domingo, 26 de junio de 2011

"Estoy hundido..."

Se oye alguna vez esa expresión como manifestación del derrotismo que mina el espíritu: “Todo se acabó para mí”. Hay decepciones, fracasos, pérdidas, desgarros, desgracias de tan hondo calado, que quien lo sufre ve o cree que ha llegado el momento en que nada ni nadie importa ya.
Y, sin embargo, estos gravísimos hechos, que suceden con frecuencia; o esa sensación de abatimiento mortal que sigue a hechos no tan mortales, pero sí sensibilísimos para el que los padece, nublan la mente. Y no dejan ver que el camino sigue abierto, que la meta en la que siempre se pensó, sigue allá y que las fuerzas no han quedado tan mermadas ni la capacidad de recuperación tan arrasada ni el deber de dar dignidad a la vida tan roto que impidan seguir viviendo. Es precisamente en la ocasión de la prueba cuando cada uno debe darse a sí mismo (y si es necesario u obligado a los que lo rodean) la muestra de que no estamos hechos de debilidad, sino de superación. Que no nos hemos acostumbrado a vivir sin luchar, a luchar sin recibir heridas, a recibir heridas sin sucumbir.
Y es en esos momentos de contradicción cuando mirar a la historia debe servirnos de estímulo. Historias de mujeres y de hombres (diría que más mujeres que hombres), de personas que se han demostrado a sí mismas que eran más capaces de sufrir de lo que hubieran creído y más ricas de valentía de lo que pensaban. Son personas que dejan de ser “vulgares” (que nunca fueron: sólo lo parecían) para asombrar con la entereza que siempre tuvieron pero que no pudieron ni necesitaron estrenar porque no hizo falta. Y hablamos de la historia de personas a las que debemos mirar con admiración, con afecto, con agradecimiento  y con ánimo de imitar.
No sé si primero fue su “ex libris” y después unos versos o al revés lo que Gregorio Marañón, que a tantos escucho y a tantos ayudó a redescubrir el norte de su vida, nos dice sobre ello de este modo:
  
¡ARRIBA, CORAZÓN!
Arriba, corazón, la vida es corta
y hay que aprender a erguirse ante el destino.
Sólo avanzar importa,
arrojando el dolor por el camino.

Otras horas felices
matarán a estas horas doloridas.
Las que hoy son heridas
se tornarán mañana cicatrices.

Espera siempre, corazón, espera
que ninguna inquietud es infinita,
y hay una misteriosa primavera
donde el dolor humano se marchita.

Con tu espuela de plata
no des paz al corcel de la ilusión.
"Si la pena no muere se la mata",
¡arriba, corazón!

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