miércoles, 30 de mayo de 2012

De viaje.


A Don Bosco no le gustaba viajar. Lo que a él le gustaba era estar con sus muchachos del Oratorio de Valdocco, que eran sus hijos, en las afueras de Turín. Pero viajó mucho. Y en todos los medios: calesas, diligencias, galeras, tren (y aprovechaba el tiempo para corregir pruebas de imprenta, barco (¡y cómo se mareaba!)…
De muchacho había montado con mucho dominio en el caballo de algún conocido que se lo confiaba para que lo cuidase. Y de joven le encantaba caminar. Y hacía a veces viajes a pie de muchos kilómetros en un día.
Lo que más le gustaba de sus viajes era el regreso a “su casa” y la alegría que veía pintada en la cara de sus hijos. Basta recordar la conversación que un día tenía con un grupo de ellos en el patio. Les preguntó:«¿Qué es lo más bonito que habéis visto en este mundo?». Sólo pudo responder uno, porque lo hizo con tanta rapidez, que si los demás estaban buscando una respuesta, se dieron cuenta de que la del amigo veloz era también la suya: «¡Don Bosco!».
Don Bosco viaja hasta nosotros. No se ha cansado de recorrer más de medio mundo y de tener que recorrer el otro medio en el tiempo que queda hasta 2015 cuando celebre con todos nosotros sus jóvenes 200 años. Y no se ha cansado porque cada día de este viaje lo acaba siempre en “su casa”. Y en “su casa” tiene la acogida de amigos que lo tienen cerca. No miran ni la Urna en la que le han puesto al pobre para que se parezca a la que lo contiene en la Basílica de María Auxiliadora de Turín. Ni miran la fisonomía del rostro postizo que le han puesto. Ni miran a través de las ataduras que le han puesto a su afecto y que la separan un poco de quienes lo sienten en sus vidas y lo llevan en su corazón.
Con este bonito signo (¡no más que un signo!) que se nos regala en su viaje a nuestros corazones, le regalamos el nuestro. Y se lo regalamos, porque necesitamos (para respirar aire puramente cristiano) hacerlo con muchos, con todos. Pero siempre encontramos pegas: “No me mira”, “No le interesa mi afecto”, “No le agrada que yo le quiera”, ”Le tengo sin cuidado”, “No tiene tiempo para mí”, “No me conoce”, “Me resulta antipático”, “Es un ‘distribuidor’ de reproches”…
Don Bosco está siempre amando y dispuesto a dejarse amar, porque entendió la alegre noticia de Jesús y se lanzó al ancho mar del amor amando y sirviendo con amor y por amor… hasta dar la vida por sus “hijos”. Comprendió que la Eucaristía lo dice y lo hace todo, porque es hacer lo que vino Jesús a enseñarnos a hacer: Dar la vida.

sábado, 26 de mayo de 2012

Diccionario RAE.


Cuando me pregunto sobre el origen de la palabra arrendajo (que acabo de usar y voy a seguir usando) recurro al Diccionario de la Real Academia Española, que sabe mucho de arrendajos y de otras cosas, y leo que me dice de un modo conciso y terminante: de arrendar. Pero como el arrendajo es un ave y tiene sus costumbres, vuelvo a mi fuente de inspiración, la RAE, y leo: Ave del orden de las Paseriformes, parecida al cuervo, pero más pequeña, de color gris morado, con moño ceniciento, de manchas oscuras y rayas transversales de azul, cuya intensidad varía desde el celeste al de Prusia, en las plumas de las alas. Abunda en Europa, habita en los bosques espesos y se alimenta principalmente de los frutos de diversos árboles. Destruye los nidos de algunas aves canoras, cuya voz imita para sorprenderlas con mayor seguridad, y aprende también a repetir tal cual palabra.
Nunca he visto un arrendajo (salvo en imagen), pero he quedado casi fascinado ante el aire que me da la Academia de un pájaro tan bonito como el arrendajo: “… de color gris morado, con moño… (he omitido aquí lo de ceniciento para que no desmerezca de nuestra estima), de manchas oscuras y rayas transversales de azul, cuya intensidad varía desde el celeste al de Prusia, en las plumas de las alas. ¿Se lo imaginan?: sobre un fondo gris morado destacan unas rayas transversales celeste y Prusia. Y sigue:   Abunda en Europa, habita en los bosques espesos y se alimenta principalmente de los frutos de diversos árboles ¡No me lo nieguen!: ¡Qué buen gusto al escoger casa y al programar su alimento!
Pero se me cae el alma cuando sigo: “Destruye los nidos de algunas aves canoras, cuya voz imita para sorprenderlas con mayor seguridad, y aprende también a repetir tal cual palabra”. Es un alivio saber que llega a articular palabras, aunque con sólo unas cuantas palabras no llegue a tener un discurso propio. Pero lo de “destruir los nidos de algunas aves canoras, cuya voz imita para sorprenderlas con mayor seguridad” no me va: ¿Cómo un pájaro tan bien dotado por fuera alberga por dentro esa tendencia irreprimible a destruir el nido ajeno, precisamente el de algunas aves canoras? ¿Envidia? ¿Camuflaje sonoro? ¿Rabia? ¿Ansia por destruir lo que existe, lo bueno, lo bello? ¿Falta del sentido de respeto al otro porque ofende su amor propio? ¿Desfachatez para destruir o hacer propio lo que le irrita por no tenerlo él? ¿Vagancia en sus deberes y explotación del fruto producido por el esfuerzo de otros?
Y mi desánimo llega a los niveles del sucio asfalto (¡se me acabó el nido, se me hundieron mis ilusiones, se deshizo mi entusiasmo ante un ave tan pájaro!) cuando la ciencia y la RAE me dicen que ¡imita para sorprender con mayor seguridad!
¿Han dado por la vida con algún arrendajo con faldas y pantalones? ¡Cuidado con ellos porque parece que arrendajo viene de arrendar, que no significa sólo pagar un alquiler, sino también arremedar, es decir, remedar, imitar. No vaya a darse que en vez de dignos ciudadanos sean pájaros de cuenta.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Auxiliadora de Dios.


Gilbert Keith Chesterton fue, como es sabido, un fecundo escritor inglés que vivió desde 1874 hasta el 16 de Junio de 1936. Dentro de unos días se cumplen 76 años de su muerte. Un crítico literario le considera el mejor escritor del siglo XIX. ¿Por qué se le conoce tan poco?  Por ser, como otro crítico afirma, católico; aún más, por ser un converso. Ha habido siempre en la historia una “leyenda negra” de ataques que urden, sin más, los que se arrastran por las alcantarillas de la envidia. Todos la conocemos. Y otra, de silencios, que por ser fruto de mentes iluminadas, no es menos eficaz. Aunque igualmente decisiva.
La celebración católica de la solemnidad de María, Auxiliadora del hombre, nos lleva a mirar a aquel hombre que encontró en la santísima Virgen, Madre de Dios, la luz que le condujo y le acompañó desde su conversión hasta la muerte.    
Cuando explicaba por qué y cómo se había hecho católico refería: “Recuerdo especialmente ahora estos dos casos: unos autores serios lanzaban graves acusaciones contra el catolicismo, y, cosa curiosa, lo que ellos condenaban me pareció algo precioso y deseable”.
Nos ceñimos hoy al primero de los casos: “En el primer caso - creo que se trataba de Horton y Hocking - se mencionaba con estremecido pavor, una terrible blasfemia sobre la Santísima Virgen de un místico católico que escribía: "Todas las criaturas deben todo a Dios; pero a Ella, hasta Dios mismo le debe algún agradecimiento". Esto me sobresaltó como un son de trompeta y me dije casi en alta voz: "¡Qué maravillosamente dicho!" Me parecía como si el inimaginable hecho de la Encarnación pudiera con dificultad hallar expresión mejor y más clara que la sugerida por aquel místico, siempre que se la sepa entender.
No creo que sea presuntuoso traducir estas palabras de Chesterton con esta afirmación: “María es Auxiliadora de Dios”. Dios (que ama al hombre como sólo puede amar Dios; que respeta la libertad del hombre como sólo sabe respetar la libertad Dios) ama y respeta a una jovencita nazarena casadera (hasta poco antes una bogeret, como llamaban los judíos a las doncellas de esa edad) y le comunica un poco de un proyecto inimaginable para el hombre que Él tiene sobre el hombre: Que ella sea la madre de su propio Hijo. Y María dice que sí, porque es esclava de su voluntad, porque, por amar a Dios, encuentra su felicidad en construir con Él lo que sea y como sea por muy incomprensible que sea.    
Decimos tantas veces “Madre de Dios” que se nos ha ajado entre los labios ese precioso pétalo de asombro, admiración, agradecimiento, ternura y contemplación que usamos para invocar a la que, al convertirse en Madre de Dios, se convirtió también en Madre nuestra.
Sin vergüenza y sin debilidad debemos volver a tomar esa afirmación (¡Madre de Dios!) como un timón seguro de nuestra vida, un recurso para sentirnos superiores a cualquier ataque, un lazo de unión con Ella que refuerce nuestra ternura de hijos y nuestro orgullo de Familia.

domingo, 20 de mayo de 2012

El último canto.


Emociona acompañar en los últimos momentos de la carrera que hace por la historia a un amigo al que se quiere. Cuando sus pies están ya inmóviles y parece que el oído del corredor está sólo abierto a la voz del que le va a premiar con un abrazo tras el último esfuerzo por llegar a la meta.   
El padre Vincent McNabb, buen amigo de Gilbert K. Chesterton contaba así su último  encuentro con él: “Fui a verlo cuando moría. Pedí estar solo con el hombre moribundo. Allí aquella gran humanidad estaba con el calor de la muerte; su gran mente se preparaba, sin duda, a su modo, para la visión de Dios. Esto era el sábado, y pensé que quizás en otros mil años Gilbert Chesterton podría ser conocido como uno de los cantores más dulces de aquella hija de Sión, siempre bendita, María de Nazaret. Sabía que las calidades más finas de los Cruzados eran una de las rasgos de su gran corazón, e inmediatamente recordé la canción de los Cruzados, la Salve, que nosotros los Blackfriars (Frailes Negros: Dominicos) cantamos cada noche a la Señora de nuestro amor. Dije a Gilbert Chesterton: "Va a oír usted la canción de amor de su Madre." Y canté a Gilbert Chesterton la canción del Cruzado: “Salve, Regina, Mater misericordiae…: Dios te salve, Reina y Madre de misericordia…”.
Del padre Vincent McNabb, irlandés, había escrito Chesterton: "... es uno de los pocos hombres grandes que he conocido en mi vida; es grande en muchos sentidos, mental, moral y místico y en sentido práctico… Nadie que haya conocido, visto u oído al Padre McNabb lo puede olvidar".
Emociona también esta actitud de aprecio, de respeto, de admiración y, sobre todo, de cariño que se da naturalmente entre hombres grandes. Porque los menguados de espíritu, que andamos dispersos por el mundo, encontramos dificultad en atravesar nuestra miserable piel de babosa y rodear con afecto a quien deberíamos agradecer sus altos valores y de quien deberíamos aprender las lecciones de sus acciones.
¡Y ojalá tuviésemos a nuestro lado, ante el momento del auténtico Encuentro, a quien nos cantase las acariciadoras palabras de la Salve: “Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos… Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre… María”.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Esto pasa.


… es decir, sucede, pero no se acaba. En la portada de un diario del lugar feliz en el que vivo, leo en un mismo día: “En lo que va de año… 337 incendios en la provincia… todos ellos intencionados”; “… dispositivo contra los robos en explotaciones agrarias”; “Los lobos matan en… cuatro sementales y veinticinco ovejas”; “Profanan una veintena de tumbas en el cementerio de…”.
Lo de las ovejas fue obra de los lobos. Los lobos, ya se sabe, conservan un instinto (de cuyo funcionamiento no han querido hacernos conocedores y de ahí las discusiones sobre ello) que los mueve a “pasarse”. Matan y se sacian, pero dejan al resto sin posibilidad de desaparecer. Ya llegará el momento. Que no llega, porque no hay hielo en el que pueda conservarse la carne.
A propósito de esto ya conocen ustedes que en una explotación de vacunos en Galicia el remedio, copiado de Namibia, ha sido llevar dos burras que protegen al rebaño coceando a los asaltantes y alertan a los dueños rebuznando.
Pero ¿y los incendios provocados, los robos en las huertas, la agresión al reposo de los muertos? Y podrían seguir las sinrazones, con poca o menos poca violencia, que cubren los mapas de naciones cargadas de historia y de cultura.
Hay una doctrina muy extendida que se basa en principios tan lógicos e incontestables como éstos: El único modelo de sociedad es la democracia. Democracia es que yo pueda hacer lo que a mí me viene en gana. La democracia se sustenta en protestar de todos los modos posibles si el que está al mando, porque lo he elegido yo, se deslegitima cuando manda como no me gusta a mí. Lo que está a mi alcance es mío. Cuando robo recupero lo que me pertenece. Los muertos no tienen derecho a nada: son instrumento y reliquia de nostalgias. Quemar el mundo es un ejercicio purificador de la injusticia que mantiene repartida la riqueza. Respirar es un derecho que debe supeditarse a que yo lo consienta: a mí nadie me chista. La libertad de expresión está limitada por mi derecho a impedirla. El otro no tendrá nunca razón a no ser que yo se la dé. La autoridad no tiene sentido: no es sino el mecanismo de los que se inventan el orden y el derecho. 
¿Os suena? Porque si no os suena, si os parece que todo ello empiedra el camino hacia el futuro, tendremos a nuestra disposición todos los ingredientes necesarios para lograr el mundo feliz gobernado por la minoría de los que no admiten el gobierno de la mayoría.