saludo para el que se nos cruzó en el camino, una visita al solo y al enfermo, un silencio ante el silencio del que calla, una palabra al que sufre si nuestra palabra no le escuece en la herida, respeto y apoyo al que sigue mi mismo camino, una sonrisa al que vive buscando la aurora, una mirada al hermano que está junto a mí, mi tensión interior por saber que existen los demás, tenerlos en cuenta, atenderlos, servirles, convertir el agua sencilla de las cosas pequeñas en el vino nuevo que llena los odres nuevos del Reino, lavar los pies al que creo que es menos que yo, pero al que elevo en un trono de estima cuando me arrodillo ante él, dar la vida por los amigos, regalándonos sin que nos duela morir.