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jueves, 29 de noviembre de 2012

Leontopodium (2).



La edelweiss (el Leontopodium alpinum) aparece agazapada en su lecho encumbrado. No pasa los diez centímetros que miden las más esbeltas. Esa pequeñez y su aparente debilidad y pálido color hacen pensar cuando se la contempla en una frágil y acobardada flor huidiza. Pero no es verdad. Su resistencia la prueban las cotas que alcanza su nido, siempre por encima de los 1.500 metros y algunas hasta los 3.000, donde el invierno es riguroso y las heladas tercas.
Crecen en superficies hendidas de material calcáreo y en las quebraduras de las rocas donde reciben la tenue caricia de un rayo de sol. Las heladas y las radiaciones ultravioletas no la hieren gracias a una fibra vegetal que las protege. Florece en el verano y sus vistosas hojas son blancas, grises o tenuemente amarillas.
Es propia de las alturas de Europa y abunda en los Alpes de Austria y Suiza. Y se encuentra también en algunas cordilleras de Asia, como el Himalaya.
Por todo ello es símbolo de valentía. Cuando las flores hablan, Edelweiss dice: “Escríbeme”. Y, según la leyenda, los jóvenes enamorados subían, cuando el amor era amor, hasta los 2.000 metros en busca de una para su amada.
Pero es también leyenda sobre la edelweiss que se eleva en la montaña para preservar su blancor, que sorbe de la Luna, de la rapiña de los hombres.
Dicen también que es símbolo del amor eterno que nunca se enmustia, del mundo de los sueños y del honor y refleja la belleza arcana, mansa y misteriosa de una belleza escondida.
¿Y nosotros? Leí hace unos días el diagnóstico de un humorista (los humoristas son personas muy serias) sobre nuestra nación: es hoy un país donde reina la mediocridad. Nos proponemos como modelo al mediocre para no ser menos que él; nos planteamos ser mediocres porque aspirar a lo que llaman excelencia exige esfuerzo; programamos la extinción del que destaca porque no aguantamos que alguien nos supere; acusamos de lo que sea al que sobresale porque necesitamos destruir la verdad de su entereza; presumimos y exhibimos vulgaridad porque es lo único que tenemos y porque de ese modo acosamos y creemos hace callar al que pudiera echarnos en cara nuestra miseria moral y espiritual.  
¿Dónde se encuentran los que suben a lo alto logrando mantener la blancura de su existencia? ¿Cuántos son los que mueren por defender y contagiar la claridad de su honor?

jueves, 1 de marzo de 2012

La Antártida.


El próximo 7 de marzo recordaremos que hizo un siglo se supo que el noruego Roald Engelbregt Gravning Amundsen había llegado al Polo Sur. Lo había logrado el 14 de diciembre después de casi tres meses de penoso avance.
No fue igual para el inglés Robert Falcon Scott, que llegó al mismo punto 35 días más tarde y que en el regreso pereció con sus cuatro compañeros bajo la avalancha de una tempestad de frío.
Ambos habían preparado su expedición cuidadosamente. Pero los analistas de los hechos señalan diferencias en esos preparativos a los que atribuyen, no sólo el atraso del segundo, sino también su muerte con la de sus compañeros.
Los factores que jugaron a favor o en contra fueron, por ejemplo, la preparación anterior, sobre todo la remota. Ambos fueron marinos, pero se dice de Amundsen que desde los 14 años ya pensaba en una vida de explorador de los polos. Y se preparó para ella. La programación de Scott incluía estudios del mundo que iba encontrando. Amundsen se propuso llegar y nada más. La expedición de Scott confió para el traslado en caballos mongoles que murieron todos, mientras que Amundsen lo hizo con perros después de aprender de los esquimales su manejo más provechoso (tuvo que matar a algunos de ellos al regreso para disponer de comida para los 11 que sobrevivieron). Parece que la vestimenta no fue suficientemente adecuada en la expedición inglesa para defenderse de las bajísimas temperaturas que debieron soportar. Los noruegos fueron colocando depósitos de alimento antes de emprender la marcha que comprendía ascender a los montes Transantárticos para llegar a la meseta polar. El alimento en ambos casos tenía como base un viejísimo invento americano, el pemmican, más rico en grasas en la dieta de Amundsen que comprendía diariamente también galletas, chocolate y leche en polvo. 
Y, sobre todo, la cohesión del grupo, débil por no decir agria y hasta imposible, en el de Scott.
La lectura de lo mucho que se ha escrito sobre estas dos proezas terminadas de modos tan diferentes, puede servir para hacer serias reflexiones sobre la vida y sus caminos. He aquí algunas. Pueden no ser muy profundas, pero son bien intencionadas. La primera es que las cosas serias no se improvisan. No se puede improvisar ser marido y mujer. Basta contemplar parejas de nuestro alrededor para concluir que se improvisaron. Ser madre y padre no se improvisa. No basta tener hijos, sino que se debe saber quererlos y saber transmitirles la grandeza y la luminosidad de la vida. Y para eso hace falta ser grande y ser luz para acompañarlos en los complejos y a veces arduos y oscuros caminos del crecimiento y la maduración. Amar no se improvisa. Se impone un duro ejercicio de amor para amar de verdad. Pero la mayor parte de los que improvisan el matrimonio lo hacen así porque nunca han salido de su egocentrismo infantil y no sólo no lo encauzan, no lo superan, sino que se empecinan en él.

miércoles, 11 de enero de 2012

Fresas y Naves.

Quien sube a las colinas romanas (“castelli” las llaman allí) y se acerca a Nemi, una de ellas, llega a un lugar misterioso, sagrado. Porque estuvo consagrado a la diosa Diana (el nombre de Nemi – nemus = bosque -  recuerda su vecina morada) y el lago al que se asoma, coqueta, la pequeña ciudad, mirándose en él, como lo sigue haciendo por la noche la diosa: ¡es el Espejo de Diana! 
Habrá quien se interese por visitar Nemi y sus fruterías y por contemplar la cantidad, variedad y belleza de las fresas que allí se cultivan y preparan en deliciosas cestitas. Pero tal vez le interese a alguno lo que susurra el aire hablando de naves y de olvido. 
Cayo Julio Germánico nació muy cerca de aquí, en Anzio. Y por eso, o por la belleza del lugar, se le ocurrió, cuando llegó a emperador (Cayo Julio César Germánico, alias Calígula, ya sabéis por qué) “fletar” en aquellas aguas dos fantásticas naves para su recreo y el de sus amigos. La vida de Calígula duró poco: cuando tenía 29 años Casio Querea secundó la sugerencia de algunos senadores y le asesinó. Su tío, Claudio, fue un buen gobernante y tal vez por eso no quiso saber nada de aquellas naves que se fueron al fondo.   
Ya desde 1446 hubo tanteos por descubrir lo que la leyenda o la tradición de pescadores y nadadores decían de los pecios. Y mucho se llevaron. Pero hasta 1928 no se intentó en serio sacarlos a flote. A flote, no. Porque la solución fue bajar el nivel de las aguas por medio de bombas y entregarlas al túnel emisor que existía ya antes de los romanos. El 28 de octubre de 1928 aparecieron los restos de la primera  y dos años y medio después los de la segunda. Se restauraron, recubrieron con una capa protectora y trasladaron a un enorme pabellón, donde acabaron convertidas en carbón por un incendio que se produjo en la retirada de los alemanes el 31 de mayo de 1944.
Medían respectivamente 64 por 20 y 71 por 24 metros de eslora y manga, como dicen los entendidos, es decir, de largo y de ancho. Eran de madera de pino, estaban recubiertas con lana impregnada de betún y láminas de plomo. Y habían albergado villas, templos, termas, villas… de las que se conservan, afortunadamente, columnas, mosaicos, mármoles, instrumentos mecánicos de desplazamiento de plataformas, anclas, objetos de bronces, estatuas…
Moraleja que vale para el hombre: ¿Para qué vale una nave que no se destina a luchar contra las olas? ¿Para qué se construye una nave que carece de horizontes? ¿Para qué se despliegan velas que no van a sentir el apremio del viento? ¿Para qué sirven anclas si la estrechez de su piélago es tan triste como la de la mente de su creador? ¿Qué aportan naves que duermen siglos y siglos en la oscura y húmeda ociosidad de un fondo cenagoso? ¿De qué singladuras dan cuenta maderas que se quedan en tizón después de no haber servido?

lunes, 29 de agosto de 2011

"Minorías Creativas".

Al cumplir 22 años, Arnold  Joseph Toynbee, un inquieto pensador inglés, dedicó un año, desde septiembre de 1911 hasta agosto de 1912, a soñar en las civilizaciones de Roma y, sobre todo, de Grecia, cuyos escenarios recorrió casi siempre a pie, muchas veces solo. Ya había empezado a consolidarse la personalidad científica de uno de los más grandes filósofos de la historia. La abundancia de sus escritos, la riqueza de su investigación pero, tal vez, más que nada, su luminosa intuición, le hicieron expresar la teoría de la contemporaneidad de las civilizaciones: “Sea cual sea lo que la cronologia pueda decir, mi mundo y el mundo de Tucídides demostraban que eran contemporáneos. Y si esta era la verdadera relación entre la civilización Greco-Romana y la civilización Occidental, ¿no podía suceder que entre todas las civilizaciones conocidas por nosotros se revelase una misma relación?”.
No son las naciones ni los estados ni las etnias el fundamento de la sociedad humana. La base de una civilización es la respuesta que una población da al reto que se le presenta. Si en ella hay una minoría selecta y creativa, capaz de definir el reto, nacional o social, y dirigir a la población para superarlo, nace una civilización o se estructura sobrepasándose.
Alguno que recuerde esto pensará, sin duda, en el trance actual de muchas “civilizaciones”: pasan por crisis, padecen convulsiones, provocan tensiones... Y esperamos con Bécquer que haya una mano de nieve o una Voz que arranque las notas de esa arpa dormida o dé vida al Lázaro muerto.                      
Pero como estas palabras van dirigidas, no a gobernantes, sino a aquellos que tienen el privilegio de descubrir las notas de quienes están creciendo en la vida junto a  nosotros son capaces de convertir en una sinfonía gloriosa o de despertar del torpor y la inedia al genio que duerme en el fondo del alma, vale la pena el esfuerzo de recordar a Toynbee y su justificada exigencia de que una minoría creativa, ilusionada e ilusionante guíe y arrastre hacia la superación de ese reto a los que deben crecer en nuestro arrimo.  
¡Tú eres esa minoría creativa e ilusionante! ¡Tú eres la mano de nieve! ¡Tú eres la Voz esperada! Y si debes serlo y no lo eres, renuncia a tu papel.

sábado, 16 de julio de 2011

Apasionados.


Siurana

Palpar la pasión de un apasionado apasiona. Y hace sentir admiración por personas así, envidia por no ser como ellos y sueños de creer que este mundo vago y vicioso en que vivimos pueda convertirse en un paraíso de creatividad y armonía.
Pienso esto al leer en la prensa una entrevista con Dominik A. Huber, un alemán de Munich de cuarenta años que en el Priorat, apoyado en Eben Sadie, enólogo de Sudáfrica, ha puesto en marcha un nuevo modo de glorificar el vino con la estimadísima orientación del viticultor Jaume Sabaté.
No interesan aquí los términos ni las técnicas de mimar la vida o hacer de la vinificación una novedad, un acto creativo.
"El Priorat es un lugar extremo. Primero creo que tiene algo magnético y por algo aquí han construido hace mil años un monasterio enorme (cartuja de Scala Dei). No soy nada religioso pero una cierta espiritualidad sí que se siente, si estás solo, a veces, y un poco por la tarde cuando cambia la luz se percibe una fuerza tremenda. Vivo aquí todo el año, desde hace cuatro años, y noto mucho esto, me da mucha energía, es un sitio muy arcaico, muy pobre, no es la Toscana, que es dulce, bonita, rica, verde… El Priorat es duro, no se muestra por su lado más suave, lo tienes que buscar, es como una belleza un poco tímida, oculta, pero que después se muestra de un modo muy intenso, muy potente".
Parece que hoy toda la fuerza del progreso, aliada y robustecida por la ciencia, la industria, la técnica, la investigación, se aplica a hacer todo fácil, todo hecho, todo terminado, todo digerido. Dicen los estudiosos que la inutilidad de masticar ha hecho que se hayan ido perdiendo a lo largo de los tiempos parte de los molares: salen o no salen las “muelas del juicio”. ¿Para qué si no hacen falta? Dentro de mil años ¿estará la dentadura humana formada por treintaidós piezas?  
Facilitamos las cosas y vamos reduciendo todo a papillas. Y ante toda situación que se presenta nos encontramos débiles. Nuestros hijos nacen fuertes y sanos. Pero nuestra falsa atención los va haciendo endebles en lo más hondo de su personalidad. No sueñan con luchar, con crear, con conquistar, con descubrir, con merecer, con emprender, con exponer. Si repasásemos estos y muchos otros verbos que  forman el bagaje espiritual de un hombre hecho y derecho nos daríamos cuenta de que son precisamente las acciones y los empeños que tratamos de evitar porque decimos que no queremos que sufran. ¡Así salen ellos!

domingo, 26 de junio de 2011

"Estoy hundido..."

Se oye alguna vez esa expresión como manifestación del derrotismo que mina el espíritu: “Todo se acabó para mí”. Hay decepciones, fracasos, pérdidas, desgarros, desgracias de tan hondo calado, que quien lo sufre ve o cree que ha llegado el momento en que nada ni nadie importa ya.
Y, sin embargo, estos gravísimos hechos, que suceden con frecuencia; o esa sensación de abatimiento mortal que sigue a hechos no tan mortales, pero sí sensibilísimos para el que los padece, nublan la mente. Y no dejan ver que el camino sigue abierto, que la meta en la que siempre se pensó, sigue allá y que las fuerzas no han quedado tan mermadas ni la capacidad de recuperación tan arrasada ni el deber de dar dignidad a la vida tan roto que impidan seguir viviendo. Es precisamente en la ocasión de la prueba cuando cada uno debe darse a sí mismo (y si es necesario u obligado a los que lo rodean) la muestra de que no estamos hechos de debilidad, sino de superación. Que no nos hemos acostumbrado a vivir sin luchar, a luchar sin recibir heridas, a recibir heridas sin sucumbir.
Y es en esos momentos de contradicción cuando mirar a la historia debe servirnos de estímulo. Historias de mujeres y de hombres (diría que más mujeres que hombres), de personas que se han demostrado a sí mismas que eran más capaces de sufrir de lo que hubieran creído y más ricas de valentía de lo que pensaban. Son personas que dejan de ser “vulgares” (que nunca fueron: sólo lo parecían) para asombrar con la entereza que siempre tuvieron pero que no pudieron ni necesitaron estrenar porque no hizo falta. Y hablamos de la historia de personas a las que debemos mirar con admiración, con afecto, con agradecimiento  y con ánimo de imitar.
No sé si primero fue su “ex libris” y después unos versos o al revés lo que Gregorio Marañón, que a tantos escucho y a tantos ayudó a redescubrir el norte de su vida, nos dice sobre ello de este modo:
  
¡ARRIBA, CORAZÓN!
Arriba, corazón, la vida es corta
y hay que aprender a erguirse ante el destino.
Sólo avanzar importa,
arrojando el dolor por el camino.

Otras horas felices
matarán a estas horas doloridas.
Las que hoy son heridas
se tornarán mañana cicatrices.

Espera siempre, corazón, espera
que ninguna inquietud es infinita,
y hay una misteriosa primavera
donde el dolor humano se marchita.

Con tu espuela de plata
no des paz al corcel de la ilusión.
"Si la pena no muere se la mata",
¡arriba, corazón!

sábado, 18 de junio de 2011

No hay mal que por...


… (para) bien no venga. A veces. Pero es bueno suponer que cuando algo no ha ido bien estamos en una de esas veces y es sabio aprovecharla. Fue el caso del vino Tokaji Aszú. Cuentan que Luis XIV dijo al probarlo: "Este es el vino de los reyes y el rey de los vinos". Y en algunas de sus ediciones en la etiqueta consta como lema, en latín, que es más solemne, VINUM REGUM 1650 REX VINORUM, debajo de una corona formada por tres hojas de vid. Tokaji significa "aquí", "de aquí" y es el nombre de la colina en que se produce en el Noreste de Hungría. Y Aszú, “secado”.
Parece que, hacia 1659, ante la amenaza de la invasión turca se decidió retrasar la vendimia en la zona.
Esperaron un mes. Mientras tanto, parte de las uvas de la parte inferior de los racimos se marchitó a causa del hongo Botrytis cinérea, abundante en la zona, que afectó a las uvas inferiores de los racimos llenas de agua por las lluvias de otoño. Pero lo que se presentó como una desgracia, se convirtió en una fortuna. Porque esas uvas afectadas dan al vino obtenido en la prensa de las “normales” su sabor especial. Estas uvas afectadas se recogen, una a una, a lo largo de algunos días por el diferente grado de "maduración". De ellas destila un néctar con casi el 70% de azúcar, con 3,5º, que se añade al vino nuevo o mosto en distintas proporciones: Según el número de puttonyos o serones de uva afectada se obtienen vinos más o menos apreciados. El de 3 puttonyos es el más modestito y con 6 alcanza su cima y más alto precio.
¿Por qué perdemos humor, fuerza y cuajo cuando algo se nos tuerce? Hacer de tripas corazón no es un disparate cuando la cirugía moderna nos abre tantos caminos para enderezar entuertos, perdonar errores, tomar lo que nos parece un despojo y convertirlo en un tesoro.
Debemos descubrir esa oficina de milagros al alcance de nuestra aparente poquedad. Cuando se ama se engendra vida. Y el amor es natural cuando lo que tenemos delante, personas, animales o cosas, nos entusiasma o se nos convierte en amable por obra de nuestro buen deseo. Cuando alguien o algo, en cambio, se nos presenta como un desecho, es cuando nuestro amor puede hacer un milagro. Todos nosotros hemos tenido ocasión de ver brotar una sonrisa en la persona ajada a la que hemos sonreído. Pero a lo mejor (a lo peor) hemos perdido esa ocasión.

jueves, 19 de mayo de 2011

...Todos hacen leña.


De aquel viejo árbol chino hizo leña toda la aldea. Después de una noche de vendaval, una madrugadora ama de casa dio la voz de alerta: “¡El viejo árbol que hay a la entrada del pueblo, cerca de mi casa, ha aparecido arrancado!”. En efecto. Sus raíces no pudieron agarrarse a la Tierra con fuerza suficiente para aguantar el empuje del viento y el peso de su enorme copa. Y aquellas raíces, que nadie había visto nunca, aparecieron expuestas al aire y avergonzadas de su debilidad.
¡Qué bien venían aquellas ramas para tantas cosas en la casa, el corral y el huerto! Y el árbol fue viendo cómo perdía su belleza, su prestancia, su dignidad ¡y su vida!, mientras los vecinos se iban llevando, con la avidez y las prisas que se despierta cuando se dispone de algo gratis, lo más bonito de su imagen: su cabellera.
Pero en la ya apacible noche secreta que siguió al largo día del despojo sucedió un “milagro”: el peso de las raíces entretejidas que abrazaban tierra y piedras pudo más que la esquilmada copa y el árbol volvió a su ser y estar anterior: las raíces en el retiro discreto de su hoyo, el tronco más o menos en actitud vertical de servicio y no como el día anterior, pasado en la vagancia y el miedo a no ser ya; y las ramas - lo que quedaba – dispuestas a crecer y vestirse profusamente de nuevo.
Esto le sucedió a un árbol que hace unos años fue noticia. Pero no es lo corriente. Cuando damos un paseo por la fronda de la vida, recordamos la historia de hombres que tuvieron la suerte de que, después de caídos y casi desahuciados, cuando nadie esperaba de ellos la vuelta atrás, tuvieron a alguien que creyó en ellos, que se mantuvo a su lado, que les dio parte del corazón y sus dos manos y pudieron así rehacer el camino y escoger, allí donde erraron el sentido, el sendero justo (aunque tal vez doloroso y sin duda arduo) para volver a la plenitud de la vida.      
En un mundo salesiano, en el que la lógica intuición de don Bosco nos hace comprender que importa más prevenir que intentar curar, hay que tener presente la necesidad de atender a todas las esferas del mundo maravilloso y arcano de la vida de los hijos. Que importan las raíces, profundas e indispensables; que no importan las puras apariencias de la hojarasca; que un árbol debe aguantar, no sólo el peso de su hermosa cabellera, sino el del fruto, abundante y sano y el ímpetu de los vientos de la vida; que podar y podarse es una trabajo conveniente y necesario. Y que regalar la propia vida para que otros la tengan abundante es el ejercicio más sublime de un ser humano.   

martes, 10 de mayo de 2011

Chismorreos y estanterías.

En una sabrosa conversación con una joven pareja nórdica de jubilados llegué en un momento a interesarme por su familia. Pero inmediatamente sentí la necesidad de pedirles que me excusasen por mi inoportuna pregunta. “En absoluto. Nos encanta hablar de ella… Vivimos con agrado en España… Con frecuencia bajo al bar que hay debajo de nuestra casa y tomo parte en las conversaciones de mis amigos, buenas personas, buenos amigos… Bueno, escucho, porque debo aprender español. Ya he aprendido algunos tacos, aunque no los manejo bien. Y por eso no los uso… Una cosa que me llama la atención, y me extraña, es que sólo (¿o dijo siempre?) hablan de mujeres, de fútbol, de los políticos… Para aprender español y cultivar la amistad me va bien. Pero echo de menos que no hablen alguna vez de la familia, del deporte, de la política… ”.
No estaría de más que repasásemos la estantería de nuestros verdaderos y urgentes intereses, la estantería de nuestra vida más profunda. Por ejemplo: la balda de nuestras ideas ¿está suficientemente poblada? ¿Atiendo a nutrir el anaquel de mis sentimientos con alimentos sanos y provechosos para la salud de mi persona, aunque sean un poco difíciles de digerir? ¿Qué hay en el estante de criterios? ¿Vacío? El arte, la sabiduría de la belleza, del orden, del buen gusto, de la elegancia interior ¿llenan - o esperan a llenar sin llegar nunca - esta repisa en la que veo, en cambio, un poco de polvo indiferente? ¿Qué espacio he dedicado al album fotográfico familiar, que podría estar lleno de ejemplares figuras, de herencias espirituales densas, de ejemplos admirables y alentadores? ¿Caben en algún sitio los sabios tratados que enseñan a educarse y a educar? Los intereses de Dios y de su Enviado ¿ocupan algún lugar en esa otra tabla de “Varios” o “De todo un poco”?  
Hay quien respira mal: cree que el aire fresco, limpio, de las alturas, con su poco de movimiento y de esfuerzo, le perjudica. Y lo evita. Le gusta más el que se respira en medio de la masa, el de todos, el que no exige esfuerzo de salir, de subir, de elevarse. Porque el humo del tabaco, al que han exiliado y anda ahora por los aledaños de la convivencia muchas veces de acera, se ha llevado consigo parte del chismorreo que sirve de pasto a la mente, de aire a los pulmones ya bastante averiados del espíritu, de materia trasfundida a nuestra anémica o mala sangre?

domingo, 10 de abril de 2011

Cabrerizas


El fuerte de Cabrerizas Altas es, con el fortín de Reina Regente, la avanzada de la defensa de Melilla. En Cabrerizas estaba el Batallón Disciplinario del Ejército (o “corrigendos”) hasta que, a mediados del siglo pasado y por la necesidad de reforzar el frente ante el llamado Ejército de Liberación del Sahara, fueron trasladados allí sus componentes.
Uno de los testigos de la llegada de aquel batallón me contaba, emocionado a pesar de los años trascurridos desde entonces, más de medio siglo, su impresión. Los vio, al llegar, como un desfile de espectros: vestidos casi con harapos, decaído el ánimo, como sin fuerzas, volcado cada uno en su propia rabia interior.
Al cabo de no mucho tiempo se operó en ellos una prodigiosa transformación. No eran ya el Batallón disciplinario, sino el 5º Tabor de Tiradores de Ifni; lucían con orgullo sus nuevos uniformes color arena; y a sus caras se asomaba el vigor joven de una Primavera.  
¡Cuántas veces “gobierna” la familia un padre que no se ha preocupado de estudiar el alma de sus hijos, que no se da cuenta de que el propio ejemplo es el supremo y primer estímulo para que crezcan! Que una palabra de ánimo llena de ternura ayuda a corregir un error, a superar una prueba, a afirmar la sensación de la propia valía.
Pues ¡no señor! El cansancio (¡sí!: ¡Ya estoy harto de este inútil!), la falta de auténtico amor (¡No sé para qué me he casado!), la estúpida creencia de que a un padre lo único que se le pide es que eche algún hijo a este mundo y, en último término, pero que es la raíz de todo, un personalismo inmaduro que contagia a toda la familia, hace que el hijo o los hijos se hundan en el abismo del autodesprecio, en la necesidad de hacer algo que, como poco, llame la atención hacia su persona y que se metan por caminos de los que será muy difícil que sepan y puedan y quieran salir.
Y esos padres, seriamente comprometidos en la marcha hacia la autodestrucción de sus hijos, hacia la construcción de hogares (¿hogares?) prontamente rotos, deshecho porque han coincidido en él dos seres humanos (es mucho decir madre y padre) decididos a realizarse en su persona libre sin haber realizado el modelado de las personas de sus hijos, creerán que son ellos los que tienen la razón.
¿Exagerado? Tomando cada uno con serenidad y valentía lo poco o lo mucho que le corresponda se puede enderezar la senda de la educación de los hijos, la más sublime y reconfortante acción de los padres junto a sus hijos.