A Don Bosco no le gustaba viajar. Lo que a él le gustaba era estar con
sus muchachos del Oratorio de Valdocco, que eran sus hijos, en las afueras de
Turín. Pero viajó mucho. Y en todos los medios: calesas, diligencias, galeras,
tren (y aprovechaba el tiempo para corregir pruebas de imprenta, barco (¡y cómo
se mareaba!)…
De muchacho había montado con mucho dominio en el caballo de algún
conocido que se lo confiaba para que lo cuidase. Y de joven le encantaba
caminar. Y hacía a veces viajes a pie de muchos kilómetros en un día.
Lo que más le gustaba de sus viajes era el regreso a “su casa” y la
alegría que veía pintada en la cara de sus hijos. Basta recordar la
conversación que un día tenía con un grupo de ellos en el patio. Les preguntó:«¿Qué es lo más
bonito que habéis visto en este mundo?». Sólo pudo responder uno, porque lo
hizo con tanta rapidez, que si los demás estaban buscando una respuesta, se
dieron cuenta de que la del amigo veloz era también la suya: «¡Don Bosco!».
Don Bosco viaja hasta
nosotros. No se ha cansado de recorrer más de medio mundo y de tener que
recorrer el otro medio en el tiempo que queda hasta 2015 cuando celebre con
todos nosotros sus jóvenes 200 años. Y no se ha cansado porque cada día de este
viaje lo acaba siempre en “su casa”. Y en “su casa” tiene la acogida de amigos
que lo tienen cerca. No miran ni la Urna en la que le han puesto al pobre para
que se parezca a la que lo contiene en la Basílica de María Auxiliadora de
Turín. Ni miran la fisonomía del rostro postizo que le han puesto. Ni miran a
través de las ataduras que le han puesto a su afecto y que la separan un poco
de quienes lo sienten en sus vidas y lo llevan en su corazón.
Con este bonito signo
(¡no más que un signo!) que se nos regala en su viaje a nuestros corazones, le
regalamos el nuestro. Y se lo regalamos, porque necesitamos (para respirar aire
puramente cristiano) hacerlo con muchos, con todos. Pero siempre encontramos
pegas: “No me mira”, “No le interesa mi afecto”, “No le agrada que yo le
quiera”, ”Le tengo sin cuidado”, “No tiene tiempo para mí”, “No me conoce”, “Me
resulta antipático”, “Es un ‘distribuidor’ de reproches”…
Don Bosco está
siempre amando y dispuesto a dejarse amar, porque entendió la alegre noticia de Jesús y se lanzó al
ancho mar del amor amando y sirviendo con amor y por amor… hasta dar la vida
por sus “hijos”. Comprendió que la Eucaristía lo dice y lo hace todo, porque es
hacer lo que vino Jesús a enseñarnos a hacer: Dar la vida.