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viernes, 13 de septiembre de 2013

Náyades.



Las Náyades eran, en la mitología griega, ninfas de las aguas dulces. Sus primas, las Oceánides, lo eran de las saladas; y las Nereidas, del Mediterráneo.
Diana Nyad nació como Diana Sneed. Murió su padre cuando Diana tenía tres años. Y Aristóteles Nyad, el nuevo marido de Lucy Curtis, la mamá de Diana, adoptó a la niña y le dijo más o menos: “En adelante serás una Nyad”. Es decir, una Náyade (léase Nyad en Inglés, please). Como sabes muchas cosas sobre Diana Nyad, mi querido amigo lector, yo subrayo sólo algunas para pasar después a una ajena moraleja.   
Diana, licenciada en lenguas modernas (Lake Forest College 1973: Inglés y Francés), escritora (tres libros), conferenciante, colaboradora en programas de radio… ¡y nadadora desde niña! En su autobiografía, escrita en 1978, el mismo año en que intentó por primera vez nadar desde Cuba a Florida, decía aproximadamente lo siguiente: «Para mí un maratón de natación es como una batalla por la supervivencia contra un enemigo brutal - el mar - y la única victoria posible es "tocar la otra orilla”».
Estableció un récord mundial femenino de 4 horas y 22 minutos en su primera carrera (16 km) en el lago Ontario en julio de 1970. En 1974 logró el récord de la mujer de 8 horas y 11 minutos (35 km). Al año siguiente nadó 45 km en menos de 8 horas. En 1979 estableció un récord mundial de natación de fondo (hombres y mujeres) en aguas abiertas al nadar 164 kilómetros desde las Bahamas hasta Florida en 27 horas y media.  Y sigue…
Desde 1978 intentó nadar desde Cuba hasta Florida (1978, 2010, 2011, 2012), pero las corrientes, las medusas, crisis de fuerza, el asma… se lo impidieron. Por fin desde la  mañana del 31 de agosto de 2013 hasta las 13:55 del 2 de septiembre de 2013, después de 53 horas, había nadado 177 kilómetros desde La Habana hasta Key West (Florida). ¡Con 64 años! Y comentaba: «Una vez que cumplí 60 años quería darme a mí misma alguna lección de vida: y una de esas lecciones supone no rendirse».
“Tocar la otra orilla”. “No rendirse”. Las mujeres grandes y los hombres grandes lo han sido y lo son porque no se rinden. Porque se empeñan en llegar a la otra orilla. Cuántas veces y con cuánta facilidad y rapidez hacemos el duro ejercicio de dejar lo que cuesta. Conocí a una admirable mujer que ante los retos de la vida se decía a sí misma: “¡Como yo me ponga!”. Y se ponía. Y salía victoriosa.

viernes, 18 de enero de 2013

Rehacer.



Como sabéis, la casa de los protagonistas de El hobbit y El Señor de los Anillos, Bilbo y Frodo Bolsón, se llama Bolsón Cerrado. Su puerta y sus ventanas son redondas, como es redondo casi todo lo que hay en Hobbiton, poblado de La Comarca. Tal vez lo redondo sea símbolo de paz, de grandeza aun en lo pequeño, de perfección.

Pero como no todo puede ser redondo, ni vivir siempre en paz, ni ser perfecto, el roble que preside la colina, que le da sombra a Bolsón Cerrado y lo protege, es un árbol peculiar. Peculiar porque, en último término y para empezar, es forastero. No había en los alrededores, como sabéis, un roble que diese la imagen que pretendía para él John Ronald Reuel Talkien (1892-1973), el autor de la saga.

Y los productores de la serie se dijeron: “Honremos el deseo de Talkien. Traigamos un roble digno de su mente”. Y lo trajeron. Es decir, lo llevaron. Pero a trozos, como sabéis. Y poco a poco fueron recomponiendo la imagen del prestigioso roble. Pegando trozo a trozo de su tronco y de sus ramas. Y pegándole, que ya es pegar, hoja a hoja “de pega”. Y ahí está. Y ahí luce. O así nos parece.

 “Está, luce y nos parece”, como muchas cosas en nuestra vida. El repaso de estos hechos nos sume en la profundidad de pensamientos sanos. Creo que cada uno debe hacer ese ejercicio de profundización en el que yo estoy, pero con una altura (u hondura) mucho más grande que la de mi menguado temple.

Me pregunto. ¿En qué medida he sido capaz de rehacer el pasado, más o menos lejano, de mi estirpe? ¿Tengo abuelos, padres… ancestros de los que puedo extraer el mejor jugo para mi historia? ¿O he sido traidor a su grandeza porque se me ocurrió que la mía era mejor, que era más grande?  

Reconstruir un pasado noble ¿ha despertado en mí vergüenza porque fue humilde, pereza porque fue esforzado, cobardía porque fue impertérrito?

¿Quise obtener todo de golpe, sin paciencia, sin sudores, sin tenacidad?

¿Me ha costado arraigarme en una tierra que no fue la que alimentó las raíces de mi infancia, pero que me sostiene hoy con generosidad?

¿Me gusta parecer, lucir… aunque sepa que muchas veces (o de ordinario) no tenga qué enseñar, qué regalar?

jueves, 13 de septiembre de 2012

Paralímpicos.



Es bien sabido que nuestros 142 atletas paralímpicos en los juegos de Londres de 2012 (entre los 4.200 que intervienen) han obtenido en la mayor parte de las 20 modalidades de deportes y atletismo, 42 medallas. Aunque la clasificación general del medallero tiene en cuenta los trofeos de oro y España, con ocho, ocupa el 17º puesto, el número total de medallas nos daría el puesto 10º de las 164 naciones que intervienen.
Estoy seguro de que algunos de los que leen estas líneas están muy al tanto de los datos exactos del hecho y me corregirán lo transcrito. Pero como lo que nos importa aquí no es redactar una crónica fiel, sino expresar un pensamiento que tal vez compartimos todos, eso hacemos.
No sólo nuestros compatriotas, sino todos los que participan en este notable acontecimiento son el exponente visible de muchas personas que, en lo deportivo y en otras muchas modalidades de la lucha en la vida, demuestran su valía. Y se sobreponen a lo que podría considerarse una condena y lo convierten en un estímulo admirable. 
En cambio, parece como si ese estímulo en los que organizan la vida pública (y en los que viven esperando lo que hacen esos organizadores) y en las vidas e iniciativas más o menos privadas (sociedades, agrupaciones, familias…) se quisiese resumir en vivir bien, es decir, en bienestar a toda cosa. No sufrir, evitar la fatiga, el arrojo, el ardor, el denuedo, el coraje, el aliento, el empeño, el esfuerzo, el trabajo… Hay familias en las que todo el empeño está en hacer hijos altos, sanos, guapos, orondos… y se olvidan de lo principal. De que no sean imbéciles. Pero los hacen así o dejan que se hagan ellos mismos así. Parece mentira, pero los etimólogos no se ponen de acuerdo en lo que significa y es, por tanto, un imbécil: que si el viejo que vacila porque no tiene bastón, el que no pincha ni corta porque no tiene “cetro”… Y lo malo es que cuando se dan cuenta de cómo es su hijo, ponen el grito en las nubes sin caer en que han sido ellos los que lo han hecho así. El capricho, la complacencia, la aceptación, la “democracia” (¿qué democracia?), la “paz” (¿qué paz?) fue el alijo al que se le concedió que se instaurara como norma y objetivo.
Recuerdo una triste y cabal afirmación de un gran hombre cuando se refería al proyecto social y familiar de nuestros días para el hombre: “Un cerdo en una cama con ruedas”.

sábado, 8 de septiembre de 2012

La Honestidad.



Conocéis la leyenda del emperador chino que, para elegir esposa, lo hizo entre todas las jóvenes que, presentadas como aspirantes, volviesen al cabo de seis meses con la flor más hermosa obtenida del cultivo de una semilla recibida del rey. Eligió a la que presentó, en medio de un jardín de hermosísimas flores traídas por las otras, una maceta sin más que tierra. Su decisión, explicó el emperador, la había movido el deseo de compartir la vida con una mujer fiel a su amor. Todas se habían ido a su casa con una semilla estéril y volvían con la mentira de una flor deslumbrante. La elegida presentaba la hermosura de la honradez.
Vivimos y convivimos, con frecuencia, engañando y engañándonos. Engañar a los demás nos resulta fácil desde que nos hemos entrenado engañándonos a nosotros mismos. ¿Qué por qué nos engañamos? Porque nos gusta soñar más que vivir, esperar más que trabajar, suponer más que constatar, desear más que ahondar, exigir más que dar, recibir más que servir. Nos sentimos inseguros y nos creamos arrimos que disimulan nuestra inseguridad. Deseamos ser importantes y en vez de buscarlo y lograrlo siendo honrados, siendo auténticos, recurrimos a parecerlo, a darnos importancia, a pedir a los demás que nos lo reconozcan: que es el mejor argumento para demostrar que no lo somos.
Engañamos al débil porque sabemos que podremos aprovecharnos de él y de su debilidad. Al fuerte, pero con disimulo y taimadamente, para que el bien que esperamos obtener sea, al menos, el de que nos aniquile. La mentira es un rebujo en el que la apariencia del papel dorado es lo contrario de lo que envuelve.
Que cuando el Rey ponga en claro cuál ha sido su política de amistad, de amor para con nosotros, podamos levantar la cabeza ofreciéndole en nuestros ojos la flor de la sencilla verdad.

jueves, 5 de enero de 2012

¡POR FIN LLEGARON! (El Polo Norte).

El barco Fram de Nansen.
Ellos dijeron que sí, o quisieron decir que sí, pero como siempre hay gente chinche que viene detrás negándote el laurel, parece que resultó que no. Primeros en intentarlo en el buque Fram, bien proyectado y bien abastecido, fueron los noruegos Fridtjof Wedel-Jarlsberg Nansen y Fredrik Hjalmar Johansen en 1893. Pero se quedaron a 3º 55’ de la meta, el Polo Ártico. Tuvieron que rescatarlos tres años más tarde.
Doce más tarde Frederick Albert Cook, explorador y médico norteamericano, dijo que el 22 de Abril de 1908 había puesto el pie (los dos, naturalmente), con los esquimales Ahpellah y Etikishook, en el Polo Norte. Había ido por tierra (léase “hielo”). Pero no se aceptó su afirmación ya que en ella había puntos oscuros.
También era norteamericano el explorador Robert Edwin Peary que se puso a ello y aseguró haber llegado el 6 de abril de 1909. Al día siguiente escribió en su diario: “¡Mío al fin!”. Como entre Peary y Cook se mantenía la contienda sobre la autenticidad de su gesta, se hiló fino en el estudio de sus aseveraciones y se concluyó varios años más tarde que había logrado sólo llegar a 150 kilómetros del lugar soñado.
Fue Walter William Herbert (Wally para los amigos), británico, el que el 6 de abril de 1969 (¡también el 6 de abril!), con tres colaboradores, después de una travesía a pie que duró 16 meses, alcanzó el Polo de los osos. Habían recorrido 6.115 kilómetros.
(Un recuerdo curioso, más cercano y más audaz: El 21 de julio de ese mismo año, 1969, dos estadounidenses, Neil Alden Armstrong y Edwin F. Aldrin pisaron la Luna. Michael Collins se había quedado en órbita esperando su regreso al Apolo 11).
El sucinto repaso de esos hechos inspira muchos pensamientos. He aquí algunos muy simples. ¿Pusieron una pica en Flandes? Es decir: ¿hicieron mucho y presumieron poco? Realmente hicieron mucho y se sintieron justamente orgullosos de una proeza. ¿Mintieron Peary y Cook? En absoluto. Creyeron haber llegado y lo afirmaron como tal. ¿No hubo desproporción entre el esfuerzo y el fin? Eran exploradores o, lo que es lo mismo, buscadores. Necesitaban hacerlo. Hay una ley biológica que se llama del mínimo esfuerzo: No gastar, no invertir, no arriesgar, no dar, no perder, no buscar, no sudar… Es una ley que canaliza, encanijándola, la vida de los débiles, de los timoratos, de los cobardes, de los cardíacos, de los viejos, de los vagos, de los peleles… Pero no es una ley que podamos imponer a los valientes, a los osados, a los soñadores, a los buscadores, a los generosos de alma, a los empresarios de grandezas.
¿Tenemos que ser los mejores? Ser el mejor es a veces ser sólo el menos miserable de los miserables. Se nos pide sólo ser bueno, lo bueno que nos toca ser. Pero, comparándonos con nosotros mismos, como quien aspira a ser obra de arte y para lograrlo emplea todas sus fuerzas en realizar el propio proyecto. Ser bueno no es una meta que alcanzamos, sino que tenemos siempre delante. Labrarse al cien por cien no es acabar la obra, sino morir en el empeño.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Navigare necesse est.

Restos de una coca de la Liga
Escribió el griego Mestrio Plutarco en la biografía de Cneo Pompeyo el Grande (que tanto tuvo con César y tanto contra el mismo) que en uno de sus viajes a Roma, para animar a los marineros que se negaban a navegar por el aterrador estado del mar, les gritó que navigare necesse est, vivere non necesse est. Avivó en ellos con esas palabras tan fáciles de traducir, que el duro oficio del deber está por encima de cualquier miedo, de cualquier amenaza, de cualquier suerte.
A partir del siglo XII se fue consolidando (hasta el XVI en que se acabó de disolver) una federación o Hansa de ciudades del norte de Alemania, Países Bajos, Escandinavia, Inglaterra, Polonia, Finlandia, Dinamarca… que comerciaban entre sus puertos con madera, ámbar, cera, tejidos, ropa, resinas, centeno y trigo, pieles y lino y se defendían de la piratería que siempre ha existido. Llegaron a tener una red intensa de oficinas y puertos, de astilleros y  mercados, de almacenes y de apoyo de reyes y grandes.
Como el comercio era su vida y no podían quedarse a resguardo en el puerto cuando la mar rugía, les pareció bien adoptar también el viejo lema de Pompeyo, de modo que la llamada Liga Hanseática llegó a ser una grandiosa “empresa” marinera, atrevida y valiente, ejemplo de personas, sociedades mote  y naciones. 
No puede sernos ajeno ese mote. Porque nuestro deber de vivir con dignidad está por encima de todo lo que envilece nuestra condición: el egoísmo, el miedo, la reserva, la cobardía, la comodidad, la vagancia, el individualismo, el abandono.
Plutarco cuenta también el comienzo de la extraordinaria capacidad oratoria de Demóstenes, proverbial entre nosotros. Vivió en Grecia en el siglo IV. Era hijo de un acaudalado fabricante de armas. Quedó huérfano de padre a los 7 años y esto motivó, tal vez, que fuese mimado y "maleducado" por su madre. A los 16 años oyó hablar a Calístrato y se decidió a ser orador (una vocación un poco rara para nosotros, a quienes no preocupa demasiado hablar bien o entrar en política). Tenía poca voz, tartamudeaba, le horrorizaba hablar en público. Entonces, aconsejado por el actor Sátiros, se hizo construir un escondite subterráneo, se afeitó media cabeza para obligarse a no presentarse en público (hoy habría salido igual) y se encerró hasta lograr lanzar un discurso con el que logró meter en la cárcel a sus tutores, que le habían expoliado. Se dedicó a la política, habló y hablo y habló contra Esparta, escribió discursos contra unos y otros y se convirtió en el que dicen el mejor de los oradores.
No puede haber nada que nos detenga en la búsqueda de nuestra excelencia. Pero menos que nada nuestro propio adocenado yo.