Nunca
pensé que hubiese una percepción popular sobre el comportamiento de los
agujeros negros. Pero si una autoridad en ellos como Ashley King, de la
Universidad de Michigan, afirma que "contrariamente a la percepción
popular de que los agujeros absorben toda la materia a la que se acerca,
creemos que hasta el 95 por ciento del material que hay en el disco alrededor
de IGR J17091 es expulsado por el viento", es que hay más gente de la que
creemos que vive pensando en ellos. Yo diría que es lo natural en tiempo de
crisis y sobre todo de crisis económica.
Cuando
una estrella masiva (de las que tienen más de diez veces la masa del sol, que
ya es masa) se colapsa (dicen los entendidos y el pueblo sabe, como asegura
King) se forman los agujeros negros.
Pero lo
más digno de atención y nos debe servir de aviso no es que esos agujeros
expulsen y no absorban, sino que los vientos que se producen tienen una
velocidad de 32 millones de kilómetros por hora, de acuerdo con la aportación
del observatorio espacial Chandra.
Por si
acaso alguno de los lectores tuviese la curiosidad de saber qué es el IGR
J17091 se lo decimos. Es (y si usted lo entiende, le ruego que me lo explique)
es “un sistema binario en cuya estrella central, equivalente a nuestro sol, orbita
el agujero negro”. Está en nuestra Vía Láctea, pero a las afueras, y a unos
28.000 años luz de la Tierra.
Como
curiosidad, los expertos explican que a diferencia de los vientos de los
huracanes en la Tierra, el viento de IGR J17091 sopla en todas las direcciones.
Todos
estos datos tan impensables ayer, cuando el cielo me parecía un mar en calma,
me ha hecho descender hasta el mundo nuestro, el que pisamos, que se mueve a
una velocidad aterradoramente acumulada: la que lleva la Tierra dando vueltas
sobre sí, alrededor del Sol, en nuestra blanca Galaxia, antiguamente llamada
Vía Láctea, y en la carrera sin fin de las galaxias hermanas…
Andamos
un poco mareados: se nos colapsa algo que parecía inconmovible, se derrumban
los andamiajes que los hombres construyen con su tarda, torpe, interesada
agitación, y en vez de mirarlo con la parsimonia del sabio, que sabe que nada
humano es más durable que una flor del campo, organizamos o nos metemos en
aspavientos que soplan en todas las direcciones, sin rumbo fijo y cierto,
arrastrando consigo la serenidad, entorpeciendo la búsqueda de soluciones,
cargando sobre el más enemigo la causa, la culpa, la mala intención de
todo.
¿Podremos
madurar un poco para que el Patrón pueda confiarnos sin miedo el gobernalle de
nuestra vida?
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